I Reyes 3 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 28 versitos |
1 ° Salomón emparentó con el faraón, rey de Egipto. Tomó la hija del faraón y la condujo a la Ciudad de David mientras terminaba de edificar su palacio, el templo del Señor y la muralla en torno a Jerusalén.
2 El pueblo continuaba ofreciendo sacrificios en los altozanos, pues no se había construido hasta entonces un templo al Nombre del Señor.
3 Salomón amaba al Señor y obraba según los preceptos de su padre David, pero, a pesar de ello, ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los altozanos.
4 El rey acudió a Gabaón a ofrecer mil holocaustos sobre aquel altar, pues era aún el santuario principal.
5 Aquella noche el Señor se apareció allí en sueños a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que deseas que te dé».
6 Salomón respondió: «Has actuado con gran benevolencia hacia tu siervo David, mi padre, porque caminaba en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón. Has tenido para con él una gran benevolencia, concediéndole un hijo que había de sentarse en su trono, como sucede en este día.
7 Pues bien, Señor mi Dios: Tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un muchacho joven y no sé por dónde empezar o terminar.
8 Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú te elegiste, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular.
9 Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal. Pues, cierto, ¿quién podrá hacer justicia a este pueblo tuyo tan inmenso?».
10 Agradó al Señor esta súplica de Salomón.
11 Entonces le dijo Dios: «Por haberme pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti, por no haberme pedido la vida de tus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia,
12 yo obraré según tu palabra: te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después de ti.
13 Te concedo también aquello que no has pedido, riquezas y gloria mayores que las de ningún otro rey mientras vivas.
14 Y si caminas por mis sendas, guardando mis preceptos y mandamientos, como hizo David, tu padre, prolongaré los días de tu vida».
15 Salomón se despertó entonces: ¡había sido un sueño! Levantándose fue a Jerusalén. Allí, puesto en pie ante el Arca de la Alianza del Señor, ofreció holocaustos y sacrificios de comunión y dispuso luego un banquete para todos sus servidores.
16 En cierta ocasión se presentaron ante el rey dos prostitutas. Se pararon ante él
17 y una de ellas exclamó: «Por favor, mi señor, yo y esa mujer vivíamos en una misma casa y di a luz mientras ella estaba conmigo.
18 A los tres días de mi parto, parió también esa mujer; estábamos juntas, no había nadie más en la casa, solo nosotras dos.
19 Una noche murió el hijo de esa mujer, porque ella había permanecido acostada sobre él.
20 Se levantó durante la noche y, mientras tu servidora dormía, tomó al mío de mi vera y lo acostó en su regazo, y a su hijo, el que estaba muerto, lo acostó en el mío.
21 Me levanté al amanecer para amamantar a mi hijo, y... ¡estaba muerto! Pero lo examiné bien a la luz de la mañana para ver que no era mi hijo, el que yo había parido».
22 La otra mujer repuso: «No, de ninguna manera, mi hijo es el vivo y tu hijo el muerto». Mas la otra replicaba: «No, al contrario, tu hijo es el muerto y el mío el vivo». Y seguían discutiendo ante el monarca,
23 quien proclamó: «Esa dice: “Este es mi hijo, el vivo, y tu hijo es el muerto”, mientras que la otra dice: “No, al contrario, tu hijo es el muerto y mi hijo es el vivo”».
24 Entonces ordenó: «Traedme una espada». Presentaron la espada al rey
25 y este sentenció: «Cortad al niño vivo en dos partes y dad mitad a una y mitad a la otra».
26 A la mujer de quien era el niño vivo se le conmovieron las entrañas por su hijo y pidió al rey: «Por favor, mi señor, que le den a ella el niño vivo, pero matarlo ¡no!, ¡no lo matéis!», mientras la otra decía: «Ni para mí ni para ti: ¡que lo corten!».
27 Sentenció entonces el monarca: «Entregadle a ella el niño vivo, no lo matéis, porque ella es su madre».
28 Llegó a oídos de todo Israel el juicio pronunciado y cobraron respeto al rey, viendo que dentro de él había una sabiduría divina con la que hacer justicia.

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Introducción a I Reyes

1 REYES

Los dos libros de los Reyes son la continuación de los de Samuel. Juzgan la historia en su conjunto con el criterio teológico del Deuteronomio y con el esquema: pecado, destierro, retorno. Así, tras la destrucción de Samaría, se hace una larga reflexión presentando el desastre como castigo de las infidelidades de Israel (2Re 17:7-23). En los relatos de estos libros destacan, por sus intervenciones, las grandes figuras de dos profetas: Elías y Eliseo. Entre los reyes de Israel resaltan, por su corazón pervertido, Jeroboán I y Ajab con su mujer Jezabel. Se reconoce, sin embargo, la fidelidad de Ezequías (2Re 18:1-37 - 2Re 20:1-21) y la del piadoso rey Josías (2Re 22:1 - 2Re 23:30).

De su teología podemos destacar los siguientes elementos:

1) el monoteísmo: Israel no reconoce otro Dios y Señor que el de los patriarcas;

2) la esperanza mesiánica: a pesar de la maldad de los reyes, Dios hará surgir de la dinastía de David un rey verdaderamente fiel;

3) las instituciones: fundamentalmente el rey y el templo, auténticos pilares de la estabilidad del pueblo, y

4) el destierro, con el que se culmina el libro dejando en interrogante el futuro del pueblo elegido.

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

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Notas

I Reyes 3,1-15*3:1-15 Afianzado el poder de Salomón, comienza la historia de su reinado con la evocación de sus primeros triunfos: se casa con una princesa extranjera y proyecta la construcción del templo, dando pruebas de una fidelidad a Dios comparable a la de su padre, David (1Re 3:3; 1Re 3:6-7; 1Re 3:14). La Ciudad de David u Ófel es la ciudad jebusea, elevada sobre el monte Sión al menos desde comienzos del segundo milenio a.C. (2Sa 5:9).