Ester  4 La Biblia (Serafín de Ausejo, 1975) | 17 versitos |
1 Cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestiduras, se vistió de cilicio y se cubrió de ceniza, salió por toda la ciudad, clamó con grandes y amargos clamores,
2 y llegó hasta delante de la puerta del rey, pues nadie podía entrar por la puerta del rey vestido de cilicio.
3 En cada una de las provincias, allí donde llegaban la orden y el decreto del rey, había entre los judíos gran duelo y ayuno y llanto y lamentaciones; y muchos se acostaban sobre cilicio y ceniza.
4 Las doncellas de Ester y sus eunucos entraron a comunicárselo; y la reina sintió inmensa angustia. Mandó vestidos para que se los pusiera Mardoqueo, quitándose el cilicio; pero él no los aceptó.
5 Llamó Ester a Hatak, uno de los eunucos que el rey había puesto a su servicio, y le dio la orden de ir adonde estaba Mardoqueo, para averiguar qué era aquello y a qué era debido.
6 Sálió Hatak hacia donde estaba Mardoqueo, a la plaza de la ciudad que había delante de la puerta del rey.
7 Mardoqueo le contó lodo lo que había sucedido, y la cantidad exacta de plata que Hamán se había propuesto entregar al erario del rey por el exterminio de los judíos.
8 Le dio también copia del texto del decreto que para el exterminio de los mismos se había promulgado en Susa, a fin de que se lo hiciera ver a Ester y la pusiera al tanto de todo. Y le mandaba que se presentara al rey para pedirle gracia y para interceder ante él en favor de su pueblo.

Acuérdate le mandó a decir de los días de tu humillación y de cómo fuiste alimentada por mi mano. Porque Hamán, el segundo después del rey, ha hablado contra nosotros para procurar nuestra muerte. Invoca al Señor y habla al rey en favor nuestro. ¡Líbranos de la muerte!

9 Llegó Hatak y refirió a Ester las palabras de Mardoqueo.
10 Ester mandó a Hatak para que dijera a Mardoqueo:
11 Todos los servidores del rey y el pueblo de todas sus provincias saben que hay una ley suya, en virtud de la cual todo hombre o mujer que se presente ante el rey, en el atrio interior, sin haber sido llamado, es condenado a muerte; sólo se salva aquel hacia quien el rey tiende su cetro de oro. Yo no he sido llamada para presentarme al rey desde hace treinta días.
12 Comunicaron a Mardoqueo las palabras de Ester,
13 y Mardoqueo hizo llevar a Ester esta respuesta: No te imagines que, en la casa del rey, te vas a ver libre tú sola entre todos los judíos.
14 Porque, si en esta ocasión callas en absoluto, la salvación y la liberación surgirán para los judíos de alguna otra parte; pero tú y la casa de tu padre pereceréis. Y ¿quién sabe si no has llegado a la realeza precisamente para una ocasión como ésta?
15 Ester mandó llevar esta respuesta a Mardoqueo:
16 Ve y reúne a todos los judíos que se encuentran en Susa y ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días, ni de día ni de noche. También yo y mis doncellas ayunaremos igualmente. Y así, aun en contra de la ley, me presentaré al rey. Y si tengo que morir, moriré.
17 Mardoqueo se fue e hizo enteramente tal como Ester le había mandado.

Y oró al Señor, recordando todas sus maravillas, y dijo:
¡Señor, Señor, Rey omnipotente! Bajo tu poder está todo el universo y no hay quien pueda oponerse a ti cuando tú quieres salvar a Israel.
Porque tú hiciste el cielo y la tierra y todo cuanto hay de admirable bajo el cielo. Tú eres Señor de todas las cosas y no hay quien a ti te resista, Señor.
Tú todo lo conoces. Tú sabes, Señor, que no por altivez ni por orgullo ni por vanagloria, rechacé el postrarme ante el soberbio Hamán; porque dispuesto estaba yo a besar las plantas de sus pies por la salvación de Israel.
Pero yo no lo hice, para no poner la gloria de un hombre por encima de la gloria de Dios; y a nadie adoraré fuera de ti, Señor mío, aunque el no hacerlo no es por orgullo.
Y ahora, Señor, Dios Rey, Dios de Abraham, perdona a tu pueblo, porque están maquinando cómo exterminarnos, y están deseando que perezca lo que es tu heredad desde el principio.
No descuides esta tu porción, la que para ti rescataste de la tierra de Egipto.
Escucha mi plegaria y muéstrate propicio a tu heredad; convierte nuestro duelo en regocijo, para que, viviendo, cantemos himnos a tu nombre, Señor, y no cierres la boca de los que te alaban.
Y todo Israel clamó con toda su fuerza, porque tenían la muerte a la vista.
La reina Ester, presa de angustia mortal, buscó refugio en el Señor. Y despojándose de sus magníficos vestidos, se vistió con los de aflicción y duelo. Y en vez de exquisitos perfumes, cubrió su cabeza de ceniza y de polvo. Humilló duramente su cuerpo; y con sus descuidados cabellos sustituyó todo su radiante tocado. Y oraba al Señor, Dios de Israel, diciendo:
Señor mío, Rey nuestro, tú eres único. Socórreme a mí que estoy sola y no tengo otro auxilio sino a ti; porque me amenaza de cerca el peligro.
Yo oí desde mi infancia en la tribu de mis padres que tú, Señor, escogiste a Israel de entre todas las naciones, y a nuestros padres de entre todos sus antepasados como herencia eterna, y que hiciste por ellos cuanto les dijiste.
Ahora hemos pecado delante de ti, y por eso nos has entregado en manos de nuestros enemigos, pues habíamos dado gloria a sus dioses. ¡Justo eres, Señor!
Y aún no quedaron contentos con lo amargo de nuestra esclavitud, sino que han puesto sus manos en las manos de sus ídolos, para borrar el decreto de tu boca y exterminar tu heredad; para cerrar la boca de quienes te alaban y extinguir la gloria de tu casa y de tu altar;
para abrir con ello la boca de las gentes, a fin de que celebren las proezas de sus ídolos y hacer que sea honrado para siempre un rey de carne.
No entregues, Señor, tu cetro a los que nada son, y que no se burlen de nuestra caída; antes vuelve contra ellos su designio y manda un escarmiento al hombre que se alzó contra nosotros.
Acuérdate, Señor, y date a conocer en el tiempo de nuestra aflicción; y dame a mí valor. Rey de los dioses y dominador de toda potestad.
Pon palabras armoniosas en mi boca cuando yo esté en presencia del león, y cambia el odio de su corazón contra aquél que nos hace la guerra, para ruina suya y la de quienes piensan como él.
Líbranos por tu mano y ayúdame a mí, que estoy sola y no tengo, Señor, sino a ti.
Tú todo lo conoces, y sabes que odio la gloria de los impíos, y que abomino el lecho de los incircuncisos y el de todo extranjero.
Tú sabes lo violento de mi situación: abomino el emblema de mi encumbramiento que llevo en mi cabeza al presentarme en público. Lo abomino como paño de inmundicia menstrual, y no lo llevo en los días de mi descanso.
Tu esclava no ha comido a la mesa de Hamán y no ha tenido a honra el banquete del rey, ni ha bebido el vino de las libaciones.
Tu esclava no ha tenido alegría desde su encumbramiento hasta ahora mismo, sino sólo en ti, Señor, Dios de Abraham.
¡Oh Dios que tienes poder sobre todos! Escucha la voz de los que están sin esperanza. Líbranos del poder de los malvados. Y líbrame a mí de mi temor.


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Introducción a Ester 

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Fuente: Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)

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Notas