Job  9 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 35 versitos |
1 Job respondió, diciendo:
2 Sí, yo sé muy bien que es así: ¿cómo un mortal podría tener razón contra Dios?
3 Si alguien quisiera disputar con él, no podría responderle ni una vez entre mil.
4 Su corazón es sabio, su fuerza invencible: ¿quién le hizo frente y se puso a salvo?
5 El arranca las montañas sin que ellas lo sepan y las da vuelta con su furor.
6 El remueve la tierra de su sitio y se estremecen sus columnas.
7 El manda al sol que deje de brillar y pone un sello sobre las estrellas.
8 El solo extiende los cielos y camina sobre las crestas del mar.
9 El crea la Osa Mayor y el Orión, las Pléyades y las Constelaciones del sur.
10 El hace cosas grandes e inescrutables, maravillas que no se pueden enumerar.
11 El pasa junto a mí, y yo no lo veo; sigue de largo, y no lo percibo.
12 Si arrebata una presa, ¿quién se lo impedirá o quién le preguntará qué es lo que hace?
13 Dios no reprime su furor: los secuaces de Rahab yacen postrados a sus pies.
14 ¡Cuánto menos podría replicarle yo y aducir mis argumentos frente a él!
15 Aún teniendo razón, no podría responder y debería implorar al que me acusa.
16 Aunque lo llamara y él me respondiera, no creo que llegue a escucharme.
17 El me aplasta por una insignificancia y multiplica mis heridas sin razón.
18 No me da tregua ni para tomar aliento, sino que me sacia de amarguras.
19 Si es cuestión de fuerza, él es el más fuerte; si de justicia, ¿quién podría emplazarlo?
20 Si tengo razón, por mi propia boca me condena; si soy íntegro, me declara perverso.
21 ¡Yo soy un hombre íntegro: nada me importa de mí mismo y siento desprecio por mi vida!
22 ¡Todo es igual! Por eso digo: "El extermina al íntegro y al malvado".
23 Si un azote siembra la muerte de improviso, se ríe de la desesperación de los inocentes.
24 Si un país cae en manos de un malvado, pone un velo sobre el rostro de los jueces: si no es él, ¿quién otro puede ser?
25 Mis días pasan más rápido que un corredor, huyen sin ver la felicidad.
26 Se deslizan como barcas de junco, como un águila que se lanza sobre su presa.
27 Si pienso: "Voy a olvidarme de mis quejas, voy a poner buena cara y sonreír".
28 me asalta el terror por todos mis pesares, sabiendo que tú no me absuelves.
29 Seré juzgado culpable, ¿para qué entonces fatigarme en vano?
30 Aunque me lavara con nieve y purificara mis manos con potasa,
31 tú me hundirías en el fango y hasta mi ropa sentiría abominación por mí.
32 ¡No, él no es un hombre como yo, para responderle y comparecer juntos en un juicio!
33 ¡Si hubiera al menos un árbitro entre nosotros, que pusiera su mano sobre los dos,
34 para que Dios aparte su vara de mí y no me atemorice su terror!
35 Entonces le hablaría sin temor, porque estoy convencido de que no soy así.

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Job  9,1-35

13. Según la mitología antigua, "Rahab" era uno de esos monstruos vencidos por el Dios creador cuando hizo reinar el orden en medio del caos original.