Lucas 19 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 48 versitos |
1 Y habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. *
2 Y he aquí que un hombre llamado por nombre Zaqueo, que era jefe de publícanos y estaba rico,
3 buscaba cómo ver quién era Jesús, y no lo lograba a causa del gentío, por ser pequeño de estatura.
4 Y echando a correr hasta ponerse delante, se subió a un sicómoro para verle, pues debía pasar por allí.
5 En llegando a aquel sitio, Jesús, alzando la vista, le dijo: Zaqueo, date prisa en bajar, porque hoy he de parar en tu casa.
6 Bajó a toda prisa, y le recibió gozoso.
7 Viendo esto, murmuraban todos, diciendo: Entró a hospedarse en casa de un hombre pecador.
8 De pie Zaqueo, dijo al Señor: Mira, Señor: la mitad de mis bienes doy a los pobres, y si algo defraudé a alguno, le restituyo el cuadruplo.
9 Díjole Jesús: Hoy vino la salud a esta casa, por cuanto también él es hijo de Abrahán;
10 porque vino el Hijo del hombre a buscar y salvar lo que había perecido.
11 Oyendo ellos esto, prosiguió proponiéndoles una parábola con motivo de estar él cerca de Jerusalén y creer ellos que luego en seguida se había de manifestar el reino de Dios. *
12 Dijo, pues: Cierto hombre de noble linaje se partió para un país lejano con el fin de asegurarse la posesión de un reino y volver luego. *
13 Y habiendo llamado a diez siervos suyos, les entregó diez minas, y les dijo: Negociad en tanto que vuelvo.
14 Pero sus ciudadanos le aborrecían y enviaron una embajada tras él, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros.
15 Y acaeció, al volver él después de recibido el reino, que ordenó fuesen llamados a su presencia aquellos siervos a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto habían granjeado cada uno.
16 Se presento el primero, diciendo: Señor, tu mina ha producido diez minas.
17 Díjole: Bien, siervo bueno; puesto que en cosa muy pequeña has sido fiel, te doy autoridad sobre diez ciudades.
18 Vino el segundo, diciendo: Tu mina, Señor, ha rendido cinco minas.
19 Dijo también a éste: También tú gobierna cinco ciudades.
20 Y el otro vino diciendo: Señor, ahí tienes tu mina, que tenía guardada en un sudadero,
21 porque tenía miedo de ti, pues eres hombre exigente; tomas lo que no depositaste y siegas lo que no sembraste.
22 Dícele: De tu propia boca te juzgo, siervo perverso. ¿Sabías que yo soy hombre exigente, que tomo lo que no deposité y siego lo que no sembré?
23 Y ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco, y yo, al venir, le hubiera cobrado con los intereses?
24 Y dijo a los presentes: Quitad a ése la mina y dadla al que tiene diez minas.
25 Dijéronle: Señor, ya tiene diez minas.
26 Os digo que a todo el que tiene se le dará, y al que no tiene, aun eso que tiene le será quitado.
27 Y en cuanto a aquellos enemigos míos que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traédmelos acá y degolladlos en mi presencia. *
28 Y dicho esto, caminaba delante de todos, subiendo a Jerusalén.
29 Y aconteció que, al acercarse a Betfage y Betania, a la falda del monte llamado de los Olivos, envió dos de los discípulos,
30 diciendo: Id a la aldea que está enfrente, en la cual, así que entréis, hallaréis un pollino atado, sobre el cual ningún hombre se sentó jamás; y desatándolo, traedlo acá.
31 Y si alguno os preguntare: «¿Por qué lo desatáis?», le diréis así: «Porque el Señor tiene necesidad de él».
32 Habiendo ido los enviados, hallaron como les había dicho.
33 Y mientras ellos desataban el pollino, les dijeron sus amos: ¿Por qué desatáis el pollino?
34 Ellos dijeron: Porque el Señor tiene necesidad de él.
35 Y lo llevaron a Jesús, y echando sus mantos encima del pollino, hicieron montar a Jesús.
36 Y según que iba avanzando, tendían sus mantos en el camino.
37 y cuando él se acercaba ya al descenso del monte de los Olivos, toda la muchedumbre de los discípulos comenzaron gozosos a alabar a Dios con grandes voces por todos los prodigios que habían visto,*
38 diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! (Sal 117:26). ¡Paz en el cielo y gloria en las supremas alturas!
39 Y algunos de los fariseos de entre la turba le dijeron: Maestro, increpa a tus discípulos.
40 Y respondiendo, dijo: Os digo que, si éstos callaren, las piedras clamarán.
41 Y cuando estuvo cerca, viendo la ciudad, lloró sobre ella, diciendo:*
42 ¡Si conocieras también tú en este día lo que lleva a la paz! Mas ahora se ocultó a tus ojos.*
43 Porque vendrán días sobre ti en que levantarán una valla tus enemigos contra ti, y te cercarán y te estrecharán por todas partes,
44 y te arrasarán y estrellarán a tus hijos en ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, en razón de no haber conocido el tiempo de tu visitación.
45 Y habiendo entrado en el templo, comenzó a echar a los que vendían,
46 diciéndoles: Escrito está: «Y será mi casa de oración» (Is 56:7); mas vosotros la hicisteis «cueva de ladrones» (Jer 7:11).
47 Y estábase cada día enseñando en el templo; y los sumos sacerdotes y los escribas buscaban manera de acabar con él, y también los primates del pueblo;
48 y no atinaban en lo que habían de hacer, pues el pueblo todo, oyéndole, estaba pendiente de sus labios.

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Introducción a Lucas




EVANGELIO DE
SAN LUCAS

EL AUTOR. — Un antiquísimo prólogo a los Evangelios escribe: «Lucas, de nación siró, antioqueno, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, después siguió a Pablo». En el libro de los Hechos, sin nombrarse, habla repetidas veces de sí usando el plural «nosotros». La primera mención de este «nosotros» ocurre ya, probablemente (según el llamado texto occidental), en Hch_11:27-28 , por estas palabras: «Por aquellos días bajaron de Jerusalén unos profetas a Antioquia, y había grande alegría. Estando nosotros reunidos, levantándose uno de ellos por nombre Agabo…». Esto acontecía hacia el año 40. Y si así es, San Lucas pertenecía a la primera generación de los fieles antioquenos, amaestrados, si no conquistados, por Bernabé. En otras tres ocasiones habla de sí el autor de los Hechos: en el viaje de Tróade a Filipos, durante la segunda misión de San Pablo ( Hch_16:10-17 ); en e' viaje de Filipos a Jerusalén, al fin de la tercera misión ( Hch_20:5-15 ; Hch_21:1-18 ), y en el viaje de Cesárea a Roma ( Hch_27:1-44 ; Hch_28:1-16 ). Durante su primera prisión romana dos veces menciona San Pablo a San Lucas, llamándole su colaborador y médico querido ( Col_4:14 ; Flm_1:24 ). Y en su última prisión, en vísperas de su martirio, recuerda el Apóstol, agradecido, que «sólo Lucas está con él» ( 2Ti_4:11 ).

Su OBRA. — El evangelista médico pudo haber hecho con Bernabé o con Pablo, cuya predicación oral se proponía consignar por escrito, lo que Marcos había hecho no mucho antes con San Pedro: reproducirla simplemente. Mas su cultura helénica le inspiró otros pensamientos, humanamente más altos.

Lucas no había visto al Señor: para conocer su obra y su doctrina hubo de apelar a informaciones ajenas. Y lo hizo en grande escala. Lo que uno ignoraba o no recordaba, lo sabía o recordaba otro. La base o punto de referencia de todos estos datos recogidos era la catequesis oral de Bernabé y de Pablo, que era para Lucas la fuente principal de sus informaciones. Tal es en Lucas la manera característica de enfocar el Evangelio oral: no como obra ya hecha y acabada, sino como documento informativo o fuente de una obra más vasta.

Ya en este acopio de datos y uso de las fuentes se muestra Lucas original. Adquiere nuevo relieve esta originalidad con la composición u ordenación sistemática del material recogido, con las notas cronológicas, que conectan la vida del Salvador con la historia universal; con la sobria elegancia de su lengua y estilo, unida a la más escrupulosa fidelidad en reproducir los documentos históricos.

Otras cualidades pudieran mencionarse que caracterizan la obra de San Lucas, entre las cuales no ocupa el último lugar aquel espíritu de suavidad y delicadeza que le ha merecido el título de
Scriba mansuetudinis Christi.

DESTINATARIOS Y OBJETO. — San Lucas dedica su Evangelio al «excelentísimo Teófilo» (1:3), hombre ilustre recién convertido al cristianismo; pero en realidad se dirige a las iglesias fundadas por San Pablo, principalmente a los fieles venidos de la gentilidad, pero sin olvidar a los judíos. El fin que se propone en la redacción de su Evangelio exprésalo él mismo en el prólogo: «para que reconozcas la firmeza de las enseñanzas que recibiste» (1:4). Más generalmente, la tesis del tercer Evangelio es la universalidad de la salud por Cristo; es el tema de la Epístola de San Pablo a los Romanos: El Evangelio «es una fuerza de Dios ordenada a la salud para todo el que cree» (1:16). Si el Evangelio de San Mateo podría llamarse mesiánico; el de San Marcos, taumatúrgico; el de San Juan, teológico; el de San Lucas es el soteriológico por antonomasia.

ORDEN. — Promete San Lucas escribir su Evangelio «por su orden» (1:3). Este «orden», acorde generalmente con el de San Marcos, es, sin duda, cronológico; mas no es esto precisamente lo que él quiere expresar, sino más bien, como él mismo lo declara en el prólogo, «el trabajo de coordinar [sistemáticamente] una narración»
(1:1). Semejante ordenación lleva consigo algunas veces ciertas inversiones cronológicas. Las más características son ciertas anticipaciones en razón de concluir o redondear una materia antes de pasar a otra diferente. Ejemplo típico de este procedimiento de anticipación es la relación de la prisión de Juan Bautista (3:19-20) antes del relato del bautismo de Jesús (3:21-22), en que ya no se menciona a Juan.

LA LENGUA. — El griego usado por San Lucas es más castizo y elegante que el de los otros evangelistas. Su prólogo es un período cuadrimembre, harmónicamente construido, que recuerda el de Dioscórides a su obra médica. Pero más que por su relativa elegancia interesa la lengua de San Lucas en cuanto es sello de autenticidad y garantía de verdad y escrupulosidad histórica. Su tecnicismo médico señala como autor al «médico querido», compañero de San Pablo. Sus frecuentes términos paulinos delatan al discípulo y colaborador del grande Apóstol. Razón, pues, tiene la tradición cristiana cuando afirma que el autor del tercer Evangelio es Lucas, el médico y discípulo de San Pablo. Más interesantes son todavía los numerosos aramaísmos , que tan rudamente contrastan con el lenguaje que usa San Lucas cuando escribe por su cuenta. Estos aramaísmos son efecto de su escrupulosa fidelidad en utilizar los documentos o en traducir las informaciones oídas en arameo. El tránsito brusco del elegantísimo prólogo a los aramaísmos de los dos primeros capítulos acreditan la verdad histórica del tercer Evangelio.

Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Lucas 19,1-10

Están interesante como instructivo seguir los variados sentimientos que se fueron sucediendo rápidamente en el corazón de Zaqueo: su deseo inicial, casi infantil, de ver a Jesús; sus fracasados conatos por lograrlo; el vuelco que le dio el corazón al verle pararse delante del sicómoro; el gozo con que le recibió en su casa; los generosos propósitos de vida mejor. No fue menor el gozo de Jesús al ver las excelentes disposiciones de este verdadero hijo de Abrahán. Las mezquinas murmuraciones de la turba no hicieron sino subrayar el hecho de que los publicanos se les adelantaban en entrar en el reino de Dios. Un dato, muy honroso para Zaqueo, merece recogerse. Sus propósitos de restituir el cuádruple de lo que eventualmente pudiera haber defraudado eran irrealizables si sólo el 10 por 100 de sus riquezas hubieran sido mal adquiridos: indicio inequívoco de la extraordinaria honradez de aquel alcabalero.


Lucas 19,11

Se consignan las circunstancias históricas de la parábola y el motivo que tuvo Jesús al proponerla: calmar o desacreditar las impaciencias o fantasías de los que creían inminente una manifestación mesiánica espectacular.


Lucas 19,12

CIERTO HOMBRE DE NOBLE LINAJE: este rasgo y bastantes otros de la parábola son alusiones al viaje de Arquelao a Roma y a las gestiones que allí hizo en razón de asegurarse el reino heredado de su padre Herodes.


Lucas 19,12-26

Esta parábola de las minas es semejante a la de los talentos, que en San Mateo (Mat_25:14-30) forma parte de la Apocalipsis sinóptica. Son, con todo, dos parábolas distintas. Si bien su moraleja es parecida, la imagen parabólica es demasiado diferente para que se las pueda confundir.


Lucas 19,27

Alusión a las atroces represalias de Arquelao contra sus enemigos.


Lucas 19,37

AL DESCENSO DEL MONTE DE LOS OLIVOS: el camino de Betania a Jerusalén sube por la vertiente oriental del Olívete, para bajar luego por su vertiente occidental. La proximidad de la santa ciudad, que iba a presentarse de repente ante sus ojos, determinó esta explosión del entusiasmo popular.


Lucas 19,41

VIENDO LA CIUDAD, LLORÓ SOBRE ELLA: la vista de Jerusalén, que había provocado los entusiasmos de los discípulos, arranca lágrimas al Maestro. Son conmovedoras, y reveladoras, estas lágrimas del triunfador.


Lucas 19,42-44

Elegía profética de la catástrofe de Jerusalén. La perdición del hombre es efecto no de la iniciativa de Dios, sino de la culpable ceguedad de aquél, que voluntariamente cierra los ojos para no conocer el tiempo de la divina visitación.