Juan  11 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 57 versitos |
1 Había un enfermo, Lázaro de Betania, la aldea de María y Marta, su hermana. *
2 Era María la que había ungido con perfume al Señor y enjugado sus pies con sus propios cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba ahora enfermo. *
3 Enviaron, pues, las hermanas a él un recado, diciendo: Señor, mira, el que amas está enfermo. *
4 Oído esto, Jesús dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios.
5 Estimaba Jesús a Marta y a su hermana y a Lázaro.
6 Como oyó, pues, que estaba enfermo, por entonces quedó aún dos días en el lugar donde estaba; *
7 luego, tras esto, dice a los discípulos: Vamos a la Judea otra vez.
8 Dícenle los discípulos: Maestro, ahora trataban de apedrearte los judíos, ¿y otra vez vas allá?
9 Respondió Jesús: ¿No son doce las horas del día? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; *
10 mas si uno camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.
11 Esto dijo, y tras eso les dice: Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarle.
12 Dijéronle, pues, los discípulos: Señor, si duerme, sanará.
13 Jesús había hablado de su muerte, mas ellos pensaron que hablaba del sueño natural.
14 Entonces, pues, díjoles Jesús abiertamente: Lázaro murió,
15 y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vamos a él. *
16 Dijo, pues, Tomás, el llamado Dídimo (o Mellizo), a los condiscípulos: Vamos también nosotros para morir con él.
17 Venido, pues, Jesús, le halló que llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
18 Estaba Betania cerca de Jerusalén, como a unos quince estadios.
19 Muchos de los judíos habían venido a Marta y María para darles el pésame de su hermano.
20 Marta, pues, así que oyó que Jesús llegaba, le fue a encontrar; María, en tanto, quedaba en casa.
21 Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si estuvieras aquí, no se hubiera muerto mi hermano;
22 no obstante, ahora sé que cuanto pidieres a Dios, Dios te lo otorgará.
23 Dícela Jesús: Resucitará tú hermano.
24 Dícele Marta: Sé que resucitará cuando la resurrección universal el último día.
25 Díjola Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aun cuando se muera, vivirá; *
26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
27 Dícele: Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que viene al mundo.
28 Y habiendo dicho esto, se fue y llamó secretamente a María, su hermana, diciendo: El Maestro está aquí y te llama. *
29 Ella, como lo oyó, se levanta al instante y se va para él.
30 Todavía Jesús no había llegado a la aldea, sino estaba aún en el sitio donde Marta le había encontrado.
31 Los judíos, pues, que se hallaban con ella en la casa y la consolaban, viendo que María se levantó de presto y salió, siguieron tras ella, pensando que se iba al sepulcro para llorar allí.
32 María, pues, como vino a donde estaba Jesús, en viéndole, se le echó a los pies, diciéndole: Señor, si estuvieras aquí, no se me hubiera muerto el hermano.
33 Jesús, pues, como la vio llorar, y que lloraban también los judíos que con ella habían venido, se estremeció en su espíritu y se conturbó, *
34 y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Dícenle: Señor, ven y lo verás.
35 Lloró Jesús.
36 Decían, pues, los judíos: Mira cómo le quería.
37 Mas algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos del ciego, hacer que también éste no muriese?
38 Jesús, pues, estremeciéndose otra vez en su interior, se dirige al sepulcro. Era éste una cueva, sobre la cual había una losa puesta.*
39 Dice Jesús: Quitad la piedra. Dícele Marta, la hermana del difunto: Señor, ya huele mal, que es muerto de cuatro días.
40 Dícele Jesús: ¿No te dije que, si creyeres, verás la gloria de Dios?
41 Quitaron, pues, la piedra. Jesús alzó sus ojos al cielo y dijo: Padre, gracias te doy porque me oíste.
42 Yo ya sabía que siempre me oyes; mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste.
43 Y dicho esto, con voz poderosa clamó: Lázaro, ven afuera. *
44 Y salió el difunto atado de pies y manos con vendas, y su rostro estaba envuelto en un sudario. Díceles Jesús: Desatadle y dejadle andar.
45 Muchos, pues, de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que hizo, creyeron en él.
46 Mas algunos de entre ellos se fueron a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
47 Convocaron, pues, los sumos sacerdote y los fariseos el sanhedrín, y decían: ¿Qué hacemos?, pues ese hombre obra muchas maravillas.
48 Si le dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y arruinarán nuestro templo y nuestra nación.
49 Uno de ellos, Caifas, que era aquel año sumo sacerdote, les dijo: Vosotros no sabéis nada,
50 ni reflexionáis que os interesa que muera un solo hombre por el pueblo y que no perezca toda la nación. *
51 Esto dijo no por su propio impulso, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación, *
52 y no por la nación solamente, sino para que los hijos de Dios que estaban dispersos los juntase en uno.
53 A partir, pues, de aquel día, resolvieron hacerle morir.
54 Jesús, pues, no se presentaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región vecina al desierto, a la ciudad llamada Efrén, y allí moraba con sus discípulos. *
55 Se aproximaba ya la Pascua de los judíos, y subieron muchos del país a Jerusalén antes de la Pascua con el fin de purificarse.
56 Buscaban, pues, a Jesús, y se decían unos a otros estando en el templo: ¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?
57 Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que, si alguno supiese dónde estaba, le denunciase, a fin de apoderarse de él.

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Introducción a Juan 




EVANGELIO DE
SAN JUAN

EL AUTOR. — San Juan, discípulo del Bautista, fue uno de' los dos primeros que entraron en contacto con Jesús. Meses más tarde fue uno de los cuatro primeros llamados a seguir a Jesús como discípulos. Elegido luego entre los Doce, mereció del Maestro especiales muestras de confianza. Pero sus dos mayores privilegios fueron el haber reclinado su cabeza sobre el corazón de Jesús y el haber sido el representante y prototipo de los espirituales hijos de Marta. Merece consignarse el hecho de que, hasta la dispersión de los Doce, Juan y Pedro forman como una bina inseparable. Después de la muerte de San Pablo se retiró a Efeso para hacerse cargo de las Iglesias del Asia proconsular. Relegado por Domiciano a la isla de Patmos, pudo poco después, en tiempo de Nerva, volver a Efeso, donde murió ya muy anciano, después del año 98. En la primitiva Iglesia era designado con el título de Juan el Presbítero, que luego se trocó en el de Juan el teólogo. Su OBRA. — En un principio, Juan adoptaría el esquema de predicación evangélica prefijado por Pedro. Mas pasaron los tiempos, y las herejías nacientes hicieron necesario completar el Evangelio sinóptico. El cambio sufrido por la predicación escrita de Pablo, desde las Epístolas a los Tesalonicenses hasta la Epístola a los Efesios, hubo de operarse a su modo en el Evangelio oral. Los que, como Juan, conocían personalmente el material evangélico, no necesitaron, como Lucas, de instrucciones complementarias, sino que, sacando del inagotable tesoro de su memoria, pudieron incorporarlas a la predicación oral. Trasladado precisamente al Asia proconsular, y concretamente a Efeso, en contacto con los destinatarios de las Epístolas a los Efesios y a los Colosenses, San Juan hubo de adaptar su Evangelio oral a la mentalidad de sus nuevos oyentes. Los hechos y dichos omitidos por los Sinópticos, señaladamente la predicación del Señor en Jerusalén, parecieron a Juan responder admirablemente a las necesidades o preocupaciones de aquellas Iglesias. De ahí la nueva forma que tomó el Evangelio oral. Más tarde, ya fuera por propia iniciativa, ya por ruegos ajenos, se determinó a poner por escrito su Evangelio oral. Y bien porque su predicación oral se había ido desprendiendo gradualmente del material sinóptico, ya suficientemente conocido, bien porque, publicados los Evangelios sinópticos, no quiso repetir lo que en ellos estaba ya narrado, el hecho es que el Evangelio escrito de San Juan se mantiene al margen de la tradición sinóptica, que sólo incidentalmente toca para precisarla o completarla. CARÁCTER. — Habían pasado más de sesenta años desde la ascensión del Maestro. Con la constante predicación evangélica, y más aún con la profunda contemplación, Juan había convertido en sustancia propia el Evangelio. La palabra de Jesús se había encamado en la palabra de Juan, y la fusión de ambas palabras dio origen a la palabra personal, inimitable, del discípulo amado. Bajo el influjo transformador del Maestro, los relámpagos del «Hijo del trueno» se habían trocado en plácida luz de mediodía. Los ancianos viven de recuerdos, y Juan «el Anciano» vivía enteramente de los recuerdos del Maestro. Recuerdos de anciano, pero envueltos en una atmósfera de luz difusa y cálida. Realidad ideal, historia trascendente: tal es el cuarto Evangelio. Hechos que son signos, hechos que son palabra: tales son los que caracterizan la narración de Juan, en que se dan la mano historicidad y simbolismo. EL ESTILO. — Lo primero que llama la atención en el estilo de Juan es la atomización del pensamiento. En vez del período clásico, que señala la jerarquía de las frases y pone de relieve el pensamiento principal, nos hallamos con una serie desligada y casi anárquica de incisos, en que lo principal y lo secundario aparecen en un mismo plano.

Más, afortunadamente, todo ese embrollo no pasa de la corteza. A poco que se ahonde, pronto se encuentra el hilo conductor que nos guíe en ese laberinto. Aquellas frases vibrantes, expresión del pensamiento fundamental, repetidas, sabiamente distribuidas y progresivamente desarrolladas, comunican tal luz a todo el conjunto y tal relieve a sus partes, que, en virtud de este influjo, los diminutos incisos parece se buscan y llaman unos a otros, y se traban y se combinan jerárquicamente hasta construir períodos harmónicos, luminosos.

Pero estas repeticiones no se limitan a reproducir una frase, un pensamiento más o menos fundamental. Este sistema de repeticiones, en que a intervalos reaparece el mismo pensamiento, cada vez enriquecido con elementos nuevos, constituye una manera original de síntesis.

Tal es la ley, tal el principio sintético que regula el estilo de San Juan: es una especie de reproducción progresiva, una ondulación concéntrica del pensamiento, que, sin perder su fisonomía original, crece y se agranda. Colocados en el centro mismo, obtenemos la presencia simultánea de toda la verdad y de todas las fases de su desenvolvimiento en nuestro espíritu.
ORDEN Y PLAN. — El orden del cuarto Evangelio es estrictamente cronológico. Habla explícitamente de tres Pascuas, que encuadran la vida pública de Jesús; y si la fiesta mencionada en 5:1 no es otra Pascua, presupone una Pascua intermedia entre 2:13 y 6:4. Suponer una inversión de los capítulos 5 y 6 es un recurso indocumentado. El cuarto Evangelio es un choque entre la luz y las tinieblas. De ahí la división en dos partes: lucha verbal (1:12), lucha sangrienta (13:21). La luz triunfa de las tinieblas con la difusión de sus claridades doctrinales y con la resurrección a vida eterna.



Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Juan  11,1

BETANIA distaba de Jerusalén unos 15 estadios, es decir, de dos a tres kilómetros.


Juan  11,2

LA QUE HABÍA UNGIDO: parece una alusión a la unción de la mujer pecadora de que habla San Lucas (Luc_7:37-38). Si así es, habrá de identificarse María de Betania con la anónima pecadora. Otros traducen LA QUE UNGIÓ, y creen que se alude proféticamente a la unción de que luego (Jua_12:3) habla el mismo San Juan.


Juan  11,3

SEÑOR, MIRA, EL QUE AMAS ESTÁ ENFERMO: ejemplo del modo de orar que llaman de insinuación . Glosa San Agustín: «Basta que lo sepas; pues no sabes amar y desamparar».


Juan  11,6

QUEDÓ AÚN DOS DÍAS: dice San Agustín: «Dilató el sanar para poder resucitar».

|| EN EL LUGAR DONDE ESTABA: «al otro lado del Jordán…, donde Juan habla estado primero bautizando» (Jua_10:40).


Juan  11,9-10

Hay en estas palabras una doble comparación. Como SON DOCE LAS HORAS DEL DÍA, así están fijados los días de mi vida; y como, si UNO CAMINA DE DÍA, NO TROPIEZA, así puedo yo ahora ir sin peligro a la Judea.


Juan  11,15

ME ALEGRO DE NO HABER ESTADO ALLÍ: confiesa el Señor su debilidad, que, de estar allí, no hubiera resistido a las lágrimas de las dos hermanas.


Juan  11,25

Yo SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA: es la diánoia o significación trascendental del milagro que va a obrar. No están reñidos historicidad y simbolismo.


Juan  11,28

TE LLAMA: sin duda que el Maestro había dado a Marta este encargo, aun cuando no lo exprese el evangelista.


Juan  11,33

SE ESTREMECIÓ: la múltiple ciencia sobrenatural que poseía no impedía en el Salvador que la sensibilidad se excitase normalmente en todo lo que no argüía imperfección moral.


Juan  11,38

Las cuevas sepulcrales eran de dos maneras. Cuando la roca se levantaba, se excavaban lateralmente; cuando el terreno rocoso era llano, se excavaban verticalmente o hacia abajo. El sepulcro de Lázaro, probablemente de este segundo tipo, sería una cavidad subterránea, sobre cuya entrada HABÍA UNA LOSA PUESTA.


Juan  11,42

Antes de obrar este milagro, el mayor de cuantos obró en su vida mortal, quiere Jesús subrayar su valor apologético. La verdad histórica del milagro iba a ser patente; no menos patente sería su verdad filosófica; lo que Jesús quiso recalcar fue su verdad teológica. Al presentar Jesús este milagro como argumento decisivo de su mesianidad comprometía la verdad de Dios, que en tales circunstancias no podía refrendar con el milagro las pretensiones de un falso Mesías.


Juan  11,50

Se invoca la razón de estado para atropellar la justicia. Mas la justicia atropellada arruina, al fin, los estados.


Juan  11,51-52

Caifás dijo más que supo. Instrumento inconsciente de Dios, es decir, movido por cierto instinto profético, no por el carisma de la verdadera profecía, como advierte Santo Tomás (2-2q.173 a.4), PROFETIZÓ QUE JESÚS HABÍA DE MORIR por la salud de los judíos y de todos los hombres.


Juan  11,54

EFRÉN O Efraím (llamada también Ofra, Efrón…, hoy Tayebeh) dista de Jerusalén, hacia el NE., 20 millas romanas (unos 30 kilómetros), a unos siete kilómetros al NE. de Betel.