Juan  17 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 26 versitos |
1 Estas cosas habló Jesús, y alzando sus ojos al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti;*
2 según que le diste el señorío sobre toda carne, para que a todo lo que le has dado, a éstos dé vida eterna.
3 Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el solo Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesu-Cristo.
4 Yo te glorifiqué sobre la tierra, consumando la obra que tú me habías encomendado hacer;
5 y ahora glorifícame tú, Padre, cabe ti mismo con la gloria que cabe ti yo tenía antes que el mundo fuese.
6 Manifesté tu nombre a los hombres que me diste del mundo, tuyos eran, y tú me los diste; y tu palabra han guardado. *
7 Ahora han conocido que todo cuanto me has dado de ti viene:
8 pues las palabras que me confiaste, yo las he comunicado a ellos, y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que de ti salí, y creyeron que tú me enviaste.
9 Por ellos yo ruego: no por el mundo ruego, sino por aquellos que me has encomendado, pues tuyos son;
10 y mis cosas todas tuyas son, y las tuyas mías; y he sido glorificado en ellos.
11 Y desde ahora no estoy en el mundo, y éstos quedan en el mundo y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, esto que tú me has dado, para que sean uno como nosotros.
12 Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre: a los que me has dado, los custodié; y ninguno de ellos pereció, sino el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpla.
13 Mas ahora voy a ti; y digo estas cosas estando en el mundo para que tengan mi gozo cumplido dentro de sí.
14 Yo les he comunicado tu palabra, y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como ni yo soy del mundo.
15 No pido que los saques del mundo, sino que los preserves del malo.
16 No son del mundo, como ni yo soy del mundo.
17 Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. *
18 Como tú me enviaste al mundo, yo también los envié al mundo.
19 Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad.
20 No ruego por éstos solamente, sino también por los que crean en mí por medio de su palabra;*
21 que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos en nosotros sean uno, para que el mundo crea que tú me enviaste.
22 Y yo les he comunicado la gloria que tú me has dado, para que sean uno como nosotros somos uno. *
23 Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad; para que conozca el mundo que tú me enviaste y les amaste a ellos como me amaste a mí.
24 Padre, lo que me has dado, quiero que, donde estoy yo, también ellos estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. *
25 Padre justo; y el mundo no te conoció. Mas yo te conocí; y éstos también conocieron que tú me enviaste.
26 Y yo les manifesté tu nombre, y se lo manifestaré, para que el amor con que me amaste sea en ellos, ¡y yo en ellos!

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Introducción a Juan 




EVANGELIO DE
SAN JUAN

EL AUTOR. — San Juan, discípulo del Bautista, fue uno de' los dos primeros que entraron en contacto con Jesús. Meses más tarde fue uno de los cuatro primeros llamados a seguir a Jesús como discípulos. Elegido luego entre los Doce, mereció del Maestro especiales muestras de confianza. Pero sus dos mayores privilegios fueron el haber reclinado su cabeza sobre el corazón de Jesús y el haber sido el representante y prototipo de los espirituales hijos de Marta. Merece consignarse el hecho de que, hasta la dispersión de los Doce, Juan y Pedro forman como una bina inseparable. Después de la muerte de San Pablo se retiró a Efeso para hacerse cargo de las Iglesias del Asia proconsular. Relegado por Domiciano a la isla de Patmos, pudo poco después, en tiempo de Nerva, volver a Efeso, donde murió ya muy anciano, después del año 98. En la primitiva Iglesia era designado con el título de Juan el Presbítero, que luego se trocó en el de Juan el teólogo. Su OBRA. — En un principio, Juan adoptaría el esquema de predicación evangélica prefijado por Pedro. Mas pasaron los tiempos, y las herejías nacientes hicieron necesario completar el Evangelio sinóptico. El cambio sufrido por la predicación escrita de Pablo, desde las Epístolas a los Tesalonicenses hasta la Epístola a los Efesios, hubo de operarse a su modo en el Evangelio oral. Los que, como Juan, conocían personalmente el material evangélico, no necesitaron, como Lucas, de instrucciones complementarias, sino que, sacando del inagotable tesoro de su memoria, pudieron incorporarlas a la predicación oral. Trasladado precisamente al Asia proconsular, y concretamente a Efeso, en contacto con los destinatarios de las Epístolas a los Efesios y a los Colosenses, San Juan hubo de adaptar su Evangelio oral a la mentalidad de sus nuevos oyentes. Los hechos y dichos omitidos por los Sinópticos, señaladamente la predicación del Señor en Jerusalén, parecieron a Juan responder admirablemente a las necesidades o preocupaciones de aquellas Iglesias. De ahí la nueva forma que tomó el Evangelio oral. Más tarde, ya fuera por propia iniciativa, ya por ruegos ajenos, se determinó a poner por escrito su Evangelio oral. Y bien porque su predicación oral se había ido desprendiendo gradualmente del material sinóptico, ya suficientemente conocido, bien porque, publicados los Evangelios sinópticos, no quiso repetir lo que en ellos estaba ya narrado, el hecho es que el Evangelio escrito de San Juan se mantiene al margen de la tradición sinóptica, que sólo incidentalmente toca para precisarla o completarla. CARÁCTER. — Habían pasado más de sesenta años desde la ascensión del Maestro. Con la constante predicación evangélica, y más aún con la profunda contemplación, Juan había convertido en sustancia propia el Evangelio. La palabra de Jesús se había encamado en la palabra de Juan, y la fusión de ambas palabras dio origen a la palabra personal, inimitable, del discípulo amado. Bajo el influjo transformador del Maestro, los relámpagos del «Hijo del trueno» se habían trocado en plácida luz de mediodía. Los ancianos viven de recuerdos, y Juan «el Anciano» vivía enteramente de los recuerdos del Maestro. Recuerdos de anciano, pero envueltos en una atmósfera de luz difusa y cálida. Realidad ideal, historia trascendente: tal es el cuarto Evangelio. Hechos que son signos, hechos que son palabra: tales son los que caracterizan la narración de Juan, en que se dan la mano historicidad y simbolismo. EL ESTILO. — Lo primero que llama la atención en el estilo de Juan es la atomización del pensamiento. En vez del período clásico, que señala la jerarquía de las frases y pone de relieve el pensamiento principal, nos hallamos con una serie desligada y casi anárquica de incisos, en que lo principal y lo secundario aparecen en un mismo plano.

Más, afortunadamente, todo ese embrollo no pasa de la corteza. A poco que se ahonde, pronto se encuentra el hilo conductor que nos guíe en ese laberinto. Aquellas frases vibrantes, expresión del pensamiento fundamental, repetidas, sabiamente distribuidas y progresivamente desarrolladas, comunican tal luz a todo el conjunto y tal relieve a sus partes, que, en virtud de este influjo, los diminutos incisos parece se buscan y llaman unos a otros, y se traban y se combinan jerárquicamente hasta construir períodos harmónicos, luminosos.

Pero estas repeticiones no se limitan a reproducir una frase, un pensamiento más o menos fundamental. Este sistema de repeticiones, en que a intervalos reaparece el mismo pensamiento, cada vez enriquecido con elementos nuevos, constituye una manera original de síntesis.

Tal es la ley, tal el principio sintético que regula el estilo de San Juan: es una especie de reproducción progresiva, una ondulación concéntrica del pensamiento, que, sin perder su fisonomía original, crece y se agranda. Colocados en el centro mismo, obtenemos la presencia simultánea de toda la verdad y de todas las fases de su desenvolvimiento en nuestro espíritu.
ORDEN Y PLAN. — El orden del cuarto Evangelio es estrictamente cronológico. Habla explícitamente de tres Pascuas, que encuadran la vida pública de Jesús; y si la fiesta mencionada en 5:1 no es otra Pascua, presupone una Pascua intermedia entre 2:13 y 6:4. Suponer una inversión de los capítulos 5 y 6 es un recurso indocumentado. El cuarto Evangelio es un choque entre la luz y las tinieblas. De ahí la división en dos partes: lucha verbal (1:12), lucha sangrienta (13:21). La luz triunfa de las tinieblas con la difusión de sus claridades doctrinales y con la resurrección a vida eterna.



Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Juan  17,1-5

Es necesario precisar el valor de los términos y su mutua conexión. El pensamiento fundamental es: GLORIFICA A TU HIJO, PARA QUE TU HIJO TE GLORIFIQUE A TI. Se pide la glorificación del Hijo para la glorificación del Padre. La razón y medida de esta glorificación comienza a expresarse en el versículo Jua_17:2: SEGÚN QUE LE DISTE EL SEÑORÍO SOBRE TODA CARNE, PARA QUE…DÉ VIDA ETERNA; es decir, conforme al poder universal de dar a los hombres la vida eterna, consistente en el conocimiento de Dios y de su Enviado.


Juan  17,1-26

Esta oración sacerdotal es como el Memento del Sumo Sacerdote cuando está ya para consumar el sacrificio de la redención.


Juan  17,6-19

El Maestro recomienda a sus discípulos (Jua_17:6-8), ruega por ellos (Jua_17:9-10), y pide al Padre que los guarde y preserve del malo (Jua_17:11-16) y los consagre en la verdad (Jua_17:17-19).


Juan  17,17-19

CONSÁGRALOS EN LA VERDAD: más literalmente, santifícalos en la verdad. Santificar es consagrar una cosa al servicio de Dios, disponiéndola para que entre dignamente en contacto o comunión con la divinidad. La santidad del A. T. era sombra y figura; la del Ñ. T. es realidad y VERDAD. El principio real de la santificación es el «Espíritu de la verdad».

|| Y POR ELLOS ME CONSAGRO o santifico A MÍ MISMO: la santificación por excelencia es la inmolación de la víctima a Dios. El Sumo Sacerdote, consagrado por la unión hipostática y con la plenitud del Espíritu Santo, se consagró con la unción de su propia sangre y la inmolación de su propia vida para consagrar a sus enviados con la santidad de la verdad.


Juan  17,20-21

Oración por la unidad universal. QUE TODOS: sin distinción de raza, de nación o de clase, absolutamente todos, SEAN, no simplemente unidos, sino UNO, reducidos a la unidad: unidad que refleje o reproduzca la del Padre y del Hijo: COMO TÚ, PADRE, EN MÍ Y YO EN TI. Fin y resultado de esta unidad, la fe del mundo.


Juan  17,22-23

YO LES HE COMUNICADO LA GLORIA…: la gloria divina del Hijo se ha comunicado a los hombres, asociados a él, incorporados a él en la unidad de su cuerpo místico.

|| YO EN ELLOS Y TÚ EN MÍ: frase maravillosamente expresiva. En su forma externa, yo…en mí encierra y une a ellos y tú, como lazo de unión de los hombres con Dios, como principio y término de la unidad. En su significado interno, Cristo es el punto donde convergen Dios y los hombres, Mediador de la unidad, PARA QUE SEAN CONSUMADOS EN LA UNIDAD.

|| LES AMASTE A ELLOS COMO ME AMASTE A MÍ: porque los hallas en mí, inefablemente identificados conmigo.


Juan  17,24

Oración final, por los presentes y por los venideros. En ella el Hijo pide al Padre que todos los suyos sean asociados a su gloria bienaventurada, término feliz de la obra redentora.