Juan  20 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 31 versitos |
1 El primer día de la semana, al amanecer, estando oscuro todavía, María Magdalena viene al monumento y ve la losa quitada del monumento.*
2 Corre, pues, y va a Simón Pedro y al otro discípulo a quien quería Jesús, y les dice: Se llevaron al Señor del monumento y no sabemos dónde lo pusieron. *
3 Salió, pues, Pedro y con él el otro discípulo, y se dirigían al sepulcro.
4 Y corrían los dos a una; mas el otro discípulo, como corría más aprisa que Pedro, le pasó delante, y llegó primero al sepulcro;
5 y habiéndose agachado, ve los lienzos por el suelo; con todo, no entró.
6 Llega, pues, también Simón Pedro en pos de él y entró en el sepulcro, y contempla los lienzos por el suelo,
7 y además el sudario, que había estado sobre su cabeza, no por el suelo con los lienzos, sino plegado en un lugar aparte. *
8 Entonces, pues, entró también el otro discípulo, que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó; *
9 pues todavía no conocían la Escritura, «que debía resucitar de entre los muertos».
10 Volviéronse, pues, de nuevo los discípulos a donde posaban.
11 María estaba de pie junto al sepulcro, fuera, llorando. Y así llorando, inclinóse para mirar dentro del sepulcro,
12 y ve dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabeza y otro a los pies del sitio donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
13 Y dícenle ellos: Mujer, ¿por qué lloras? Díceles: Porque se llevaron a mi Señor, y no sé dónde lo pusieron. *
14 Como hubo dicho esto, volvióse atrás y ve a Jesús de pie, y no sabia que era Jesús.
15 Dícele Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, imaginando que era el hortelano, le dice: Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo pusiste, y yo lo tomaré.
16 Dícele Jesús: ¡María! Ella, volviéndose a él, dícele en hebreo: ¡Rabbuni!, que quiere decir ¡Maestro!*
17 Dícele Jesús: Suéltame— que todavía no he subido al Padre—, mas ve a mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». *
18 Fuese María Magdalena a dar la nueva a los discípulos: He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto.
19 Siendo, pues, tarde aquel día, primero de la semana, y estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas de la casa donde estaban los discípulos, vino Jesús y se presentó en medio de ellos y les dice: Paz sea con vosotros.
20 Y en diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Se gozaron, pues, los discípulos al ver al Señor. *
21 Díjoles, pues, otra vez: Paz sea con vosotros. Como me ha enviado el Padre, también yo os envío a vosotros.
22 Esto dicho, sopló sobre ellos, y les dice: Recibid el Espíritu Santo. *
23 A quienes perdonareis los pecados, perdonados les son; a quienes los retuviereis, retenidos quedan. *
24 Tomás, uno de los Doce, el llamado Dídimo (= Mellizo), no estaba con ellos cuando vino Jesús.
25 Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. El les dijo: Si no viere en sus manos la marca de los clavos, y no metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y no metiere mi mano en su costado, no lo creo. *
26 Y ocho días después estaban allí dentro otra vez sus discípulos, y Tomás entre ellos. Viene Jesús, cerradas las puertas, y puesto en medio de ellos, les dijo: Paz con vosotros.
27 Luego dice a Tomás: Trae acá tu dedo, mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente.
28 Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!*
29 Dícele Jesús: ¡Porque me has visto, has creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron. *
30 Obró, además, Jesús en presencia de sus discípulos otros muchos milagros, que no han sido escritos en este libro. *
31 Y éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyéndolo tengáis vida en nombre suyo.

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Introducción a Juan 




EVANGELIO DE
SAN JUAN

EL AUTOR. — San Juan, discípulo del Bautista, fue uno de' los dos primeros que entraron en contacto con Jesús. Meses más tarde fue uno de los cuatro primeros llamados a seguir a Jesús como discípulos. Elegido luego entre los Doce, mereció del Maestro especiales muestras de confianza. Pero sus dos mayores privilegios fueron el haber reclinado su cabeza sobre el corazón de Jesús y el haber sido el representante y prototipo de los espirituales hijos de Marta. Merece consignarse el hecho de que, hasta la dispersión de los Doce, Juan y Pedro forman como una bina inseparable. Después de la muerte de San Pablo se retiró a Efeso para hacerse cargo de las Iglesias del Asia proconsular. Relegado por Domiciano a la isla de Patmos, pudo poco después, en tiempo de Nerva, volver a Efeso, donde murió ya muy anciano, después del año 98. En la primitiva Iglesia era designado con el título de Juan el Presbítero, que luego se trocó en el de Juan el teólogo. Su OBRA. — En un principio, Juan adoptaría el esquema de predicación evangélica prefijado por Pedro. Mas pasaron los tiempos, y las herejías nacientes hicieron necesario completar el Evangelio sinóptico. El cambio sufrido por la predicación escrita de Pablo, desde las Epístolas a los Tesalonicenses hasta la Epístola a los Efesios, hubo de operarse a su modo en el Evangelio oral. Los que, como Juan, conocían personalmente el material evangélico, no necesitaron, como Lucas, de instrucciones complementarias, sino que, sacando del inagotable tesoro de su memoria, pudieron incorporarlas a la predicación oral. Trasladado precisamente al Asia proconsular, y concretamente a Efeso, en contacto con los destinatarios de las Epístolas a los Efesios y a los Colosenses, San Juan hubo de adaptar su Evangelio oral a la mentalidad de sus nuevos oyentes. Los hechos y dichos omitidos por los Sinópticos, señaladamente la predicación del Señor en Jerusalén, parecieron a Juan responder admirablemente a las necesidades o preocupaciones de aquellas Iglesias. De ahí la nueva forma que tomó el Evangelio oral. Más tarde, ya fuera por propia iniciativa, ya por ruegos ajenos, se determinó a poner por escrito su Evangelio oral. Y bien porque su predicación oral se había ido desprendiendo gradualmente del material sinóptico, ya suficientemente conocido, bien porque, publicados los Evangelios sinópticos, no quiso repetir lo que en ellos estaba ya narrado, el hecho es que el Evangelio escrito de San Juan se mantiene al margen de la tradición sinóptica, que sólo incidentalmente toca para precisarla o completarla. CARÁCTER. — Habían pasado más de sesenta años desde la ascensión del Maestro. Con la constante predicación evangélica, y más aún con la profunda contemplación, Juan había convertido en sustancia propia el Evangelio. La palabra de Jesús se había encamado en la palabra de Juan, y la fusión de ambas palabras dio origen a la palabra personal, inimitable, del discípulo amado. Bajo el influjo transformador del Maestro, los relámpagos del «Hijo del trueno» se habían trocado en plácida luz de mediodía. Los ancianos viven de recuerdos, y Juan «el Anciano» vivía enteramente de los recuerdos del Maestro. Recuerdos de anciano, pero envueltos en una atmósfera de luz difusa y cálida. Realidad ideal, historia trascendente: tal es el cuarto Evangelio. Hechos que son signos, hechos que son palabra: tales son los que caracterizan la narración de Juan, en que se dan la mano historicidad y simbolismo. EL ESTILO. — Lo primero que llama la atención en el estilo de Juan es la atomización del pensamiento. En vez del período clásico, que señala la jerarquía de las frases y pone de relieve el pensamiento principal, nos hallamos con una serie desligada y casi anárquica de incisos, en que lo principal y lo secundario aparecen en un mismo plano.

Más, afortunadamente, todo ese embrollo no pasa de la corteza. A poco que se ahonde, pronto se encuentra el hilo conductor que nos guíe en ese laberinto. Aquellas frases vibrantes, expresión del pensamiento fundamental, repetidas, sabiamente distribuidas y progresivamente desarrolladas, comunican tal luz a todo el conjunto y tal relieve a sus partes, que, en virtud de este influjo, los diminutos incisos parece se buscan y llaman unos a otros, y se traban y se combinan jerárquicamente hasta construir períodos harmónicos, luminosos.

Pero estas repeticiones no se limitan a reproducir una frase, un pensamiento más o menos fundamental. Este sistema de repeticiones, en que a intervalos reaparece el mismo pensamiento, cada vez enriquecido con elementos nuevos, constituye una manera original de síntesis.

Tal es la ley, tal el principio sintético que regula el estilo de San Juan: es una especie de reproducción progresiva, una ondulación concéntrica del pensamiento, que, sin perder su fisonomía original, crece y se agranda. Colocados en el centro mismo, obtenemos la presencia simultánea de toda la verdad y de todas las fases de su desenvolvimiento en nuestro espíritu.
ORDEN Y PLAN. — El orden del cuarto Evangelio es estrictamente cronológico. Habla explícitamente de tres Pascuas, que encuadran la vida pública de Jesús; y si la fiesta mencionada en 5:1 no es otra Pascua, presupone una Pascua intermedia entre 2:13 y 6:4. Suponer una inversión de los capítulos 5 y 6 es un recurso indocumentado. El cuarto Evangelio es un choque entre la luz y las tinieblas. De ahí la división en dos partes: lucha verbal (1:12), lucha sangrienta (13:21). La luz triunfa de las tinieblas con la difusión de sus claridades doctrinales y con la resurrección a vida eterna.



Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Juan  20,1

EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA: el domingo.


Juan  20,2

SE LLEVARON AL SEÑOR: esto es todo lo que se le ocurre a la Magdalena. ¿Idea de resurrección? Ni por asomo.


Juan  20,7

EL SUDARIO…PLEGADO: indicio de que el cuerpo no había sido hurtado.


Juan  20,8

CREYÓ: en la resurrección del Maestro. Esta fe es efecto de los hechos, no de la interpretación del A.T.; PUES TODAVÍA NO CONOCÍAN LA ESCRITURA. Juan consigna su propia fe; de la de Pedro nada dice.


Juan  20,13

SE LLEVARON A MI SEÑOR: persiste la obsesión por hallar un cadáver.


Juan  20,16

DÍCELE: ¡MARÍA! La voz conocida del Maestro disipa la negra pesadilla de ésta.


Juan  20,17

SUÉLTAME: el haber querido motivar esta orden en la frase que sigue inmediatamente: «que todavía no he subido al Padre», ha dado origen a interpretaciones retorcidas e inadmisibles. En cambio, si se relaciona esta orden con lo que sigue después, es decir, con el pensamiento dominante, su explicación resulta llana. Quiere decir el Maestro: «Suéltame, y corre a decir a mis hermanos que Subo a mi Padre; pero que antes podrán verme, pues todavía no he subido».


Juan  20,20

LES MOSTRÓ LAS MANOS Y EL COSTADO: con las señales de los clavos y de la lanza, señales de identidad personal y recuerdo amoroso de la inmolación redentora.


Juan  20,22

SOPLÓ SOBRE ELLOS: símbolo expresivo del Espíritu Santo, que iba a comunicarles.

|| RECIBID EL ESPÍRITU SANTO: esta comunicación, ordenada a la potestad de perdonar los pecados, no es todavía la plenaria efusión, reservada para Pentecostés.


Juan  20,23

Con estas palabras, según enseña el concilio Tridentino, «el Señor instituyó principalmente el sacramento de la Penitencia» (Denz. 894). Y como esta potestad no podía ejercerse arbitrariamente y sin conocimiento de causa, y debía extenderse al perdón de los pecados más secretos, de ahí la necesidad de la confesión sacramental.


Juan  20,25

Ni los discípulos ni siquiera las mujeres creyeron de ligero la resurrección de Jesús. Pero dispuso Dios, para cortar de raíz toda duda posible, el caso estridente de la incredulidad obstinada y presuntuosa de Tomás. Y se allanó a las condiciones señaladas por el temerario discípulo.


Juan  20,28

¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!: magnífica confesión de la divinidad de Cristo, con que Tomás reparó cumplidamente su precedente incredulidad.


Juan  20,29

BIENAVENTURADOS LOS QUE NO VIERON Y CREYERON: seria advertencia, que nos enseña que, sin ver, hay sobrados motivos para creer, como haya buena voluntad.


Juan  20,30-31

Tras este epílogo, el capítulo siguiente es complementario a modo de apéndice. Su autor es el mismo San Juan, como lo prueba su presencia en todos los códices y lo confirma la unidad del estilo.