Hechos 7 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 60 versitos |
1 Dijo el sumo sacerdote: «¿Es esto así?».
2 Él respondió: «Hermanos y padres, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abrahán cuando estaba en Mesopotamia, antes de establecerse en Jarán,
3 y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que te mostraré.
4 Entonces, saliendo de la tierra de los caldeos, se instaló en Jarán; después de la muerte de su padre, le hizo trasladar su morada de allí a esta tierra que vosotros habitáis ahora.
5 No le dio herencia en ella, ni siquiera lo que pisa un pie, pero prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, cuando aún no tenía un hijo.
6 Y Dios habló así: Que su descendencia será peregrina en tierra extraña, la someterán a esclavitud y la maltratarán durante cuatrocientos años,
7 pero a la nación a la que servirán como esclavos la juzgaré yo, dice Dios, y después de esto saldrán y me adorarán en este lugar.
8 Y le dio la circuncisión como signo de la alianza; y así engendró a Isaac y lo circuncidó el día octavo, e Isaac a Jacob y Jacob a los doce patriarcas.
9 Los patriarcas, envidiosos de José, lo vendieron con destino a Egipto.
10 Pero Dios estaba con él, pues lo libró de todas sus tribulaciones, le concedió sabiduría y lo hizo grato al faraón, rey de Egipto, el cual lo constituyó jefe de Egipto y de toda su casa.
11 Sobrevino entonces en todo Egipto y Canaán hambre y una gran tribulación y nuestros padres no encontraron víveres.
12 Habiendo oído Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres una primera vez;
13 a la vez siguiente se dio a conocer José a sus hermanos y conoció el faraón el linaje de José.
14 José envió mensajeros para que trajesen a su padre, Jacob, y a toda su familia, unas setenta y cinco personas.
15 Bajó, pues, Jacob a Egipto y murieron él y nuestros padres,
16 y fueron trasladados a Siquén y depositados en la sepultura que había comprado Abrahán a precio de plata a los hijos de Emor en Siquén.
17 A medida que se acercaba el tiempo de la promesa que había hecho Dios a Abrahán, creció el pueblo y se multiplicó en Egipto,
18 hasta que surgió otro rey en Egipto que no había conocido a José.
19 Este rey, actuando astutamente contra nuestro linaje, maltrató a nuestros padres hasta el punto de forzarlos a abandonar a los recién nacidos para que no sobrevivieran.
20 En este tiempo nació Moisés, que era hermoso a los ojos de Dios. Fue criado durante tres meses en la casa de su padre,
21 después fue abandonado y lo recogió la hija del faraón, que lo hizo criar como hijo suyo.
22 Y fue educado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso de palabra y de obra.
23 Al cumplir los cuarenta años, nació en su corazón la idea de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel,
24 y, habiendo visto que uno era agraviado, acudió a su defensa y vengó al injuriado, matando al egipcio.
25 Pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios iba a darles la salvación por su mano, pero no comprendieron.
26 Al día siguiente se presentó mientras se estaban peleando e intentaba ponerlos en paz, diciendo: “Hombres, sois hermanos, ¿por qué os ofendéis uno a otro?”.
27 Pero el que ofendía a su compañero, lo rechazó, diciendo: “¿Quién te ha constituido jefe y juez sobre nosotros?”.
28 ¿Acaso quieres matarme igual que mataste ayer al egipcio?
29 Moisés huyó a causa de estas palabras y vivió como forastero en tierra de Madián en la que engendró dos hijos.
30 Pasados cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí sobre la llama de una zarza que ardía.
31 Al ver la visión, Moisés se maravilló y, al acercarse para mirar mejor, se dejó oír la voz del Señor:
32 “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob”. Moisés se echó a temblar y no se atrevía a mirar.
33 Entonces le dijo el Señor: “Quítate las sandalias de tus pies, pues el lugar donde estás es tierra santa.
34 Con mis propios ojos he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, he escuchado sus gemidos y he bajado a librarlos. Ahora ven, que voy a enviarte a Egipto”.
35 A este Moisés, de quien renegaron diciendo: ¿Quien te ha constituido jefe y juez?, a este envió Dios como jefe y redentor por mano del ángel que se le apareció en la zarza.
36 Este los sacó, realizando prodigios y signos en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años.
37 Este es Moisés, que dijo a los hijos de Israel: “El Señor hará surgir de entre vuestros hermanos un profeta como yo”.
38 Este es el que en la asamblea del desierto estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y con nuestros padres; el que recibió palabras de vida para transmitirlas a nosotros;
39 este es Moisés, a quien nuestros padres no quisieron obedecer, sino que lo rechazaron y en sus corazones volvieron a Egipto,
40 cuando dijeron a Aarón: “Haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque ese Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué ha sido de él”.
41 Y fabricaron en aquellos días un becerro, ofrecieron un sacrificio al ídolo y celebraron gozosos un banquete en honor de las obras de sus manos.
42 Entonces Dios se apartó de ellos y los entregó a la adoración del ejército del cielo, como está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel?
43 Tomasteis con vosotros la tienda de Moloc y la estrella de vuestro dios Refán, las imágenes que hicisteis para adorarlas. Pues yo os llevaré más allá de Babilonia.
44 Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio, como mandó el que dijo a Moisés que la construyera, copiando el modelo que había visto.
45 Nuestros padres recibieron como herencia esta tienda y la introdujeron, guiados por Josué, en el territorio de los gentiles, a los que Dios expulsó delante de ellos. Así estuvieron las cosas hasta el tiempo de David,
46 que alcanzó el favor de Dios, y le pidió encontrar una morada para la casa de Jacob.
47 Pero fue Salomón el que le construyó la casa,
48 aunque el Altísimo no habita en edificios construidos por manos humanas, como dice el profeta:
49 Mi trono es el cielo; la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me vais a construir —dice el Señor—, o qué lugar para que descanse?
50 ¿No ha hecho mi mano todo esto?
51 ¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres.
52 ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado;
53 recibisteis la ley por mediación de ángeles y no la habéis observado».
54 ° Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia.
55 Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios,
56 y dijo: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».
57 Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él,
58 lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo
59 y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu».
60 Luego, cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y, con estas palabras, murió.

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Introducción a Hechos

HECHOS DE LOS APÓSTOLES

La tradición ha atribuido esta obra a san Lucas, que la habría escrito en el último tercio del siglo i d.C., dirigiéndola a cristianos de origen paulino situados en regiones griegas, tal vez en los entornos de Éfeso. Existe una estrecha relación entre los evangelios (proclamación de Jesucristo) y los Hechos que contienen el cumplimiento de la promesa del envío del Espíritu Santo, el nacimiento de la Iglesia y su expansión hasta el confín de la tierra. El libro es, pues, de alguna manera el cumplimiento del mandato misionero que traen los cuatro evangelios (Mat 28:16-20; Mar 16:15 s; Luc 24:47; Jua 17:17; Jua 20:21), pero especialmente el de san Lucas, del que constituye el segundo libro; de hecho, lo mismo que en Lc, el mandato misionero de Jesús se expresa en términos de testimonio sobre él por parte de los discípulos (Hch 1:8). Los Hechos tienen dos grandes partes, dedicadas respectivamente al testimonio de la Iglesia de Jerusalén con los Doce (Hch 1:1-26 - Hch 12:1-25) y al testimonio de Pablo hasta el confín de la tierra (Hch 13:1-52 - Hch 28:1-31). San Lucas continúa aquí la presentación teológica del camino profético y salvador comenzado en el evangelio, destacando especialmente cómo este camino, programado y dirigido por Dios Padre y recorrido en su ministerio terreno por Jesús, es continuado actualmente por Cristo glorioso a través de su Espíritu y por medio del testimonio profético de la Iglesia.

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

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Notas

Hechos 7,1-60*6-7 Capítulos dedicados a los judeocristianos helenistas, un grupo oriundo de la diáspora, misionero y simpatizante del mundo de los gentiles. Serán ellos los que comiencen la evangelización de estos últimos.


Hechos 7,54-60*7:54-8:1a Es evidente el paralelismo entre la muerte de Esteban y la de Jesús: ambos mueren perdonando y entregando confiadamente su espíritu. Se introduce además la figura de Saulo, testigo cualificado de la muerte de Esteban (Hch 8:1); san Lucas, como buen historiador, conecta así esta última con la gracia de su conversión (Hch 9:1 ss).