II Corintios 11 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 33 versitos |
1 ¡ojala me sufrierais un poquillo de desatino! Pero, ¡ea!, sufridme. *
2 Porque celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os desposé con un solo varón para presentaros como casta virgen a Cristo. *
3 Pero me temo no sea que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, sean estragadas vuestras inteligencias, perdida la lealtad y santidad que debéis a Cristo.
4 Porque si ese que viene predica otro Jesús que nosotros no hayamos predicado, o recibís un espíritu diferente que no hayáis recibido, o un Evangelio diferente que no hayáis abrazado, bien hacéis en sufrirlo.
5 Pues pienso que en nada les voy en zaga a esos supereminentes apóstoles. *
6 Que si bien inculto en la palabra, mas no en la ciencia; pero... bastante nos hemos dado a conocer a vosotros de todas maneras y en todas las cosas.
7 ¿O es que cometí pecado al rebajarme a mí mismo para que vosotros fuerais enaltecidos, por haber de balde anunciado el Evangelio de Dios?
8 A otras Iglesias despojé, recibiendo socorros para vuestro servicio, y hallándome entre vosotros y reducido a la necesidad, a nadie fui gravoso;
9 porque mi necesidad la remediaron cumplidamente los hermanos venidos de Macedonia, y en todo me conservé, y me conservaré, sin seros cargoso.
10 Por la verdad de Cristo, que está en mí, os aseguro que esta gloria no se me truncará por impedimento alguno en las regiones de Acaya.
11 ¿Por qué? ¿Porque no os amo? Dios bien lo sabe.
12 Mas lo que hago lo seguiré haciendo, para cortar de raíz todo pretexto a los que buscan pretextos con el objeto de aparecer iguales a nosotros en aquello de que blasonan.
13 Porque esos tales son pseudoapóstoles, obreros tramposos, que se transfiguran en apóstoles de Cristo.
14 Y no es maravilla, ya que el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz.
15 No es mucho, pues, que también sus ministros se transfiguren cual ministros de la justicia, cuyo remate será conforme a sus obras.
16 Otra vez lo diré: que nadie me tome por hombre sin juicio; pero si no, aunque sea como a hombre sin juicio, atendedme, para que también yo pueda jactarme un poquillo.
17 Lo que yo hable, no lo hablo según el Señor, sino como perdido el juicio en este punto de la jactancia.
18 Pues que muchos se glorían en la carne, también yo me gloriaré.
19 Porque con gusto soportáis a los necios, por lo mismo que sois cuerdos.
20 Porque soportáis si uno os esclaviza, si uno os devora la hacienda, si uno os defrauda, si uno se engríe, si uno os hiere en el rostro.
21 Para sonrojo lo digo: como que nosotros hemos sido apocados. En lo que alguien se atreva, desatinando lo digo, me atrevo también yo.
22 ¿Hebreos son? También yo. ¿Israelitas son? También yo. ¿Linaje son de Abrahán? También yo.
23 ¿Ministros de Cristo son? (Delirando hablo.) Más yo: en trabajos, más; en cárceles, más; en golpes, mucho más; en peligros de muerte, muchas veces.
24 Cinco veces recibí de los judíos cuarenta golpes menos uno,
25 tres veces fui apaleado, una vez apedreado, tres veces naufragué, un día y una noche pasé sobre el abismo del mar;
26 caminos hechos a pie, muchas veces; peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos;
27 en trabajo y fatiga, en noches sin dormir, muchas veces; en hambre y sed, en días sin comer, muchas veces; en frío y sin abrigo;
28 fuera de otras cosas, las atenciones de cada día que me asaltan, la ansiosa solicitud por todas las Iglesias.
29 ¿Quién desfallece, que yo no desfallezca? ¿Quién padece escándalo, que yo no me abrase?
30 Si es fuerza gloriarse, en lo que es de mi flaqueza me gloriaré. *
31 El Dios y Padre del Señor Jesús, que es digno de bendición por todos los siglos, sabe que no miento.
32 En Damasco, el jefe regional puesto por el rey Aretas tenía distribuidas guardias en la ciudad de los damascenos con el objeto de prenderme,
33 y por una ventanilla fui descolgado muro abajo en una espuerta, y escapé de sus manos.

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Introducción a II Corintios




II EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

ANTECEDENTES HISTÓRICOS. — La segunda Epístola a los Corintios es la más personal de las cartas de Pablo: por eso exige, más que ninguna otra, fijar con la mayor exactitud posible sus antecedentes históricos.

Según la probable cronología adoptada, Pablo escribía su primera Ep. a los Corintios hacia la Pascua del año
56. Estaba en Efeso, donde pensaba permanecer hasta Pentecostés. Desde Efeso, algunas semanas después de Pascua, mandó a Tito a Corinto para que se enterase del efecto que había producido en aquellos neófitos la carta que acababa de escribirles; él poco después partiría por tierra hacia Tróade, donde le aguardaría para recibir noticias y determinar lo que conviniera hacer. El hombre propone y Dios dispone. Pablo tuvo que salir de Efeso precipitadamente antes de lo que había determinado. Los plateros de Efeso, furiosos de ver las quiebras de su industria en objetos idolátricos, ocasionadas por la difusión del Evangelio, promovieron en la ciudad un motín, que quitó por entonces a Pablo la posibilidad de predicar libremente, y aun amenazaba su seguridad personal. Adelantó, pues, su viaje; así fue que, cuando llegó a Tróade, no halló aún a Tito. Preocupado por los corintios, no pudo reposar en Tróade, y partió para Macedonia, donde, finalmente, encontró a Tito. Las noticias que éste le trajo, sin dejar de ser consoladoras, no eran del todo satisfactorias. La mayoría de la Iglesia, sin duda, había recibido con sumisión la carta de su Apóstol y padre. Pero había aparecido un nuevo peligro, un fermento de rebeldía y oposición, más temible que los desórdenes anteriores. Un grupo de judaizantes, adversarios descarados de Pablo, con el objeto de arruinar su obra, atacaban descubiertamente su persona y sus títulos de Apóstol.

Pablo, en tales condiciones, no podía presentarse en Corinto con el espíritu de blandura paternal y franca confianza que deseaba. Para poner, pues, las cosas en orden y preparar su viaje a Corinto, escribió esta nueva carta, la segunda de las canónicas, pero en realidad la tercera de las que escribió a los corintios.


LA CARTA. — Para conseguir su objeto principal, dos cosas había de hacer Pablo: disipar las prevenciones que contra él habían concebido algunos corintios y desacreditar a sus desleales adversarios. De ahí el doble carácter, apologético y polémico, de la Epístola. Pero no podía olvidar el Apóstol lo que ya había recomendado en la Epístola anterior, a saber, la gran colecta que. se estaba organizando en beneficio de los cristianos pobres de Palestina. Esta exhortación a la limosna, casi a modo de digresión, la intercala Pablo entre la apología que hace de su conducta apostólica y la polémica con que ataca a sus adversarios. De ahí la división de la Epístola en tres partes principales, que, comprendidos el prólogo y el epílogo, se distribuyen de esta manera: 1) apologética, 1-7; 2) parenética, 8-9; 3) polémica, 10-13.



Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

II Corintios 11,1

Alabarse a sí mismo suele ser indicio dé poco seso. Pablo, forzado a alabarse por la frialdad de los corintios en defenderle, dice irónicamente que se ve precisado a mostrar poco seso.


II Corintios 11,2

CELOS DE DIOS: Dios, como esposo de la Iglesia, tiene celos de su esposa; Pablo, intermediario entre el esposo y la esposa, participa de los celos de Dios.

|| UN SOLO VARÓN: en todo el A. T., el esposo único de Israel es el Señor. En el Nuevo estos desposorios no sólo duran, sino que toman más realce. La esposa, que es el Israel de Dios, la Iglesia, no podía ser entregada por Dios a otro esposo. Ahora bien, este esposo en el N. T. es siempre Jesu-Cristo: señal manifiesta que Jesu-Cristo es el mismo Dios.


II Corintios 11,5

SUPEREMINENTES APÓSTOLES: esta expresión tiene sus ribetes de ironía, la cual no recae, sin embargo, sobre estos superhombres apostólicos , sino sobre los mismos adversarios de Pablo, que abusaban de ella para deprimirle a él.


II Corintios 11,30

Insinúa aquí Pablo el pensamiento que después desarrolla: que la íntima convicción de la propia debilidad es la mejor disposición del hombre para la acción de Dios. Así puede decir que nunca es más fuerte que cuando se siente más débil.