Gálatas 1 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 24 versitos |
1 Pablo, apóstol, no de parte de hombres ni por mediación de ningún hombre, sino por Jesu-Cristo y por Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos, *
2 y todos los hermanos que están conmigo: A las Iglesias de Galacia.
3 Gracia a vosotros y paz de parte de Dios Padre y del Señor nuestro Jesu-Cristo,
4 quien, según la voluntad de Dios y Padre nuestro, se entregó a sí mismo por nuestros pecados, a fin de arrancarnos de este presente siglo perverso.
5 A Dios la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
6 Me maravillo de que tan de repente os paséis del que os llamó por la gracia de Cristo a un Evangelio diferente;
7 que... no es otro Evangelio, sino que hay algunos que os alborotan y pretenden desquiciar el Evangelio de Cristo.
8 Pero, aun cuando nosotros o un ángel bajado del cielo os anuncie un Evangelio fuera del que os hemos anunciado, sea anatema. *
9 Como antes lo tenemos dicho, ahora también lo digo de nuevo: si alguno os anuncia un Evangelio diferente del que recibisteis, sea anatema.
10 Pues ahora, ¿trato de conciliarme el favor de los hombres o el de Dios? ¿O busco complacer a hombres? Si todavía tratase de complacer a hombres, no sería siervo de Cristo.
11 Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es conforme al gusto de los hombres;
12 pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesu-Cristo.
13 Porque habréis oído mi vida un tiempo en el judaísmo: con cuánto exceso perseguía yo la Iglesia de Dios y la asolaba;
14 y me aventajaba en el judaísmo sobre muchos de mi edad en mi linaje, siendo excesivamente celador de las tradiciones de mis padres.
15 Mas cuando plugo a Dios, que me reservó para sí desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia,
16 revelar en mí a su Hijo, para que le predicase entre los gentiles,
17 desde luego no me aconsejé de hombre mortal ni subí a Jerusalén para ver a los que me precedieron en el apostolado, sino que me retiré a la Arabia, desde donde volví otra vez a Damasco.
18 Luego, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver y hablar a Cefas, con quien permanecí quince días. *
19 A otro de los demás apóstoles no vi, a no ser a Santiago, el hermano del Señor.
20 Y lo que os escribo, os certifico delante de Dios que no miento.
21 Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia.
22 Y era yo personalmente desconocido de las Iglesias de Judea, congregadas en Cristo.
23 Solamente oían decir que «el que nos perseguía en otro tiempo, ahora predica la fe que antes destruía ».*
24 Y glorificaban a Dios en mí.

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Introducción a Gálatas




EPÍSTOLA A LOS GALATAS

LOS GÁLATAS. — Hacia el año 280 antes de la era cristiana, varias tribus celtas, procedentes, de la Gaita, invadieron la Iliria, la Grecia y la Tracia, y pasando el Helesponto -los Dardanelos -, se establecieron en el Asia Menor, ocupando parte de la Frigia, la Capadocia y la Paflagonia, que de ellos tomó el nombre de Galacia. Dos siglos más tarde, su jefe, Deyótaro, obtuvo de Pompeyo, con el título de rey, el dominio de nuevas regiones. Amintas, sucesor de Deyótaro, recibió de Augusto la Pisidia, la Licaonia y la Panfilia, situadas al sur de la primitiva Galacia. A la muerte de Amintas, el 25 antes de Cristo, el dilatado reino de Galacia quedó reducido a provincia romana, dependiente del emperador y gobernada en su nombre por un legado propretor, que residía en Ancira. Dos sentidos, pues, tenía la denominación de Galacia: uno etnológico, que comprendía la Galacia primitiva, al norte, y otro político-administrativo, que se extendía además a las regiones meridionales. Se pregunta, pues: ¿quiénes eran los destinatarios de la Epístola a los Gálatas? ¿Los habitantes de la primitiva Galacia septentrional o bien los de las regiones meridionales, sobre todo de Pisidia, Licaonia y Panfilia, comprendidas en la provincia romana de Galacia? Mucho se ha discutido sobre este problema; hoy día la mayoría de los críticos se inclinan a la hipótesis de la Galacia septentrional. Y con razón, a lo que parece. Primeramente, los nombres de Galacia y gálatas, tanto en el uso oficial como en el lenguaje ordinario, se aplicaban exclusivamente a la región septentrional y a sus habitantes. En segundo lugar, lo que escribe el mismo Apóstol en la Epístola (4:13): «Ya sabéis que, a causa de la debilidad o enfermedad de la carne, os anuncie el Evangelio la primera vez», no puede aplicarse a las cuatro ciudades de la región meridional, que él evangelizó no por una ocasión imprevista, sino muy de propósito y conforme a un plan preconcebido. Por lo demás, la solución de este problema no afecta grandemente a la interpretación, principalmente doctrinal, de la Epístola, con tal que se admita que la Iglesia de Galacia estaba integrada en su casi totalidad por gentiles o prosélitos. Los ADVERSARIOS DE PABLO. — Un fenómeno extraño dio mucho que pensar y que padecer al Apóstol. Mientras los gentiles y aun los judíos prosélitos recibían el Evangelio, por el contrario, los judíos de raza, no contentos con rechazarle, perseguían encarnizadamente a su celoso predicador. Esta constitución de las Iglesias de Galacia, formadas casi exclusivamente de gentiles y prosélitos, en una palabra, de incircuncisos, levantó contra Pablo otros adversarios más temibles que los mismos judíos rebeldes. ¿Quiénes eran? ¿Cuántos? ¿De dónde venían? Una sola cosa sabemos, y es que eran cristianos judíos, y más judíos que cristianos. Al ver que Pablo admitía a los gentiles en la Iglesia sin obligarles a la circuncisión, comprendieron, y con razón, que la conducta del Apóstol era la negación práctica de los privilegios de Israel. Su celo farisaico se convirtió en furor contra Pablo. ¿Cómo lo conseguirían?

La Epístola a los Gálatas nos ha conservado los manejos a que apelaron los adversarios del Apóstol para arruinar su obra. Ante todo, atacaban la autoridad apostólica de Pablo. «¿Quién era ese intruso sin vocación divina, que nunca había visto ni oído al Señor, para oponerse a los Doce, a los apóstoles, que habían recibido directamente del Señor la enseñanza y la misión?» Minada así su autoridad de apóstol; atacaban abiertamente su doctrina. «Contra la ley de Dios, contra las promesas y alianzas divinas, contra todo el A. T., se atreve a blasfemar este apóstata. El Evangelio que niega la ley no es Evangelio». Y no contentos con atacar en su principio mismo el Evangelio de Pablo, sacaban de él las más desaforadas consecuencias. «Lo peor es - añadían - que su enseñanza es inmoral y escandalosa. Sin ley que oponga una barrera a los perversos instintos del hombre, ¿qué resta sino una libertad desenfrenada, que se lance sin obstáculos a los mayores crímenes? Sin ley que lo condene, el pecado queda justificado». LA EPÍSTOLA. — La oposición daba alientos a Pablo. A los cargos que le achacaban sus adversarios respondió con una carta admirable, en que reveló todo el temple de su espíritu, toda la alteza de sus pensamientos. Sin descender a mezquindades personales, indignas de su noble carácter, concreta su apología a tres puntos principales. Primeramente defiende su autoridad apostólica y el origen divino de su Evangelio. En segundo lugar demuestra la tesis fundamental de éste, o sea, la justificación por la fe viva en Cristo, independientemente de la ley mosaica. Por fin, hace ver que su Evangelio, lejos de dar libertad a la carne, la condena y refrena con dos principios poderosos y altísimos de santidad: la caridad y el Espíritu. De ahí tres partes en la Epístola: 1) apologética: 1-2; 2) dogmática: 3-4; 3) moral: 5-6.



Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Gálatas 1,1-5

Insinúa Pablo los tres cargos que le oponían los judaizantes, y que determinan las tres partes en que se divide la Epístola. Atacaban la legitimidad de su misión apostólica, la verdad de su Evangelio, la moralidad de su enseñanza. A la primera acusación responde que su misión apostólica no se deriva de ningún hombre, sino de Dios Padre y de Jesu-Cristo. A la segunda contesta proponiendo la síntesis de su Evangelio: la muerte redentora y la resurrección de Jesu-Cristo, que, por voluntad de Dios Padre, es el instrumento de nuestra justificación. A la tercera opone que este Evangelio, lejos de inducirnos a la libertad de la carne, nos arranca de este siglo perverso y de todas sus concupiscencias.


Gálatas 1,8-9

Establece el Apóstol como norma de toda enseñanza ulterior su predicación oral. Consta, pues, por la misma Escritura la legitimidad de la tradición oral.


Gálatas 1,18-19

VER Y HABLAR: es decir, visitar y entrevistarse con Pedro. Este interés de ver sólo a Pedro revela la posición eminente del Príncipe de los Apóstoles; tanto más, que de los demás apóstoles no tenía intención de ver a ninguno; y si se encontró con Santiago, sólo fue incidentalmente.


Gálatas 1,23

PREDICA LA FE: poco antes (Gál_1:16) ha dicho «predicar a Jesu-Cristo». La equivalencia de ambas expresiones muestra que Jesu-Cristo es el objeto central de la fe.