Hebreos 10 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 39 versitos |
1 Pues conteniendo la ley una sombra de los bienes que habían de venir, no la expresión real de las cosas, no puede jamás, con los mismos sacrificios que sin cesar ofrece año tras año, dar cumplida perfección a los que se llegan; *
2 de lo contrario, ¿no hubiera cesado de ofrecerse, por no tener ya ninguna conciencia de pecados los que rendían este culto, una vez purificados?
3 Al contrario, con ellos se renueva el recuerdo de los pecados año tras año.
4 Porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados.
5 Por lo cual al entrar en el mundo dice (Sal 39:7-9): «Sacrificio y ofrenda no quisiste, | pero me diste un cuerpo a propósito;* |
6 holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron; |
7 entonces dije: Heme aquí presente. | En el pomo del libro está escrito de mí; | quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad». * |
8 Diciendo más arriba: «Sacrificios y ofrendas» y «holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron», los que según la ley se ofrecen,
9 «entonces» ha dicho: «Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad». Suprime lo primero para establecer lo segundo.
10 En virtud de la cual «voluntad» hemos sido santificados, mediante la «oblación del cuerpo» de Jesu-Cristo, de una vez para siempre. *
11 Y cierto, todo sacerdote está día tras día desempeñando sus funciones y ofreciendo muchas veces unos mismos sacrificios, que no pueden jamás hacer desaparecer los pecados;
12 mas éste, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio de eficacia eterna, se sentó a la diestra de Dios,
13 aguardando, por lo demás, a que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies,
14 Porque con una sola oblación ha consumado para siempre a los que son santificados. *
15 Y nos lo testifica también el Espíritu Santo. Pues después de haber dicho (Jer 31:33):
16 «Esta es la alianza que concertaré con ellos | después de aquellos días, dice el Señor: | pondré mis leyes sobre sus corazones, | y sobre su mente las inscribiré»,
17 añade: «Y de sus pecados y de sus iniquidades no me acordaré más» (Jer 3:34).
18 Ahora bien, donde hay remisión de esas cosas no hay ya más oblación por el pecado. *
19 Teniendo, pues, hermanos, segura confianza de entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, *
20 entrada que él inauguró para nosotros como camino nuevo y viviente a través del velo, esto es, de su propia carne,
21 y teniendo un sacerdote grande sobre la casa de Dios,
22 lleguémonos con sincero corazón, con plena convicción de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura. *
23 Mantengamos inconmovible la confesión de la esperanza, pues fiel es quien hizo la promesa;
24 y considerémonos los unos a los otros, para estímulo de la caridad y de las buenas obras;
25 no desamparando vuestra común reunión, según es, costumbre de algunos, antes bien alentándoos, y tanto más cuanto veis que se acerca el día. *
26 Porque si deliberadamente pecamos, después de haber recibido el conocimiento de la verdad, no queda ya sacrificio por los pecados, *
27 antes una pavorosa expectación del juicio y el ardor vengativo del fuego dispuesto a devorar a los enemigos.
28 En atropellando uno la ley de Moisés, sin compasión es llevado a la muerte sobre el dicho de dos o tres testigos:
29 ¿de cuánto peor castigo pensáis será juzgado digno el que pisoteó al Hijo de Dios, y consideró como profana la sangre de la alianza con que fue santificado, y ultrajó al Espíritu de la gracia?
30 Pues conocemos al que dijo: «A mi me corresponde la venganza, yo daré a cada uno su merecido»; y otra vez: «Juzgará el Señor a su pueblo» (Dt 32:35-36).
31 Horrenda cosa es caer en las manos del Dios viviente.
32 Acordaos de los días pasados, en que, habiendo sido iluminados, soportasteis recio combate de padecimientos;*
33 hechos, por una parte, blanco de ludibrios y tribulaciones como en público espectáculo, y por otra, hechos solidarios de los que se hallaban en semejante situación,
34 porque compartisteis los padecimientos de los encarcelados, y recibisteis con gozo el robo de vuestros bienes, sabiendo que poseéis una hacienda mejor y permanente.
35 No perdáis, pues, vuestra confianza, a la cual está vinculada una gran recompensa.
36 Porque tenéis necesidad de paciencia; a fin de que, habiendo cumplido la voluntad de Dios, alcancéis la promesa.
37 Porque (Hab 2:3-4) «todavía un poquito, tantico, tantico, | y el que ha de venir vendrá, y no tardará;
38 y mi justo por la fe vivirá: | y si se acobardare, no se agradará mi alma en él».
39 Mas nosotros no somos hombres de cobardía para perdición, sino de fe para salvamento del alma.

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Introducción a Hebreos




EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

ANTECEDENTES HISTÓRICOS. — El estado de ánimo de los hebreos palestinenses era verdaderamente excepcional. No se trataba de un, peligro ordinario, como las disensiones de los corintios o las preocupaciones escatológicas de los tesalonicenses; se trataba de una crisis gravísima, decisiva, de la Iglesia de Palestina. En un esfuerzo supremo, presagio de la última catástrofe, el judaísmo se empeñó en restaurar su nacionalidad y esplendor religioso. Terminado ya, o a punto de terminarse, el templo de Jerusalén, comenzado más de ochenta años antes por Herodes el Grande, el culto divino podía ostentar toda su magnificencia. Los judíos cristianos, que no habían roto aún definitivamente con el judaísmo oficial, no podían quedar impasibles ante este aparente resurgimiento; y cuando cotejaban la pompa del culto levítico con la sencillez y pobreza de la naciente liturgia cristiana, se apoderaba de ellos una nostalgia religiosa que comprometía su fe. Y no sólo echaban de menos la esplendidez del culto mosaico, sino también las purificaciones rituales y observancias tradicionales. A todo esto se añadía el temor de los odios y persecuciones con que sus antiguos correligionarios, en aquellos momentos de exacerbación nacionalista, habían de responder a su defección del judaísmo. En suma: sentían un gran vacío moral y religioso, aumentado por el terror de la persecución.

ARGUMENTO DE LA EPÍSTOLA. — Puestos los hebreos al borde del abismo, Pablo, que había deseado ser anatema de Cristo por sus hermanos según la carne, voló en su socorro. Valiéndose del anónimo y velándose con el incógnito, si bien más aparente que real, les escribió una carta, o, mejor, un mensaje de aliento, para desvanecer sus preocupaciones y sus temores. La tesis del escrito es eminentemente práctica, y consta de dos afirmaciones íntimamente relacionadas entre si. La primera y principal establece la virtud santificadora de la nueva religión: virtud más poderosa de una santidad más perfecta; la segunda, consecuencia de la primera, infunde valor para no desmayar ante las persecuciones. Al anhelo de perfección, aunque algo extraviado, de los hebreos, responde Pablo, no refrenando esos ímpetus del corazón religioso, antes bien, dando al espíritu mayores vuelos y levantándose a alturas jamás imaginadas.

Para presentar en toda su dignidad y eficacia la santidad cristiana, inmensamente superior a la santidad mosaica, establece un parangón, que fácilmente se convierte en antítesis, entre la antigua y la nueva alianza. Esta comparación entre las dos alianzas, presente siempre a los ojos del autor, es la base y la síntesis de toda su demostración: la antigua alianza, pasajera, preparatoria, imperfecta; la nueva alianza, eterna, definitiva, perfectísima. Pero este cotejo o contraste apenas sale, diríamos, a la superficie; no quiere Pablo herir demasiado en lo vivo
los sentimientos de los judíos; lo que aparece radiante en primer término es la persona amable de Cristo, Autor y Consumador de la fe. En la antigua alianza. Dios se comunicó al pueblo por medio de los ángeles y Moisés, siervo de Dios; en la nueva habla a los hombres por Cristo, hijo de Dios, inmensamente superior a los ángeles y a Moisés. En la antigua alianza, los hombres se comunicaban con Dios por medio del sacerdocio de Aarón, ineficaz y transitorio; en la nueva alianza se comunica por medio de Cristo, sacerdote único y eterno según el orden de Melquisedec. En la antigua alianza los ministerios de mensajero y pontífice estaban repartidos; en la nueva, Cristo los asume todos en sí, Apóstol y Pontífice de nuestra fe. Pero llega más alto el vigor sintético y elevación teológica del autor. Si Cristo reúne en su persona toda la grandeza religiosa de la nueva alianza, su sacrificio en la cruz condensa a su vez toda la obra de Cristo. El sacrificio del Pontífice eterno, punto central de toda la demostración, es juntamente la clave de los dos problemas que en ella se desenvuelven.

AUTOR, LENGUA, TIEMPO Y LUGAR. — Que el autor de la Ep. a los Hebreos sea Pablo, no admite duda; no es, con todo, improbable que a las órdenes del Apóstol, bajo su dirección y responsabilidad, colaborase un redactor cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros. La lengua original en que se escribió la Epístola no es la hebrea o la aramea, como alguno imaginó, sino la griega, más pura aquí que en otros escritos del N. T. Escribióse, según todas las probabilidades, después de haber sido martirizado Santiago el Menor, obispo de Jerusalén, a cuya muerte se alude en 13:7, y después también de la primera cautividad romana de Pablo, inmediatamente antes o después de su viaje a España. La frase final «Os saludan los de Italia» (13:24) parece indicar haberse escrito la carta desde alguna ciudad de Italia, acaso desde Roma,

DIVISIÓN. — El cuerpo de la Epístola consta de dos partes. La primera, dogmática, presenta a Jesu-Cristo como Dios, sacerdote y víctima (1:5-10:18); la segunda, parenética, contiene exhortaciones a la perseverancia en la fe y a la constancia en la tribulación, seguidas de recomendaciones particulares (10:19-13:17).




Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Hebreos 10,1

EXPRESIÓN REAL o realización, verificación: tal es el sentido de la palabra imagen , empleada aquí por Pablo en oposición a sombra .


Hebreos 10,5

AL ENTRAR EN EL MUNDO: en el momento de la encarnación, el primer sentimiento del Corazón de Jesu-Cristo es la oblación de su vida por la redención de los hombres, oblación que, consumada en la cruz, se perpetúa de alguna manera con su actual e incesante ratificación en su vida celeste.


Hebreos 10,7

EL POMO DEL LIBRO parece ser el pomo o esfera que remataba la parte superior de la vara cilíndrica en torno de la cual se arrollaba el volumen.


Hebreos 10,10

SANTIFICADOS…DE UNA VEZ PARA SIEMPRE: no quiere decir el Apóstol que la muerte del Redentor, sin más, santificó personalmente a cada uno de los hombres, sino que es el principio único de la santificación de todos los hombres.


Hebreos 10,14

LOS QUE SON SANTIFICADOS significa los que con el tiempo van siendo santificados .


Hebreos 10,18

NO HAY YA MÁS OBLACIÓN POR EL PECADO: después del sacrificio de la cruz no es menester ya otro sacrificio distinto para expiar los pecados de los hombres. Se reproducirá cada día en nuestros altares el mismo sacrificio, para aplicarnos sus frutos: mas no se ofrecerá ya otro sacrificio diferente.


Hebreos 10,19-20

Las alusiones y metáforas de este pasaje reclaman alguna declaración. Ante todo hay una alusión al segundo velo del templo, a través del cual penetraba el pontífice con la sangre de las víctimas en el lugar santísimo. Otra segunda alusión recuerda el velo del templo, que se rasgó de alto abajo al morir el redentor. Luego, una osada metáfora presenta la carne del Salvador, rasgada con los clavos y con la lanza, como el velo rasgado, a través del cual entramos en el santuario celeste.


Hebreos 10,22

LAVADOS LOS CUERPOS CON AGUA PURA: por el santo bautismo.


Hebreos 10,25

EL DÍA del juicio de Dios. Ignoraban los hebreos cristianos, deslumbrados por el esplendor de la liturgia levítica, que aquel templo dentro de pocos años iba a ser pasto de las llamas, y con él todos los ritos de la ley. La destrucción de Jerusalén es para el Apóstol imagen y, a la vez, inauguración del último juicio de Dios.


Hebreos 10,26

NO QUEDA YA SACRIFICIO…: no el de Cristo, voluntariamente rechazado: no los de la ley, ineficaces para borrar los pecados. Tal es el sentido de estas palabras, no el de que el pecador no pueda ya obtener perdón para sus pecados.


Hebreos 10,32

ILUMINADOS: Cf. Heb_6:4, ML 6:422,