Hebreos 2 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 18 versitos |
1 Por esto es menester que prestemos mayor atención a las cosas oídas, no sea que seamos arrastrados a la deriva.
2 Porque si la palabra transmitida por ministerio de los ángeles obtuvo fuerza de ley, y toda prevaricación y desobediencia recibió su justa retribución,
3 ¿cómo nosotros escaparemos del castigo si menospreciásemos tan grande salud? La cual, anunciada inicialmente por el Señor, llegó hasta nosotros refrendada por los que la habían oído,
4 acreditándola a su vez Dios con señales y portentos, y variedad de milagros, y repartición de dones del Espíritu Santo, a medida de su voluntad.
5 Porque no a los ángeles sometió Dios el mundo que había de venir, del cual estamos hablando. *
6 Allá uno testificó diciendo (Sal 8:5-7): «¿Quién es el hombre, que te acuerdas de él, | o el hijo del hombre, que miras por él? * |
7 Le rebajaste un poquito respecto de los ángeles, | de gloria y honor le coronaste; |
8 todas las cosas sometiste debajo de sus pies». Pues al someter a él todas las cosas, nada dejó no sometido a él. Ahora, empero, todavía no vemos todas las cosas sometidas a él.
9 Mas al que fue rebajado un poquito respecto de los ángeles, Jesús, vemos, por causa de la muerte padecida, coronado de gloria y de honor, a fin de que, por gracia de Dios, gustase la muerte en bien de todos.
10 Pues le estaba bien a aquel para quien es todo y por quien es todo que, al paso que llevaba muchos hijos a la gloria, consumase por medio de los padecimientos al autor de su salud. *
11 Pues tanto el que santifica como los que son santificados, de uno vienen todos; por cuya causa no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo (Sal 21:23):
12 «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, | en medio de la asamblea cantaré tus lores».
13 Y además (Is 8:17-18): «Yo pondré mi confianza en él». Y de nuevo (Is 8:17-18): «Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me dio». *
14 Por tanto, pues los hijos participaban de la sangre y de la carne, también él igualmente participó de las mismas, para destruir por medio de la muerte al que tenía el señorío de la muerte, esto es, al diablo,
15 y libertar a todos aquellos que con el miedo de la muerte estaban durante toda su vida sujetos a la esclavitud.
16 Porque, en fin, no son los ángeles a quienes alarga la mano, sino el linaje de Abrahán es a quien alarga la mano.
17 Por donde debió ser en todo asemejado a sus hermanos, para ser compasivo y fiel pontífice en las cosas que miran a Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo.
18 Pues por cuanto él mismo fue probado con lo que padeció, puede socorrer a los que son probados.

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Introducción a Hebreos




EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

ANTECEDENTES HISTÓRICOS. — El estado de ánimo de los hebreos palestinenses era verdaderamente excepcional. No se trataba de un, peligro ordinario, como las disensiones de los corintios o las preocupaciones escatológicas de los tesalonicenses; se trataba de una crisis gravísima, decisiva, de la Iglesia de Palestina. En un esfuerzo supremo, presagio de la última catástrofe, el judaísmo se empeñó en restaurar su nacionalidad y esplendor religioso. Terminado ya, o a punto de terminarse, el templo de Jerusalén, comenzado más de ochenta años antes por Herodes el Grande, el culto divino podía ostentar toda su magnificencia. Los judíos cristianos, que no habían roto aún definitivamente con el judaísmo oficial, no podían quedar impasibles ante este aparente resurgimiento; y cuando cotejaban la pompa del culto levítico con la sencillez y pobreza de la naciente liturgia cristiana, se apoderaba de ellos una nostalgia religiosa que comprometía su fe. Y no sólo echaban de menos la esplendidez del culto mosaico, sino también las purificaciones rituales y observancias tradicionales. A todo esto se añadía el temor de los odios y persecuciones con que sus antiguos correligionarios, en aquellos momentos de exacerbación nacionalista, habían de responder a su defección del judaísmo. En suma: sentían un gran vacío moral y religioso, aumentado por el terror de la persecución.

ARGUMENTO DE LA EPÍSTOLA. — Puestos los hebreos al borde del abismo, Pablo, que había deseado ser anatema de Cristo por sus hermanos según la carne, voló en su socorro. Valiéndose del anónimo y velándose con el incógnito, si bien más aparente que real, les escribió una carta, o, mejor, un mensaje de aliento, para desvanecer sus preocupaciones y sus temores. La tesis del escrito es eminentemente práctica, y consta de dos afirmaciones íntimamente relacionadas entre si. La primera y principal establece la virtud santificadora de la nueva religión: virtud más poderosa de una santidad más perfecta; la segunda, consecuencia de la primera, infunde valor para no desmayar ante las persecuciones. Al anhelo de perfección, aunque algo extraviado, de los hebreos, responde Pablo, no refrenando esos ímpetus del corazón religioso, antes bien, dando al espíritu mayores vuelos y levantándose a alturas jamás imaginadas.

Para presentar en toda su dignidad y eficacia la santidad cristiana, inmensamente superior a la santidad mosaica, establece un parangón, que fácilmente se convierte en antítesis, entre la antigua y la nueva alianza. Esta comparación entre las dos alianzas, presente siempre a los ojos del autor, es la base y la síntesis de toda su demostración: la antigua alianza, pasajera, preparatoria, imperfecta; la nueva alianza, eterna, definitiva, perfectísima. Pero este cotejo o contraste apenas sale, diríamos, a la superficie; no quiere Pablo herir demasiado en lo vivo
los sentimientos de los judíos; lo que aparece radiante en primer término es la persona amable de Cristo, Autor y Consumador de la fe. En la antigua alianza. Dios se comunicó al pueblo por medio de los ángeles y Moisés, siervo de Dios; en la nueva habla a los hombres por Cristo, hijo de Dios, inmensamente superior a los ángeles y a Moisés. En la antigua alianza, los hombres se comunicaban con Dios por medio del sacerdocio de Aarón, ineficaz y transitorio; en la nueva alianza se comunica por medio de Cristo, sacerdote único y eterno según el orden de Melquisedec. En la antigua alianza los ministerios de mensajero y pontífice estaban repartidos; en la nueva, Cristo los asume todos en sí, Apóstol y Pontífice de nuestra fe. Pero llega más alto el vigor sintético y elevación teológica del autor. Si Cristo reúne en su persona toda la grandeza religiosa de la nueva alianza, su sacrificio en la cruz condensa a su vez toda la obra de Cristo. El sacrificio del Pontífice eterno, punto central de toda la demostración, es juntamente la clave de los dos problemas que en ella se desenvuelven.

AUTOR, LENGUA, TIEMPO Y LUGAR. — Que el autor de la Ep. a los Hebreos sea Pablo, no admite duda; no es, con todo, improbable que a las órdenes del Apóstol, bajo su dirección y responsabilidad, colaborase un redactor cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros. La lengua original en que se escribió la Epístola no es la hebrea o la aramea, como alguno imaginó, sino la griega, más pura aquí que en otros escritos del N. T. Escribióse, según todas las probabilidades, después de haber sido martirizado Santiago el Menor, obispo de Jerusalén, a cuya muerte se alude en 13:7, y después también de la primera cautividad romana de Pablo, inmediatamente antes o después de su viaje a España. La frase final «Os saludan los de Italia» (13:24) parece indicar haberse escrito la carta desde alguna ciudad de Italia, acaso desde Roma,

DIVISIÓN. — El cuerpo de la Epístola consta de dos partes. La primera, dogmática, presenta a Jesu-Cristo como Dios, sacerdote y víctima (1:5-10:18); la segunda, parenética, contiene exhortaciones a la perseverancia en la fe y a la constancia en la tribulación, seguidas de recomendaciones particulares (10:19-13:17).




Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Hebreos 2,5

EL MUNDO QUE HABÍA DE VENIR: la nueva economía de la gracia, anunciada como futura en el A. T.


Hebreos 2,6-8

El Sal_8:1-9 se refiere a Cristo, no propiamente en sentido literal o típico, ni tampoco en sentido acomodaticio, sino en un sentido intermedio, que unos llaman consecuente y otros más pleno. En efecto, el Sal_8:1-9 celebra la gloria de Dios en la creación y la glorificación del hombre sobre todas las obras de las manos de Dios. Prescindiendo de la gloria divina de Cristo, la glorificación del hombre no se realiza plenamente sino en el hombre por excelencia, Cristo, único que domina en el mundo de la naturaleza y en el mundo de la gracia.


Hebreos 2,10

Este versículo no carece de misterio. El sentido general es que Dios Padre, primer principio y último fin, se propuso dos fines en los padecimientos de Cristo: salvar a los hombres y consumar al Salvador. Así, en los planes de Dios, los padecimientos de Cristo no son medio solamente de la salud ajena, sino también consumación del mismo Cristo. Por sus padecimientos, Cristo queda constituido y consagrado como víctima consumada , capaz de expiar los pecados, aplacar a Dios y santificar a los hombres. Así consumado , Cristo es AUTOR, es decir, según la fuerza de la palabra original, PRINCÍPIO Y GUÍA de la salud humana.


Hebreos 2,11

DE UNO: de un mismo Dios y de un mismo padre, Adán.


Hebreos 2,13

Quien habla es Isaías; con todo, como el pasaje es mesiánico y el profeta interviene como señal en Israel, está justificada la aplicación que de él hace Pablo al Mesías. Dos rasgos de Isaías aplica a Cristo: su confianza en Dios y la solidaridad con sus hijos. La confianza de Isaías figura la que tiene Cristo en su glorificación y en el buen suceso de su obra. La solidaridad del profeta con sus hijos es figura de la de Cristo con los hombres.