Hebreos 4 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 16 versitos |
1 Temamos, pues, no sea que, subsistiendo la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse quedado rezagado.
2 Pues a nosotros se nos ha dado la buena nueva, lo mismo que a ellos; mas a aquéllos no les aprovechó la palabra de la predicación, por no ir acompañada de la fe por parte de los que oyeron.
3 Porque entramos en el reposo los que creímos, según que tiene dicho: «Y así juré en mi indignación: | ¡Si van a entrar en mi reposo!» Y por cierto que desde la fundación del mundo estaban acabadas las obras.*
4 Porque en un lugar tiene dicho así, hablando del día séptimo: «Y reposó Dios en el día séptimo de todas sus obras» (Gen 2:2).
5 y en este sitio, de nuevo: «¡Si van a entrar en mi reposo!»
6 Ya que está, pues, reservado a algunos el entrar en él, y aquellos a quienes primero se dio la buena nueva no entraron a causa de su contumacia,
7 de nuevo determina un día, «hoy», diciendo por David al cabo de tanto tiempo, según antes queda dicho (Sal 94:7-8): «Hoy, si oyereis su voz, | no endurezcáis vuestros corazones ».
8 Porque si Josué les hubiera proporcionado el reposo, no hablaría tras esto de otro día.
9 Queda, pues, reservado un reposo sabático al pueblo de Dios.
10 Porque el que ha entrado en su reposo, también él reposa de sus trabajos, lo mismo que Dios de los suyos.
11 Trabajemos, pues, por entrar en aquel reposo, a fin de que nadie, a ejemplo de ellos, caiga en la misma contumacia.
12 Porque viviente es la Palabra de Dios, y obradora, y más tajante que espada alguna de dos filos, y que penetra hasta la división del alma y del espíritu, y de las coyunturas y de las medulas, y discierne los sentimientos y pensamientos del corazón;*
13 y no hay creatura invisible en su presencia, antes todo está desnudo y descubierto a sus ojos, delante de quien habremos de dar cuenta.
14 Teniendo, pues, un Pontífice grande, que ha penetrado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firme la fe que profesamos.
15 Pues no tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, antes bien probado en todo a semejanza nuestra, excluido el pecado.
16 Lleguémonos, pues, con segura confianza al trono de la gracia, para que alcancemos misericordia y hallemos gracia en orden a ser socorridos en el tiempo oportuno.

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Introducción a Hebreos




EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

ANTECEDENTES HISTÓRICOS. — El estado de ánimo de los hebreos palestinenses era verdaderamente excepcional. No se trataba de un, peligro ordinario, como las disensiones de los corintios o las preocupaciones escatológicas de los tesalonicenses; se trataba de una crisis gravísima, decisiva, de la Iglesia de Palestina. En un esfuerzo supremo, presagio de la última catástrofe, el judaísmo se empeñó en restaurar su nacionalidad y esplendor religioso. Terminado ya, o a punto de terminarse, el templo de Jerusalén, comenzado más de ochenta años antes por Herodes el Grande, el culto divino podía ostentar toda su magnificencia. Los judíos cristianos, que no habían roto aún definitivamente con el judaísmo oficial, no podían quedar impasibles ante este aparente resurgimiento; y cuando cotejaban la pompa del culto levítico con la sencillez y pobreza de la naciente liturgia cristiana, se apoderaba de ellos una nostalgia religiosa que comprometía su fe. Y no sólo echaban de menos la esplendidez del culto mosaico, sino también las purificaciones rituales y observancias tradicionales. A todo esto se añadía el temor de los odios y persecuciones con que sus antiguos correligionarios, en aquellos momentos de exacerbación nacionalista, habían de responder a su defección del judaísmo. En suma: sentían un gran vacío moral y religioso, aumentado por el terror de la persecución.

ARGUMENTO DE LA EPÍSTOLA. — Puestos los hebreos al borde del abismo, Pablo, que había deseado ser anatema de Cristo por sus hermanos según la carne, voló en su socorro. Valiéndose del anónimo y velándose con el incógnito, si bien más aparente que real, les escribió una carta, o, mejor, un mensaje de aliento, para desvanecer sus preocupaciones y sus temores. La tesis del escrito es eminentemente práctica, y consta de dos afirmaciones íntimamente relacionadas entre si. La primera y principal establece la virtud santificadora de la nueva religión: virtud más poderosa de una santidad más perfecta; la segunda, consecuencia de la primera, infunde valor para no desmayar ante las persecuciones. Al anhelo de perfección, aunque algo extraviado, de los hebreos, responde Pablo, no refrenando esos ímpetus del corazón religioso, antes bien, dando al espíritu mayores vuelos y levantándose a alturas jamás imaginadas.

Para presentar en toda su dignidad y eficacia la santidad cristiana, inmensamente superior a la santidad mosaica, establece un parangón, que fácilmente se convierte en antítesis, entre la antigua y la nueva alianza. Esta comparación entre las dos alianzas, presente siempre a los ojos del autor, es la base y la síntesis de toda su demostración: la antigua alianza, pasajera, preparatoria, imperfecta; la nueva alianza, eterna, definitiva, perfectísima. Pero este cotejo o contraste apenas sale, diríamos, a la superficie; no quiere Pablo herir demasiado en lo vivo
los sentimientos de los judíos; lo que aparece radiante en primer término es la persona amable de Cristo, Autor y Consumador de la fe. En la antigua alianza. Dios se comunicó al pueblo por medio de los ángeles y Moisés, siervo de Dios; en la nueva habla a los hombres por Cristo, hijo de Dios, inmensamente superior a los ángeles y a Moisés. En la antigua alianza, los hombres se comunicaban con Dios por medio del sacerdocio de Aarón, ineficaz y transitorio; en la nueva alianza se comunica por medio de Cristo, sacerdote único y eterno según el orden de Melquisedec. En la antigua alianza los ministerios de mensajero y pontífice estaban repartidos; en la nueva, Cristo los asume todos en sí, Apóstol y Pontífice de nuestra fe. Pero llega más alto el vigor sintético y elevación teológica del autor. Si Cristo reúne en su persona toda la grandeza religiosa de la nueva alianza, su sacrificio en la cruz condensa a su vez toda la obra de Cristo. El sacrificio del Pontífice eterno, punto central de toda la demostración, es juntamente la clave de los dos problemas que en ella se desenvuelven.

AUTOR, LENGUA, TIEMPO Y LUGAR. — Que el autor de la Ep. a los Hebreos sea Pablo, no admite duda; no es, con todo, improbable que a las órdenes del Apóstol, bajo su dirección y responsabilidad, colaborase un redactor cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros. La lengua original en que se escribió la Epístola no es la hebrea o la aramea, como alguno imaginó, sino la griega, más pura aquí que en otros escritos del N. T. Escribióse, según todas las probabilidades, después de haber sido martirizado Santiago el Menor, obispo de Jerusalén, a cuya muerte se alude en 13:7, y después también de la primera cautividad romana de Pablo, inmediatamente antes o después de su viaje a España. La frase final «Os saludan los de Italia» (13:24) parece indicar haberse escrito la carta desde alguna ciudad de Italia, acaso desde Roma,

DIVISIÓN. — El cuerpo de la Epístola consta de dos partes. La primera, dogmática, presenta a Jesu-Cristo como Dios, sacerdote y víctima (1:5-10:18); la segunda, parenética, contiene exhortaciones a la perseverancia en la fe y a la constancia en la tribulación, seguidas de recomendaciones particulares (10:19-13:17).




Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Hebreos 4,3-10

El razonamiento del Apóstol se reduce a estos puntos principales: Dios destinó al hombre a participar de su eterno reposo. La entrada de Israel en la tierra de promisión no era la entrada en este reposo, sino sólo su figura profética; pero aun de ese reposo figurativo fueron excluidos los israelitas incrédulos. De suerte que antes de Cristo nadie entró en el reposo de Dios: unos porque fueron incrédulos, otros porque sólo entraron en figura; la verdadera entrada estaba reservada para ahora, en este HOY de los días mesiánicos, al nuevo pueblo de Dios.


Hebreos 4,12-13

Viva personificación de la palabra divina, con la cual quiere significar el Apóstol que Dios, que todo lo ve, nos ha de juzgar conforme a su palabra.

|| LA DIVISIÓN DEL ALMA Y DEL ESPÍRITU: no significa distinción sustancial, sino oposición de dos tendencias inferiores y superiores, animales y espirituales.