1 I.— ANTECEDENTES DEL LEVANTAMIENTO (3—7) Rivalidad entre Simón y Onías El sumo sacerdote Onías º era un hombre piadoso, que aborrecía la maldad. En su tiempo, la ciudad santa disfrutaba de una paz perfecta y las leyes se observaban con la máxima exactitud. |
2 Hasta los reyes honraban el lugar santo y lo enriquecían con espléndidos regalos, |
3 de tal manera que, incluso Seleuco º, rey de Asia, sostenía con sus recursos personales todos los gastos que se originaban en la celebración de los sacrificios. |
4 Había por aquel entonces un tal Simón *, de la familia de Bilgá º, administrador del Templo, que se enfrentó con el sumo sacerdote por razones relativas al control de los mercados de la ciudad; |
5 pero como no pudo imponerse a Onías, acudió a Apolonio de Tarso, que por ese tiempo era gobernador de las provincias de Celesiria º y Fenicia; |
6 le contó que el tesoro del Templo de Jerusalén estaba colmado de riquezas, que la cantidad de dinero allí depositada era incalculable, superando con creces los gastos de los sacrificios, y que nada impedía ponerlo a disposición del rey. |
7 En una audiencia con el rey, Apolonio le puso al tanto del tema de dichas riquezas. Entonces el rey envió a Heliodoro, su encargado de negocios, a apoderarse de ellas º. |
8 Heliodoro se puso en camino inmediatamente, fingiendo que iba a visitar las ciudades de Celesiria y Fenicia, pero lo que se proponía era cumplir las órdenes del rey. |
9 Al llegar a Jerusalén, lo recibió amistosamente el sumo sacerdote de la ciudad, a quien él expuso lo que le habían comunicado y le preguntó si era correcta su información. |
10 El sumo sacerdote le respondió que se trataba de unos depósitos pertenecientes a las viudas y a los huérfanos, |
11 y que una parte era de Hircano *, hijo de Tobías, un hombre de elevada posición. Contrariamente a lo dicho por el impío Simón, el total del tesoro ascendía a cuatrocientos talentos de plata y doscientos de oro º; |
12 y no se debía cometer la injusticia de defraudar a los que habían puesto su confianza en la santidad del lugar y en la inviolable majestad de aquel Templo venerado en todo el mundo. |
13 Heliodoro trata de profanar el Templo Heliodoro, obedeciendo las órdenes del rey, mantenía su propósito de confiscar las riquezas en beneficio de las arcas reales. |
14 Y así, en el día que había señalado, entró en el Templo para inspeccionar el tesoro, lo cual causó gran consternación en toda la ciudad. |
15 Los sacerdotes, de rodillas delante del altar con sus ropas sacerdotales, invocaban a Dios, que había dado la ley sobre los bienes en depósito º, y le rogaban que los preservara intactos para quienes los habían depositado. |
16 El aspecto del sumo sacerdote impresionaba profundamente, pues su rostro y la palidez de su semblante revelaban la angustia que llenaba su alma. |
17 El miedo y el temblor que estremecía su cuerpo revelaban a quienes lo miraban el intenso dolor de su corazón. |
18 Además, la gente salía en grupos de sus casas, para orar juntos por el Templo que estaba en peligro de ser profanado. |
19 Las mujeres, ceñidas de sayal por debajo de los pechos, llenaban las calles; y las más jóvenes, encerradas generalmente en sus casas, corrían unas a las puertas y otras a las murallas, mientras otras se asomaban a las ventanas. |
20 Todas ellas oraban con las manos alzadas al cielo; |
21 y movía a compasión el ver aquella multitud confusa y de rodillas, y la ansiedad del sumo sacerdote, presa de terrible angustia. |
22 Mientras ellos suplicaban al Señor todopoderoso que guardara intactos y seguros los bienes de quienes los habían depositado, |
23 Heliodoro se dispuso a llevar a cabo sus planes. |
24 Pero cuando él, con su escolta, se encontraba ya junto al tesoro, el soberano de los espíritus y de toda potestad se manifestó con tal energía, que todos los que osaron entrar en el Templo fueron heridos por el poder de Dios, quedando sin fuerzas y poseídos por el miedo. |
25 Porque se les apareció un jinete temible, cubierto con una armadura de oro y montando un caballo ricamente enjaezado, el cual, levantando sus cascos delanteros, se arrojó violentamente contra Heliodoro. |
26 También se les aparecieron dos jóvenes de extraordinaria fuerza y hermosura, magníficamente vestidos que, puestos cada uno a un lado de Heliodoro, lo castigaron azotándolo sin tregua. |
27 Heliodoro cayó a tierra, rodeado de profundas tinieblas, pero en seguida lo levantaron y se lo llevaron en una camilla. |
28 De esta forma, el que poco antes había entrado en el tesoro acompañado de gran séquito y fuerte escolta, hubo de ser transportado incapaz de valerse por sí mismo. Todos reconocieron, entonces, el evidente poder de Dios. |
29 Mientras Heliodoro, mudo y sin esperanzas de recuperación, yacía derribado por el poder divino, |
30 los judíos daban gracias al Señor que había glorificado su propio lugar. El Templo, donde poco antes reinaba el miedo y la consternación, ahora se veía lleno de alegría y júbilo por la manifestación del Señor todopoderoso. |
31 Muy pronto, los compañeros de Heliodoro corrieron a pedir a Onías que invocara al Altísimo para que perdonase la vida al que estaba a punto de fallecer. |
32 El sumo sacerdote, temiendo que el rey sospechara que Heliodoro había sufrido un atentado a manos de los judíos, ofreció un sacrificio por su curación. |
33 Y sucedió que mientras el sumo sacerdote ofrecía aquel sacrificio por el pecado, los mismos jóvenes con los mismos vestidos se presentaron de nuevo a Heliodoro y, puestos de pie, le dijeron: — Da muchas gracias al sumo sacerdote Onías, pues el Señor te ha perdonado la vida porque él ha intercedido en tu favor. |
34 Ahora tú, que has recibido el castigo del cielo, proclama ante todos la grandeza del poder de Dios. Dicho esto, desaparecieron. |
35 Heliodoro ofreció un sacrificio al Señor y le hizo grandes promesas por haberlo mantenido con vida. Después se despidió de Onías y regresó con sus tropas adonde estaba el rey. |
36 En presencia de todos daba testimonio de las obras del gran Dios a quien él había visto con sus propios ojos. |
37 El rey preguntó entonces a Heliodoro a quién podría enviar otra vez a Jerusalén. Heliodoro le respondió: |
38 — Si tienes algún enemigo o alguien que conspire contra tu gobierno, envíalo allá. Si sobrevive, volverá aquí destrozado por azotes, porque te aseguro que en ese lugar rige un poder divino. |
39 Pues el que habita en el cielo vela sobre ese lugar y lo protege; y a cualquiera que se acerque allí con mala intención, lo golpea y lo lleva a la muerte. |
40 Esto fue lo que le sucedió a Heliodoro, y así se salvó el tesoro del Templo. |