Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
7. Visión de las cuatro Bestias.
Con este capítulo se abre la segunda parte del libro de Daniel, de carácter visionario. El profeta ahora se presenta como profeta que recibe mensajes de Dios por intermedio de sus ángeles. Sustancialmente, el esquema ideológico de estas visiones está en la interpretación de la visión de la estatua que hemos estudiado en el capítulo segundo. Aquel diseño general en el que se anunciaba una sucesión de reinos históricos que habían de ser suplantados por un reino definitivo teocrático, va adquiriendo nuevos detalles y relieves.
Aunque las visiones aparecen encuadradas en la época babilónica, sin embargo, las alusiones a hechos de la época de la persecución de los judíos por los reyes de Siria sitúan al redactor de estas visiones puestas en boca de la gran figura tradicional de Daniel en la época macabea, es decir, en pleno siglo II a.C. Los rasgos históricos van intercalados con alusiones a una época escatológica pintada con caracteres apocalípticos. Muchas veces los planos histórico y escatológico se superponen. Esta oscuridad, característica de la literatura apocalíptica, hace muchas veces difícil adivinar el pensamiento del hagiógrafo.
Visión de las cuatro bestias (1-8).
1 El año primero de Baltasar, rey de Babilonia, tuvo Daniel un sueño, y vio visiones de su espíritu mientras estaba en su lecho. En seguida escribió el sueño. 2 Yo miraba durante mi visión nocturna, y vi irrumpir en el mar Grande los cuatro vientos del cielo 3 y salir del mar cuatro bestias, diferentes una de otra. 4 La primera bestia era como león con alas de águila. Yo estuve mirando hasta que le fueron arrancadas las alas y fue levantado de la tierra, poniéndose sobre los pies a modo de hombre, y le fue dado corazón de hombre. 5 Y he aquí que una segunda bestia, semejante a un oso, y que tenía en su boca entre los dientes tres costillas, se estaba a un lado, y le dijeron: Levántate a comer mucha carne. 6 Seguí mirando después de esto, y he aquí otra tercera, semejante a un leopardo, con cuatro alas de pájaro sobre su dorso y con cuatro cabezas, y le fue dado el dominio. 7 Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi la cuarta bestia, terrible, espantosa, sobremanera fuerte, con grandes dientes de hierro. Devoraba y trituraba, y las sobras las machacaba con los pies. Era muy diferente de todas las bestias anteriores y tenía diez cuernos. 8 Estando yo contemplando los cuernos, vi que salía de entre ellos otro cuerno pequeño, y le fueron arrancados tres de los primeros, y este otro tenía ojos como de hombre y una boca que hablaba con gran arrogancia. La datación de la visión en el
año primero de Baltasar es considerada por muchos intérpretes como adición erudita de un glosista. No sabemos cuándo empezó a
reinar Baltasar, hijo de Nabónides, aunque propiamente nunca llegó a la categoría plena de
rey. Algunos creen que fue asociado al reino con su padre Nabónides en 550-49 a.C. Según el texto bíblico, Daniel tuvo en ese año una
visión. El contenido de la
visión es muy peregrino: En el
mar Grande irrumpen los
cuatro vientos del cielo (v.2). La expresión
mar Grande designa muchas veces al Mediterráneo, pero aquí puede aludir al caos primitivo, al abismo revuelto por los
cuatro vientos, símbolo de las fuerzas perturbadoras y nocivas, donde, según la mentalidad popular, habitaban los grandes monstruos, símbolo del mal.
En efecto, de ese caos tempestuoso van a surgir cuatro bestias, que simbolizarán cuatro reinos que se oponen al establecimiento del
reino de los santos. La primera de las
bestias era semejante a un
león con alas de águila (v.4). La enumeración de éstas hay que entenderla paralelamente a la de los diferentes metales de la
estatua vista por -Nabucodonosor (c.2). Esta primera bestia, pues, corresponde a la
cabeza de oro de aquella visión. Aquí el
león con sus
alas parece ser un calco de las representaciones de los querubes alados, tan frecuentes en la estatuaria babilónica. Es el símbolo más apropiado, pues, para representar al imperio babilónico de Nabucodonosor. Debemos tener en cuenta, por otra parte, que el hagiógrafo nos presenta estos símiles de bestias como aproximaciones. Así dice: era
como león.,
como leopardo... Estas frases nos llevan de lleno al género literario apocalíptico, en el que la imaginación va delante de la inteligencia, de tal forma que muchas veces se dan detalles que no tienen en realidad valor simbólico conceptual.
Como en la visión de la
estatua aparecía simbolizado el reino babilónico por el metal más noble, y la parte superior del cuerpo (
cabeza de oro),
así también ahora va a ser simbolizado en los dos animales más nobles: el
león y el
águila; el primero, rey de los animales terrestres, y la segunda, reina de las aves. Hay en el libro de Daniel cierta benevolencia y admiración por los babilonios, como la hay en el libro de Ezequiel. El profeta puntualiza que a ese león alado le fueron arrancadas las
alas, poniéndose en estado de erección con un
corazón de hombre (v.4). La primera bestia perdió su carácter monstruoso que le daban la mezcla de
león y de
águila al quitársele las
alas; pero también el
león fue
humanizado al levantarse sobre sus pies e infundírsele un
corazón de hombre. Quizá en esto haya una alusión al reconocimiento hecho por Nabucodonosor del Dios de Daniel, deponiendo así su hostilidad de fiera contra el reino de Dios (3:98-100). O bien en esa
humanización hay que ver una alusión a 4:13, donde se habla de Nabucodonosor convertido en bestia y después restablecido en su categoría
humana al recobrar su conciencia de
hombre. La segunda
bestia era
semejante a un oso (v.5). Corresponde al
pecho de plata de la estatua. El animal y el metal aquí son de categoría inferior y simbolizarán el mismo reino, es decir, el medo-persa. Esta segunda bestia estaba alzada
de un lado, simbolizando quizá la posición de acecho, o mejor, la supremacía persa sobre la meda, como parece insinuarse en 8:20. Este oso tiene en su boca
tres costillas, posible alusión a la invasión llevada a cabo por Ciro en
tres direcciones: Lidia (Asia Menor), Babilonia y Egipto. Veremos en el c.8, en la visión del
carnero y el macho cabrío, que el
carnero, representante de Persia, según dice el ángel Gabriel, acornea en
tres direcciones: norte, sur y oeste, justamente las tres direcciones que llevaron los soldados de Ciro y Cambises. Su voracidad de conquistadores queda representada en la frase
levántate a comer mucha carne (v.6). La tercera bestia era
semejante a un leopardo y corresponde a las
piernas de bronce de la visión de la estatua (c.2). Esta bestia tiene
cuatro alas sobre su dorso, para indicar la celeridad de águila en sus conquistas en las
cuatro direcciones del viento. Es el imperio de Alejandro Magno, el conquistador-relámpago. El profeta ha escogido al
leopardo para representar la agilidad inenarrable de este coloso de la conquista. Las
cuatro cabezas de esta excepcional bestia parecen ser los cuatro sucesores de Alejandro, o
Diadocos, que se repartieron el imperio del inmortal macedonio. Otros prefieren ver en las
cuatro cabezas los
cuatro reyes de Persia suplantados por Alejandro, según 11:2. Pero creemos que en el contexto (y por lo que veremos en el capítulo siguiente) se alude más bien a los
cuatro Diadocos.
La cuarta bestia, que es la obsesión del profeta, es mucho más
terrible y espantosa (v.7), y también más complicada y misteriosa. Corresponde a los
pies de
barro y de arcilla de la estatua de Nabucodonosor del c.2. Es tan rara esta bestia, que no encuentra el profeta con qué compararla. Por otra parte, es de una fiereza y voracidad sin límites,
con grandes dientes de hierro, la cual no se contentaba con comer la presa, sino que
machacaba las sobras con sus pies, solazándose en todo lo que fuera destrucción. Y su agresividad aumentaba porque tenía
diez cuernos, entre los que sobresalía un nuevo
cuerno pequeño especial, que, para que creciera, hubieron de ser arrancados tres
cuernos de los diez anteriores. Por otra parte, ese
pequeño cuerno tenía ojos como
de hombre y una boca que hablaba con gran arrogancia (v.8).
La descripción es compleja y pormenorizada. Sin embargo, nos da la clave para la identificación de esta misteriosa cuarta bestia, que no es otra cosa que el imperio
seléucida, opresor del
pueblo de los santos, la nación judía en tiempo de los Macabeos. Sus
diez cuernos son los diez predecesores de Antíoco IV Epífanes, que es el
cuerno pequeño. que habla con arrogancia (v.8) ! Los
tres cuernos arrancados son tres predecesores que han sido muertos por instigación de Antíoco IV Epífanes, a saber, Seleuco IV, su padre, Heliodoro, y Demetrio, hijo de Seleuco. Vemos, pues, aquí alusiones claras a hechos políticos de la época de los Macabeos. Esta impresión la veremos confirmada en la exégesis de los capítulos siguientes. Las
arrogancias de Antíoco IV Epífanes aparecen declaradas en la historia de las guerras contra la nación judía en tiempo de los Macabeos y culminaron en la
abominación de la desolación, a la que se alude en el c.8.
El anciano de días y el juicio (9-12).
9 Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un anciano de muchos días, cuyas vestiduras eran blancas como la nieve, y los cabellos de su cabeza como lana blanca. Su trono llameaba como llamas de fuego, y las ruedas eran fuego ardiente. 10 Un río de fuego procedíay salía de delante de él, y le servían millares de millares y le asistían millones de millones; el tribunal tomó asiento, y fueron abiertos los libros. 11 Yo seguía mirando a la bestia a causa de las grandes arrogancias que hablaba su cuerno, y la estuve mirando hasta que la mataron, y su cuerpo fue destrozado y arrojado al fuego para que se quemase. 12 A las otras bestias se les había quitado el dominio, pero les había sido prolongada la vida por cierto tiempo. El vidente está consternado ante el espectáculo de aquellas bestias, que emergían del océano o abismo como principios maléficos; y, meditando sobre esta visión, ve en el cielo un espectáculo grandioso que le reconforta en sus sombríos pensamientos: un tribunal de justicia presidido por un
anciano de días, escoltado por miríadas de seres que le glorifican (v.8). Su trono está envuelto
en llamas de fuego, símbolo de la santidad de Dios, que todo lo purifica a su contacto. La descripción recuerda la de Ez 1. Ese
anciano, venerable por sus días y por sus cabellos blancos, no es otro que el Eterno, que va a juzgar a los reinos de las naciones, simbolizados en las cuatro bestias. Ante El están
abiertos los libros, en los que se registran las acusaciones y en los que se han de estampar las sentencias.
El juicio de las bestias comienza con la más maligna y perniciosa, la
cuarta, que con sus arrogancias excitaba la ira divina. Fue condenada al fuego, como Asiría en la profecía de Isaías 2. Su destrucción será completa y definitiva. Las otras bestias reciben una sentencia más benigna, pues aunque se les quita el
dominio, sin embargo, no se las condena a la total destrucción, sino que se les permite continuar como
naciones, pero sin
imperio. Con la desaparición de los
cuatro reinos, simbolizados en las
cuatro bestias y en los diversos metales de la estatua del c.2, se cierra el ciclo histórico de la oposición al
reino de los santos, que va a hacer irrupción inmediatamente, como aquella piedrecita que cayó sobre la estatua de múltiples metales y se convirtió en un monte elevado, símbolo de un reinado de definitiva estabilidad.
El Hijo de Hombre (13-22).
13 Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi venir sobre las nubes del cielo a un como Hijo de Hombre, que se llegó al anciano de muchos días y fue presentado ante éste, 14 Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno, que no acabará, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá. 15Túrbeme sobremanera yo, Daniel, en mi cuerpo, y las visiones de mi mente me desasosegaron. 16 Llegúeme a uno de los asistentes y le rogué que me dijera la verdad acerca de todo esto. Hablóme él y me declaró la interpretación. 17 Esas grandes bestias, las cuatro, son cuatro reyes que se alzarán en la tierra. 18 Después recibirán el reino los santos del Altísimo y lo retendrán por siglos, por los siglos de los siglos. 19 Sentí entonces el deseo de informarme más exactamente acerca de la cuarta bestia, tan diferente de todas las otras, sobremanera espantosa, de dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba y hollaba las sobras con sus pies, 20 así como también acerca de los diez cuernos que tenía en la cabeza y de aquel otro que le había salido, y ante el cual se le habían caído tres, y que tenía ojos y boca que decía grandes arrogancias, y parecía más grande que todos los otros. 21 Vi yo que este cuerno hacía guerra a los santos y los vencía, 22 hasta que vino el anciano de muchos días y se hizo justicia a los santos del Altísimo, y llegó el tiempo en que los santos se apoderaron del reino. En las
nubes del cielo, en contraposición al mar Grande, de donde venían las bestias, contempla el profeta a
un como hijo de hombre, es decir, algo parecido a un hombre. Como las bestias eran
semejantes a un león., a un leopardo, así ahora lo que ve en lo alto es
semejante a un hombre, que se acerca al
anciano de días, el Juez eterno (v.13). La expresión
hijo de hombre significa en la Biblia, como hemos visto en el libro de Ezequiel, simplemente uno que pertenece a la
especie humana. Todo aquí tiene un valor simbólico, pues los
cuatro reinos son simbolizados en cuatro
bestias que vienen del mar, mientras que el nuevo reino que los suplanta definitivamente es muy superior a aquéllos, y por eso es figurado no en una bestia, sino en un
hombre, y no viene de abajo, sino de lo alto, es decir, viene de Dios.
En la visión de la estatua de los múltiples metales, una piedrecita, no arrojada por
mano de hombre, la derrumba y suplanta a los reinos simbolizados en los diversos metales. Pues aquí un reino que viene de lo alto, de Dios, recibe
el señorío, la gloria y el imperio (v.14). Algunos autores han querido ver en esta procedencia,
en las nubes del cielo, una alusión a un personaje de origen
divino 3; pero en el contexto ese
hijo de hombre no es propiamente una
persona, sino una
colectividad, el
reino de los santos del Altísimo, como se dice en el í.17. Las cuatro bestias simbolizaban cuatro
reinos o colectividades nacionales; el contexto, pues, exige que también lo simbolizado en el
hijo de hombre sea una colectividad nacional, la
comunidad teocrática de los tiempos
mesiánicos. Esto no excluye que en un segundo plano, y en un sentido
pleno, esa comunidad esté representada por un personaje cumbre que la sintetice, el Mesías. De hecho sabemos que Cristo se apropió el título de
Hijo del hombre en su predicación y aludió a su aparición solemne en las
nubes del cielo4. El sentido mesiánico, pues, del fragmento es claro, sea que se trate de la
colectividad mesianica o del
Mesías personal, y así lo ha entendido la tradición judía y cristiana 5.
En el contexto de la profecía de Daniel se trata del anuncio de un futuro
señorío e imperio, reconocido por iodos
los pueblos y naciones, y ese
dominio será eterno. (v.14); expresiones que en la literatura bíblica del A.T. se aplican siempre a la edad definitiva del mesianismo 6. Así lo declara uno de los
asistentes al trono al propio Daríiel, cuando dice que después de los cuatro reinos surgirá el
reino de los santos del Altísimo, que lo
retendrá por los siglos de los siglos (v.18); y lo mismo se repite en el v.22. Esos santos
del Altísimo no son otros que los judíos fieles (v.25),
que serán los ciudadanos del reino mesiánico. Contra ellos se alzaba el pequeño
cuerno de la cuarta bestia (v.20), es decir, Antíoco IV Epífanes. Este será al fin vencido, y los santos empezarán a sentirse ciudadanos de un nuevo reino como premio a sus sufrimientos.
El cuarto reino (23-28).
23 Díjome así: La cuarta bestia es un cuarto reino sobre la tierra, que se distinguirá de todos los otros reinos y devorará la tierra toda y la triturará. 24 Los diez cuernos son diez reyes que en aquel reino se alzarán, y tras ellos se alzará otro que diferirá de los primeros y derribará a tres de estos reyes. 25 Hablará palabras arrogantes contra el Altísimo, y quebrantará a los santos del Altísimo, y pretenderá mudar los tiempos y la Ley. Aquéllos serán entregados a su poder por un tiempo, tiempos y medio tiempo. 26 Pero se sentará el tribunal y le arrebatarán el dominio, hasta destruirle y arruinarle del todo, 27 dándole el reino, el dominio y la majestad de todos los reinos de debajo del cielo al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino será eterno, y le servirán y obedecerán todos los señoríos. 28 Aquí acabó la plática. Yo, Daniel, anduve sobremanera turbado por mis pensamientos, demudado el color, y guardé todo esto en mi corazón. En este fragmento se concreta bien la
cuarta bestia en sus luchas contra el
reino de los santos, el pueblo judío. La pretensión de mudar
los tiempos y la Ley es una clara alusión a las tentativas de los reyes seléucidas, sobre todo Antíoco IV Epífanes, para suprimir la religión judía en lo referente al culto y a la Ley en general7. El opresor se adueñará de los santos por
un tiempo, tiempos y medio tiempo (v.26),
es decir, por tres años y medio, que es lo que duró la expoliación del templo de Jerusalén, desde mediados del 168 a.C. al 25 de diciembre (
Quisleu)
del 164 a.C., en que fue purificado de nuevo el templo8.
Será la máxima prueba de los fieles judíos, pero al fin se les hará justicia, ya que el
tribunal, o consejo judicial divino, arrebatará el
dominio al perseguidor y lo dará a los santos, que lo retendrán por los siglos de los siglos (v.27). El desquite de éstos será total. Antíoco, vencido, es considerado por la tradición cristiana como tipo del anticristo, derrotado al fin del mundo. El profeta, después de anunciar todo esto, se siente pensativo (v.28), pues aún no comprende plenamente muchas cosas que ha visto. Es un modo de decir que el esclarecimiento vendrá en los capítulos que siguen.
1 He aquí la lista de los
diez predecesores de Antíoco IV Epífanes: 1) Alejandro Magno (336-323), creador del imperio; 2) Seleuco I Nicator (312-280); 3) Antíoco I Soter (280-261); 4) Antíoco II Theos (261-247); 5) Seleuco II Calínico (246-226); 6) Seleuco III Cerauno (226-222); 7) Antíoco III el Grande (222-187); 8) Seleuco IV Filopator (186-176); 9) Heliodoro (176); i o) Demetrio I Soter (176). 2 Cf.
Isa_30:33. 3 Cf.
Exo_14:24;
Exo_16:10;
Lev_16:2;
Num_9:15;
Num_10:34;
Num_10:11.25;
Deu_31:15;
Isa_19:1;
Eze_1:4. 4 Cf.
Mat_16:27;
Mat_24:30;
Mat_26:64; Me 13:26;
Luc_21:27;
Rev_1:7;
Rev_14:14. 5 Los judíos llegaron a dar al Mesías el título de
Anani, que significa El de las nubes. Cf. M. J. Lagrange,
Le Messianisme chez les Juifs (1909) p.224-228; id.,
Le Judaisme av. . C. (1930) 62-69. En la tradición
cristiana es común la aplicación a Cristo, interpretando sus palabras ante Caifas: San Justino,
Dial, cum Tryph. 76.79: PG 6:651.662; San Ireneo,
Contra haereses c.2O n.n: PG 7:1039-1040; Tertuliano,
Adv. Marc. III 7; IV 39: PL 2, 358.488; San Jerónimo,
In Dan. 7:13: PL 25:533; San Juan Crisóstomo,
Adh. ad Theodo-rum lapsum 12;
Homil. n
contra Anamaeos 3;
Expos. in Ps. no n.2: PG 47:294; 55:281; Eusebio,
'Demonst. Ev. 1.9 n.17: PG 22:806. 6 Sobre el sentido de este vaticinio cf. M. J. Lagrange,
Les Prophéties messianiques de Daniel: RB 13 (1904) 504; D. Buzy,
Les symboles de VA.T. (París 1923) p.29os; J. Gotts-Berger, Das
Buch Daniel (Bonn 1929) p-56; S. R. Driver,
The book of Daniel (Cambridge Bible, 1900) p.io2s; E. kónig,
Die Messianische Weissagungen (Stuttgart 1923) p.296-297; J. Chaine,
Introd. a la lecture des Prophétes (1929) Ñ·261; Saydon,
Verbum Dei (Barcelona 1956) p.641s; Auge,
Daniel: Biblia de Montserrat (1954) p.114s; G. Rinaldi, Dámele (Torino 1947) p.85s. 7 Cf. 1 Mac 44-49· 8 La frase un
tiempo, tiempos y medio tiempo reaparece en 12:7.11.12, donde se habla de mil trescientos treinta y cinco días;
Rev_11:2;
Rev_13:5. En
Dan_8:14 se habla de mil ciento cincuenta días, y en 12:11 de mil doscientos noventa días, que vienen,
grosso modo, a equivaler a tres
años y medio, que duró la profanación del templo. Cf.
1Ma_1:20.29;
1Ma_4:52-53.