Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
2. Vanidad de los Placeres y de la Ciencia.
Vanidad de los placeres (2:1-11).
1
Dije en mi corazón: Ea, probemos la alegría, a gozar los placeres. Pero también esto es vanidad. 2
Dije de la risa: Es locura, y de la alegría: ¿De qué sirve? 3
Me propuse regalar mi carne con el vino, mientras daba mi mente a la sabiduría, y me di a la locura, hasta llegar a saber qué fuese para el hombre lo mejor de cuanto acá abajo se hace durante los contados días de su vida. 4
Emprendí grandes obras, me construí palacios, me planté viñas, 5
me hice huertos y jardines y planté en ellos toda suerte de árboles frutales. 6
Me hice estanques de agua para regar de ellos el bosque donde los árboles crecían. 7
Compré siervos y siervas y tuve muchos nacidos en mi casa; tuve muchos ganados, vacas y ovejas, más que cuantos antes de mí hubo en Jerusalén. 8
Amontoné plata y oro, tesoros de reyes y provincias. Híceme con cantores y cantoras, y cuanto es deleite del hombre, princesas sin número. 9
Fui grande más que cuantos me precedieron en Jerusalén, pero mi sabiduría permaneció conmigo. 10
De cuanto mis ojos me pedían, nada les negué, no privé a mi corazón de gozo alguno; mi corazón gozaba de toda mi labor, siendo éste el premio de mis afanes. 11
Entonces miré cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y vi que todo era vanidad y persecución del viento y que no hay provecho alguno debajo del sol. Decepcionado por su primera investigación, que no le dio resultado positivo alguno, Cohelet va a intentar otro camino a ver si éste da tranquilidad a su espíritu. Pero ya antes de presentarnos sus experiencias anticipa la conclusión:
los placeres es éste el objeto de su nueva exploración son
vanidad, la risa es locura, y la alegría, ¿de qué sirve? En efecto, los placeres materiales no pueden dar al hombre esa felicidad completa que anhela su corazón, porque éste está hecho para Dios, y sólo los bienes celestiales pueden saciarlo. La risa y la alegría faltan muchas veces en la vida, y no pocas vienen para alejarse rápidamente; la vida está envuelta en demasiadas preocupaciones para poder dar al hombre una alegría continua y duradera que pueda constituir su felicidad.
Cohelet se propuso
regalar su carne con el vino, es decir, se entregó a los placeres sensibles, simbolizados aquí en el vino, por ocupar éste un lugar preferente en los placeres de la mesa y contribuir más que ningún otro a alegrar el corazón del hombre
l; pero
dando su mente a la sabiduría. Se ha entregado a los placeres, no llevado de la intemperancia, sino teniendo en cuenta que está haciendo una experiencia con el fin de descubrir si los placeres le pueden hacer feliz, experiencia que ha querido llevar
hasta la locura, hasta el extremo que le permita probar los placeres en el mayor grado posible.
En los versos siguientes enumera los bienes en que ha buscado la felicidad: palacios, viñas, huertos y jardines, toda suerte de árboles frutales, estanques de agua, siervos y siervas, ganados, riquezas, mujeres sin número. El libro primero de los Reyes nos habla de las grandes construcciones llevadas a cabo por Salomón: su propio palacio, la casa denominada Bosque del Líbano por el gran número de columnas de madera de cedro de aquella región que tenía en su interior, el palacio de la hija del Faraón, que había tomado por esposa y a quien construyó su propia casa; construcciones militares en Jerusalén y otras ciudades estratégicas, con las que miraba a asegurarse el reino 2.
No nos hablan los citados libros de las viñas de Salomón, pero es seguro que las plantó, ya que el autor de las Crónicas 3 habla de las viñas de David y en el Cantar 4 se alude a la viña que en Bal-Hamón tenía el rey sabio. Tampoco hablan los libros sagrados expresamente de los huertos y jardines de Salomón, pero no hay duda de que un gran rey, suntuoso como él, que gozó de un largo reinado de paz, llevó a cabo plantaciones de este género, y las adornaría probablemente con árboles traídos de Arabia y Egipto. Por lo demás, el historiador sagrado afirma que Salomón disertó acerca de los árboles y las plantas, y en los libros siguientes se mencionan con frecuencia los jardines del rey.5 En un país donde el agua escasea es preciso construir estanques para poder regar los jardines, y su abundancia es un motivo más de orgullo para el rey. Muchas veces se hace mención de los estanques en la Biblia 6, si bien no nos consta qué estanques construyó Salomón; las piscinas o pilones situados cuatro kilómetros al sudoeste de Belén, que se muestran aún en nuestros días, nada tienen que ver con el rey sabio; son del tiempo de los romanos, obra de Pilatos. A los que nuestro texto alude se hallarían, sin duda, en los jardines construidos por Salomón y se surtirían de la piscina situada en la parte oriental de la fortaleza de los jebuseos.
La grandeza de un personaje antiguo se reflejaba también en el número de sus siervos y ganados. Salomón compró muchos siervos y siervas y tuvo de ellos muchos nacidos en su casa, que le correspondían por derecho de nacimiento. La relación que da el texto sagrado del consumo alimenticio que cada día hacía la casa del rey puede dar idea de la cantidad de sus siervos, si bien tal vez se incluye la guarnición de la capital 7. También con ocasión de los sacrificios hace la Biblia mención de los numerosos ganados de Salomón: en Gabaón, antes de que fuese construido el templo, ofreció un gran número de víctimas 8, que ascendió a muchos miles de bueyes y ovejas en la dedicación de aquél 9. Poseía además numerosos caballos, que Cohelet no menciona seguramente porque en su tiempo no se hacía de ellos la estima que en los días del gran rey sabio 10. Cohelet afirma haber amontonado
plata y oro (v.8). Salomón mantuvo un comercio floreciente que le procuraba enormes riquezas. El peso de oro que cada año llegaba a Salomón era de 666 talentos de oro, lo que equivalía a 78 millones de pesetas oro 11. Y esto sin contar el que le provenía del tributo que recibía de los grandes y pequeños mercaderes, de los príncipes de los beduinos y de los intendentes de la tierra. Los
reyes y provincias a que alude el texto, en el estado en que éste se encuentra, habría que referirlos a los reyes vasallos de Salomón, que desde el río hasta la tierra de los filisteos y hasta la frontera de Egipto le pagaban tributo l2, y a las doce provincias en que estaba dividido el reino de Salomón, al frente de las cuales había otros tantos intendentes; cada uno de ellos tenía que suministrar un mes de cada año las provisiones de la casa del rey 13. Los
cantores y cantoras son algo connatural a los banquetes. Ben Sirac hace estima de la música en ellos y recomienda el silencio o moderación en el hablar, que no impida percibir las melodías del canto 14. Menciona, finalmente, las
princesas sin número. La expresión que traducimos de este modo es la más enigmática de todo el libro. No está de acuerdo el texto hebreo con las versiones, ni éstas entre sí. La versión escogida supone la corrección propuesta por Euringer, seguida por Podechard, Buzy y otros, que leen
sarah wesaroth en lugar de
siddah wesiddoth. La repetición del nombre, singular y plural, tendría como finalidad expresar el gran número de las mismas 15. En el cuadro de las delicias de Salomón no podía faltar una alusión a las mujeres, a cuyos placeres se entregó en los últimos años de su reino y que fue la causa de su ruina. Por lo demás, es en el trato con las mujeres donde los hombres experimentan las mayores satisfacciones de su carne. El término
sarah es precisamente, advierten los autores citados, el que se emplea para designar la clase más elevada de las mujeres de Salomón en
1Re_11:3, donde se afirma que tuvo 700 mujeres de sangre real (
saroth)
y 300 concubinas.16
También en este campo, como en el de la ciencia, Cohelet asegura haber superado a cuantos le precedieron en Jerusalén. Antes de dar su juicio sobre la nueva experiencia, afirma de nuevo que no ha negado cosa alguna a sus ojos, ni ha privado de gozo alguno a su corazón. Advierte que como en la investigación precedente, también en ésta ha tenido constantemente a la razón como guía: no se entregó a los placeres con la impetuosa avidez del que no ve ni anhela más que el placer material, sino con la conciencia de que realizaba una experiencia con el fin de comprobar si realmente los placeres materiales podían proporcionar a su espíritu la felicidad que ansia su corazón. En su experiencia, Cohelet encontró ciertas satisfacciones, y en algún momento consideró recompensada su labor, por lo que juzgó debía reflexionar si realmente había dado con el camino de la verdadera felicidad. Pero una más profunda reflexión ante el más espléndido cuadro de delicias que el mundo puede ofrecer, asegura haber experimentado profunda desilusión. Debió de caer entonces en la cuenta de que las alegrías todas y satisfacciones de esta vida se marchitan como las flores, pasan a veces como el humo, mientras que el corazón humano desea ser eternamente feliz. Y así, todo placer de esta vida encierra un dejo de amargura, por cuanto no podrá acompañar al hombre más allá de la muerte.
Nueva reflexión sobre la ciencia (1Re_2:12-17).
12
Me volví a considerar la sabiduría, la estulticia, la necedad, corno quien desanda el camino anteriormente recorrido. 13
Y vi que la sabiduría sobrepasa a la ignorancia cuanto la luz a las, tinieblas. 14
El sabio tiene los ojos en la frente, mas el necio anda en tinieblas. Vi también que una es la suerte de ambos. 15
Y dije en mi corazón: También yo tendré la suerte del necio; ¿por qué, pues, hacerme sabio, qué provecho sacaré de ello? Y vi que también esto es vanidad, 16
porque del sabio, como del necio, no se hará eterna memoria, sino que todo, pasado algún tiempo, pronto se olvida. Muere, pues, el sabio igual que el necio. 17
Por eso aborrecí la vida, al ver que cuanto debajo del sol se hace es vanidad y persecución del viento.
Cohelet vuelve al tema de la sabiduría, esta vez para compararla con la necedad y comprobar si, desde este punto de vista práctico, vale la pena poner el corazón en la sabiduría 17. En un principio descubrió que la sabiduría tiene sus ventajas sobre la necedad. Lo manifiesta con la comparación, frecuente en los libros sapienciales 18, de la luz y las tinieblas y con el expresivo aforismo del v.14: el sabio tiene ante sus ojos la luz de la sabiduría y dirige conforme a ella todos los pasos de su vida, mientras que el necio camina en tinieblas y tropieza mil veces en la vida. Pero, reflexionando después sobre la suerte final que a uno y otro espera, Cohelet se ha sentido profundamente desilusionado al ver que no media entre ambos direrencia alguna. Como afirma el salmista, mueren los sabios, desaparecen el necio y el estulto, dejan a otros sus haciendas 19. Cierto que el sabio, después de su muerte, goza de buen nombre entre las generaciones venideras, mientras que la memoria del necio es execrada; pero quien juzgó vanidad en su vida la ciencia y los placeres no verá saciado su corazón con el pasajero recuerdo que unas cuantas generaciones puedan tributarle. Y en un momento de profunda decepción, Cohelet llega a proclamar que aborrece la vida y que cuanto en ella hay es vanidad.
Para comprender esta manera de reaccionar hay que tener en cuenta que el autor del libro juzga las cosas en aquella oscuridad en que él, como sus contemporáneos, se hallaba respecto de la recompensa de ultratumba, que reserva suerte muy distinta a los mortales, y fijando su atención al lado pesimista de las cosas. No es de su parecer el salmista cuando escribe que es cosa preciosa a los ojos de Yahvé la muerte de sus justos20, mientras que la desgracia matará al impío, y los que odian al justo serán castigados. 21 Y menos, claro está, el autor del libro de la Sabiduría, que conoció el premio y castigo del más allá, para quien los justos viven para siempre y su recompensa está en el Señor22, mientras que los impíos serán oprobio sempiterno entre los muertos..., serán del todo desolados y serán sumergidos en el dolor y perecerá su memoria. 23
Nueva reflexión sobre la riqueza (2:18-23).
18
Y aborrecí todo cuanto había hecho bajo el sol, porque todo tendré que dejarlo a quien vendrá después de mí. 18
¿Y quién sabe si ése será sabio o será necio? Y, con tocio, dispondrá de todo mi trabajo, de lo que me costó estudio y fatiga debajo del sol. También esto es vanidad. 20
Y desesperé en mi corazón de todo el trabajo que he hecho debajo del sol, 21
porque quien trabajó con conocimiento, con pericia y buen suceso, tiene después que dejárselo todo a quien nada hizo en ello; también esto es vanidad y mal grande. 22
Pues ¿qué le queda al hombre de todo su afanarse y fatigarse con que debajo del sol se afanó? 23
Todos sus días son dolor, y todo su trabajar fatiga, y ni aun de noche descansa su corazón. También esto es vanidad. Nuevas consideraciones convencen a Cohelet de la vanidad de las riquezas. En primer lugar, quien trabajó, tal vez con sudores, cuando llega la hora de la muerte, tiene que dejar el fruto de sus trabajos a sus herederos, sin que pueda llevarse más allá del sepulcro nada de cuanto con sus afanes logró acumular. Es el pensamiento que frecuentemente tortura a quienes consumieron su vida en el afán de conseguir bienes terrenos. Pero hay además incertidumbres que aumentan esa desilusión: ¿irán a parar sus riquezas a manos de un sabio, que hará con ellas honor a sus antepasados, o a las de un necio, que disipará en poco tiempo la herencia que sus padres le legaron? Esto último acaeció a Salomón con su hijo Roboam, a quien el Targum aplica estos versos. Igualmente le desilusiona el pensamiento de que riquezas conseguidas con su inteligencia y destreza sean heredadas tal vez por quienes no pusieron en su consecución ni el más mínimo esfuerzo. Y así resulta que la consecución de las riquezas supone destreza y esfuerzo prolongado; su posesión no está exenta de angustia y temor ante la posibilidad de que un azar desfavorable las arrebate; y la incertidumbre sobre la suerte de tantos trabajos y ansiedades es causa de profunda desilusión. Evidentemente, el afán por las riquezas es también vanidad e intentar perseguir el viento.
Nos encontramos todavía en el ambiente del Antiguo Testamento, en que las perspectivas del más allá permanecían aún en la oscuridad para los autores sagrados. Nosotros sabemos que los trabajos humanos, aun privados de éxito material, ofrecidos por un motivo sobrenatural por quienes viven en la amistad de Dios, contribuyen a una eternidad más feliz. El libro del Eclesiastés viene a ser, en sentido negativo, una preparación para la revelación del Nuevo Testamento. La constatación de la vanidad de las cosas del mundo y su incapacidad para llenar las ansias de felicidad que el Creador ha puesto en el corazón humano, hace añorar bienes superiores y lo preparan para la revelación de los mismos, que comienza con los últimos libros del Antiguo Testamento y se culmina con las enseñanzas de Jesucristo en el Evangelio.
1 Sal 104:15. 2
1Re_7:1.2.8;
1Re_9:15-19;
2Cr_8:4-6. 3
1Cr_27:27. 4
Can_8:11. 5
2Re_25:4;
Jer_52:7;
Neh_3:5;
Can_4:13-15l 6:2. 6
Neh_3:16;
Nah_2:9;
Can_7:5. 7
Rev_4:23-24;
Rev_9:21-23. 8
Rev_3:4. 9
1Re_8:5-63. 10
1Re_4:26-28;
1Re_10:26-29. 1
1Re_10:14. El talento equivalía a 3.000 sidos, y el sido a unos 14 gramos. El talento, por tanto, a 42 kilos de oro. 1
2Re_4:21. 13 Re 4:7. Grátz y Podechard opinan que antes de
m^dinóth (provincias) ha caído el vocablo (jefes). Cf.
Est_1:3 : los jefes de las provincias. En este caso, el autor mencionaría a los gobernadores de las provincias. 14
Eco_32:5-7- 15
Jue_5:30. 16 Las versiones LXX y siríaca leen: ïßíï÷üïí (üïíò á) êáÀ ïßíï÷üáò (servidores del vino y servidoras); la Vulgata:
scyphos et urcea in ministerio ad vina fundenda (copas y vasos para los vinos); el Targum: baños
y casas de baños. Entre los comentaristas, Edwald, Motáis, Renán, traducen: las
delicias de los hijos del hombre en abundancia. Lutero, Gaier y otros: instrumentos
de música. Zapletal la considera como adición posterior. La mayoría de los modernos ven en la frase una alusión a la mujer, si bien no están de acuerdo en asignar la raíz de que se deriva. Cf. Podechard, o.c., p.264-267; Barton, o.c., p.91-92. 17 Otros traducen: Motáis, Haupt: Pues
¿quién será el hombre que vendrá después del rey que ha sido ya designado? (alusión a Jeroboam). Mcneile, Siecfried, Barton,
Bib. de Jér.: Pues ¿qué hará el hombre que vendrá después del rey? Lo que ya otros hicieron (no seguirá la senda de sabiduría de Salomón). Podechard, Buzy: Pues
¿qué será el hombre que vendrá después de mí, el rey que se ha designado ya? (cuadra mejor con el contexto, en que se habla en primera persona). Vaccari:
Y ¿qué es el hombre que cambia de consejo en aquello que ya ha hecho? (lo cual, explica, es señal de necedad). No es probable la lección de la Vulgata: Pues
¿quién es el hombre, me digo yo, para que pueda seguir
al rey su Hacedor? (ignora su voluntad y secretos si El no se los manifiesta). La que escogemos, con G. Nolli en la Sacra
Bibbia, traduc. y coment. bajo la dirección de S. Garofalo, (Roma 1961), se basa en una diversa división del texto y cuadra mejor que ninguna con la perícopa, que es una nueva reflexión sobre el tema de la ciencia ya tratado. 18
Sal_119:105;
Pro_6:23;
Job_37:19;
Job_12:25. 19 Sal 49.11. 20
Sal_116:15. 21 Sal 34:22 22 Sab 5:15. 23 Sab 4:19.
Conclusión.
El hombre tiene que contentarse con una felicidad relativa (2:24-26).
24
No hay para el hombre cosa mejor que comer y beber y gozar de su trabajo, y vi que esto es don de Dios. 25
Porque ¿quién puede comer y beber sino gracias a El? 26
Pues al que le es grato le da sabiduría, ciencia y gozo; pero al pecador le da el trabajo de allegar y amontonar para dejárselo después a quien Dios quiera. También esto es vanidad y persecución del viento. Las precedentes afirmaciones dan a primera vista la impresión de que Cohelet es un pesimista convencido, que no deja al hombre esperanza alguna de poder conseguir la felicidad. Nuestro protagonista ha buscado la felicidad, que llene plenamente el corazón del hombre, en aquellas cosas que más parecían prometérsela, la sabiduría y los placeres, y ha considerado como vanos e inútiles sus esfuerzos. Pero ha descubierto en sus experiencias que existe en el mundo una felicidad relativa que puede compensar en algún modo los trabajos y hacer más llevaderas las adversidades de esta vida. Y esta felicidad consiste en
comer y beber y gozar del trabajo. La expresión comer y beber es un hebraísmo que significa las alegrías y placeres que la vida ordinaria puede ofrecer al hombre, entre los cuales, por lo demás, los placeres de la mesa ocupan un destacado lugar. El gozar del trabajo alude a los bienes y riquezas que el trabajo nos puede proporcionar, y de que el hombre puede gozar si toma el trabajo con la debida moderación y no adopta la actitud del avaro, que acumula sus bienes para que luego disfruten de ellos sus herederos.
Y esa felicidad relativa, afirma Cohelet,
es un don de Dios (v.25). Este solo versículo, como advierten los comentaristas, bastaría para descartar de nuestro libro todo reproche de ateísmo o materialismo. Cohelet no es un ateo, admite aun prácticamente la existencia de Dios al considerar como don suyo esa felicidad de cada día que las cosas de la tierra pueden proporcionar al hombre. Ni es tampoco un materialista epicúreo, sino un hombre que no encontró la felicidad plena y perfecta en las cosas de este mundo, y recomienda contentarse con esa felicidad relativa que ellas,
por disposición de Dios, le pueden proporcionar. El cristianismo no condena el gozo honesto de los bienes que El mismo concede, y sólo recomienda su renuncia por bienes de orden superior. El continúa el pensamiento anterior. La sabiduría y las alegrías no están en nuestra mano, ya que no todos tienen la inteligencia suficiente para alcanzar la sabiduría, ni el éxito sonríe a cada hombre en sus empresas. Es Dios quien concede esas fuentes de relativa felicidad, y no conforme a nuestro albedrío, sino a su voluntad soberana, que proporciona sabiduría y gozo a quien le es grato, mientras que permite al pecador amontonar bienes para otros
que con el agrado de Dios disfrutarán de ellos. Se trata de esa ley de dispensación divina, conforme a la cual Dios a unos concede aptitudes para la ciencia, el éxito en sus empresas que niega a otros. Cohelet dice que Yahvé se agrada en los primeros y llama pecadores a los segundos. No acierta a desprenderse de la tesis judía de la retribución temporal, no obstante los muchos ejemplos que la vida de cada día le ofrecía en contra.