II Crónicas  23, 4-14

Esto es lo que harán: el tercio de sacerdotes y levitas º que entra de servicio el sábado hará guardia en las puertas; otro tercio se ocupará del palacio real, y el otro de la puerta de la Fundación, mientras todo el pueblo se quedará en los atrios del Templo del Señor. Nadie entrará en el Templo del Señor, a excepción de los sacerdotes y los levitas que estén de servicio, que podrán entrar por estar consagrados. Pero el resto de la gente observará las prescripciones º del Señor. Los levitas º rodearán completamente al rey con las armas en la mano y si alguien intenta entrar en palacio, lo matan. Tienen que acompañar al rey a todas partes. Los levitas y todo Judá hicieron todo lo que el sacerdote Joyadá les había ordenado: cada uno con sus hombres, tanto los que entraban de servicio el sábado, como los que salían, pues el sacerdote Joyadá no había licenciado a ningún turno. El sacerdote Joyadá entregó a los centuriones las lanzas y los escudos grandes y pequeños del rey David que se guardaban en el Templo; º al mismo tiempo distribuyó a toda la gente empuñando sus armas, desde el ala derecha del Templo hasta el ala izquierda, entre el altar y el Templo, alrededor del rey. Entonces sacaron al príncipe, le entregaron la corona y el testimonio º y lo proclamaron rey. Joyadá y sus hijos lo ungieron, aclamándolo: — ¡Viva el rey! Atalía oyó el griterío del pueblo que corría y aclamaba al rey, y se acercó a la gente que estaba en el Templo del Señor. Cuando vio al rey de pie sobre el estrado, junto a la entrada, a los oficiales y a los que tocaban las trompetas junto al rey, y a todo el pueblo de fiesta, mientras sonaban las trompetas y los cantores con los instrumentos musicales entonaban cánticos de alabanza º, se rasgó las vestiduras y gritó: — ¡Traición! ¡Traición! El sacerdote Joyadá ordenó a los centuriones que estaban al mando del ejército: — Sáquenla de las filas y maten a cuchillo al que la siga. Como el sacerdote había ordenado que no la matasen en el Templo, º
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