Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
9. Profecía de las Setenta Semanas.
Daniel está pensativo sobre el fin de la cautividad y sobre las palabras que le han comunicado. El profeta Jeremías había anunciado que la cautividad duraría setenta años. Este lapso de tiempo está pronto a cumplirse; por otra parte, Gabriel le ha dicho que lo que le anuncia es para el
fin de los tiempos. ¿Cómo compaginar ambos datos? De nuevo el arcángel Gabriel le aclara que la profecía de Jeremías se cumplirá puntualmente en lo relativo a la reconstrucción de la Ciudad Santa; pero, respecto al fin de las calamidades, los setenta años se convertirán en semanas de años.
Introducción (l-4a).
1 El año primero de Darío, hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey del reino de los caldeos, 2 el año primero de su reinado, yo, Daniel, estaba estudiando en los libros el número de los setenta años que había de cumplirse sobre las ruinas de Jerusalén, conforme al número de años que dijo Yahvé a Jeremías, profeta. 3 Volví mi rostro al Señor, Dios, buscándole en oración y plegaria, en ayuno, saco y ceniza, 4a y oré a Yahvé, mi Dios, y le hice esta confesión: La datación presenta una de las anomalías históricas clásicas en el libro de Daniel, pues se presenta a Darío, rey de Media y de los 'caldeos, como hijo de Asuero o Jerjes, que más bien era hijo de Darío. De nuevo tenemos que acudir al modo popular de escribir del compilador del libro de Daniel, el cual, viviendo en el siglo ð a.C., se hacía eco de tradiciones cuya historicidad en los detalles es muy relativa. Siempre debemos volver a la idea de que esta antología fragmentaria que es el libro de Daniel es de tipo apologético-religioso, sin pretensiones de crítica histórica. Así, muchas veces las dataciones históricas resultan anacrónicas. El carácter artificial de esta compilación heterogénea explica todas estas anomalías críticas.
Según la datación del libro, lo que va a narrar tuvo lugar bastante tiempo después de la visión del capítulo anterior, ya que aquélla fue en el
año tercero del rey Baltasar, mientras que ahora se pone la meditación de Daniel
el primer año de Darío, después de la conquista de Babilonia en 538 a.C. Daniel meditaba sobre el contenido de la famosa profecía de Jeremías de que la cautividad duraría setenta años. Es una alusión a
Jer_25:11 y 29:10, donde el profeta anuncia a los desterrados que deben prepararse para un largo destierro. Naturalmente, las palabras de Jeremías no han de tomarse en sentido matemático de
setenta años, sino en el amplio de una larga generación. De todos modos, el redactor del libro de Daniel va a jugar con la cifra matemática en sus cálculos sobre la interpretación de la profecía.
En efecto, en el primer año de Darío estaban para cumplirse literariamente (partiendo del 605 a.C.) los
setenta años de Jeremías, y el redactor del libro de Daniel presenta a su protagonista inquieto porque la situación de la cautividad lleva camino de alargarse. Daniel se decide a renovar sus prácticas de penitencia para que Dios abrevie la cautividad y le esclarezca la profecía.
Oración y confesión de Daniel (4b-19).
4b Señor, Dios grande y temible, que guardas la alianza y la misericordia con los que te aman y cumplen tus mandamientos: 5 Hemos pecado, hemos obrado la iniquidad, hemos sido perversos y rebeldes, nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus juicios, 6 no hemos hecho caso a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes y a todo el pueblo de la tierra. 7 Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la vergüenza en el rostro, que llevan hoy todos los hombres de Judá, los moradores de Jerusalén, todos los de Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras a que los arrojaste por las rebeliones con que contra ti se rebelaron. 8 ¡Oh Yahvé! nuestra es la vergüenza en el rostro de nuestros reyes, de nuestros príncipes, de nuestros padres, porque contra ti pecamos. 9 Pero es de Yahvé, nuestro Dios, el tener misericordia y el perdonar, aunque nos hayamos rebelado contra El. 10 No obedecimos a la voz de Yahvé, nuestro Dios, andando en sus leyes, que por mano de sus profetas puso delante de nosotros, 11 y todo Israel traspasó tu Ley, alejándose para no oír tu voz. Por eso vino sobre nosotros la maldición y el juramento escrito en la Ley de Moisés, siervo de Dios, por haber pecado contra El. 12 El ha cumplido su palabra, la que dijo de nosotros y de los jefes que nos gobiernan, trayendo sobre nosotros males tan grandes como no los hubo nunca debajo del cielo, cual fue el hecho en Jerusalén. 13 Vino todo este mal sobre nosotros como está escrito en la Ley de Moisés, y no hemos implorado a Yahvé, nuestro Dios, con virtiéndonos de nuestras iniquidades y reconociendo tu verdad. 14 Por eso veló Yahvé sobre este mal y lo trajo sobre nosotros, porque justo es Yahvé, nuestro Dios, en todas cuantas obras hace, pues no obedecimos a su voz. 15 Ahora, pues, Señor Dios nuestro, que sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa y te hiciste nombre cual lo tienes hoy, hemos pecado santo, pues por nuestros pecados y las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de cuantos nos rodean. 17 Oye, pues, Dios nuestro, la oración de tu siervo, oye sus plegarias, y por amor de ti, Señor, haz brillar tu faz sobre tu santuario devastado. 18 Oye, Dios mío, y escucha. Abre los ojos y mira nuestras ruinas, mira la ciudad sobre la que se invoca tu nombre, pues no por nuestras justicias te presentamos nuestras súplicas, sino por tus grandes misericordias. 19 ¡Escucha, Señor! ¡Señor, perdona! ¡Atiende, Señor, y obra; no tardes, por amor de ti, Dios mío, ya que es invocado tu nombre sobre tu ciudad y sobre tu pueblo! Esta oración es hermosa sin duda, pero no tiene nada de originalidad, ya que está hecha sobre un patrón literario común en la Biblia, adaptable a toda situación de angustia nacional. Primero se confiesan sinceramente los pecados, reconociendo la justicia divina al castigar a Israel por sus infidelidades, y por fin se pide misericordia,
apelando al honor del nombre de Yahvé, que es invocado por su pueblo l. Pues que la justicia divina ha sido satisfecha, el profeta espera y pide que se acelere la hora de la misericordia.
Ya Moisés había anunciado grandes castigos al que no fuera fiel a la observancia de las leyes por
él impuestas en nombre de su Dios 2. Por tanto, los judíos no deben extrañarse de la dureza del castigo. Durante generaciones la ira divina se ha ido colmando, y ahora tienen que expiar por los propios pecados y por los de sus reyes, príncipes y pueblo en general. Pero, como en otro tiempo Dios manifestó su poder en los milagros del éxodo, debe ahora desplegar su omnipotencia en bien de su pueblo, desterrado de nuevo en Mesopotamia. El estilo de la oración es ampuloso y artificial.
La profecía de las setenta semanas (20-27).
20 Todavía estaba yo hablando, rogando, confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo, Israel, y presentando mis súplicas a Yahvé, mi Dios, por el monte santo de mi Dios; 21 todavía estaba hablando en mi oración, y aquel varón, Gabriel, a quien antes vi en la visión, volando rápidamente, se llegó a mí, como a la hora del sacrificio de la tarde. 22 Vino y, hablando conmigo, me dijo: Daniel, vengo ahora para hacerte entender. 23 Cuando comenzaste tu plegaria, fue dada la orden, y vengo para dártela a conocer, porque eres el predilecto. Oye, pues, la palabra y entiende la visión: 24Setenta semanas están prefijadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para poner fin a la prevaricación y cancelar el pecado, para expiar la iniquidad y traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía y ungir el santo de los santos. 25 Sabe, pues, y entiende que desde la salida del oráculo sobre el retorno y edificación de Jerusalén hasta un ungido príncipe habrá siete semanas, y en sesenta y dos semanas se reedificarán plaza y foso en la angustia de los tiempos. 26 Después de las sesenta y dos semanas será muerto un ungido, sin que tenga culpa. Y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que ha de venir, y su fin será en una inundación, y hasta el fin de la guerra están decretadas desolaciones. 27 Y afianzará la alianza para muchos durante una semana, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación y habrá en el santuario una abominación desoladora 3 hasta que la ruina decretada venga sobre el devastador.
Mientras el profeta confesaba su pecado, es decir, el pecado colectivo de su pueblo, en el que se incluía él mismo, como hemos visto en la oración anterior, se le apareció Gabriel, como lo había hecho en la visión anterior4. Era la
hora de la ofrenda de la tarde 5, cuando Daniel está reconcentrado, pensando en la profecía de Jeremías. El ángel le comunica que desde que comenzó su oración había sido dada la
orden o declaración sobre la profecía de Jeremías que va a seguir (v.24-27). Dios ha respondido con prontitud, porque Daniel es su
predilecto por su fidelidad en todo.
La aclaración que le va hacer Gabriel es complicada y le pide la máxima atención. Aquí parece que nos hallamos de nuevo ante artificios de la literatura apocalíptica, en la que juega una parte muy importante lo convencional. La clave de toda la interpretación es el número de
setenta semanas de la profecía reiterada de Jeremías 6. Ya hemos indicado que este número no ha de tomarse aritméticamente, sino como simbólico, en el sentido de una generación amplia. El número
setenta ha sido quizá escogido por la combinación de la multiplicación de 7 X 10, guarismos muy preferidos en la literatura bíblica como símbolo de multitud y de plenitud.
El ángel quiere mostrar que la
salvación esperada llegará, pero después de un lapso de tiempo muy largo, que quiere enmarcar en el número recibido de
setenta semanas, pero de años. Las
semanas de años eran conocidas de los judíos en las leyes del año sabático y del jubileo7. El ángel Gabriel anuncia al ansioso Daniel que han sido
prefijadas por Dios
setenta semanas. Es decir, que el número de
setenta años de la profecía de Jeremías se ha convertido en
setenta semanas de años. El horizonte, pues, de expectación se amplía considerablemente. Aún deben pasar muchos años antes de que el
pueblo y la
ciudad de Jerusalén adquieran la plena liberación como consecuencia de la cancelación de la
prevaricación y del
pecado (v.24). Con esta frase, la profecía se dirige claramente a la era mesiánica. La principal característica de los tiempos mesiánicos en la literatura profética tradicional es la desaparición del pecado, el reinado de la justicia y de la equidad 8.
En la perspectiva, pues, del autor del libro de Daniel no se trata tanto de la reconstrucción de Jerusalén después del exilio cuanto de la manifestación de la teocracia mesiánica, cuando se establezca la
justicia eterna y se selle la
visión y la profecía, es decir, se cumplan los esperados vaticinios mesiánicos. El mejor
sello de las profecías es su cumplimiento, pues con él demuestran su autenticidad y origen divino. Israel en su historia había vivido de las esperanzas de la época venturosa mesiánica. Y una de las señales del advenimiento de la era mesiánica es la
unción del santo de los santos; expresión que en la Biblia se suele aplicar a cosas sagradas, como el altar de los holocaustos, la tienda de la alianza y los vasos sagrados 9. Por las particularidades y alusiones históricas que veremos al estudiar el v.27, parece que aquí el
santo de los santos es la nueva dedicación del templo y del altar del templo de Jerusalén, realizada por los Macabeos en 165 a.C., después de la profanación del mismo por Antíoco IV Epífanes.
La perspectiva del hagiógrafo se centra en la historia de las persecuciones de los Macabeos, como veremos más adelante. Para el autor sagrado, la nueva dedicación del templo de Jerusalén señala una nueva era de ventura, que puede considerarse como el umbral de los tiempos mesiánicos. En su deseo de sembrar esperanzas entre sus contemporáneos, perseguidos por los Seléucidas, el hagiógrafo les presenta como próxima la inauguración de la era mesiánica anhelada, en la que desaparecería toda angustia e injusticia. Después de anunciar a Daniel el largo lapso de tiempo que ha de haber para el cumplimiento de estas cosas que reflejan
el advenimiento de la era mesiánica, el ángel intérprete, Gabriel, va a especificar más en concreto los detalles de hechos que han de ocurrir en el término de estas
setenta semanas de años, que aritméticamente nos dan cuatrocientos noventa años, aunque debemos volver a insistir en el valor convencional del número
setenta. El hagiógrafo, en la elaboración de la profecía, está trabajando con el pie forzado de los
setenta años de la profecía de Jeremías y procura amoldarse, en general, a ese número, transformado por él en
setenta semanas de años. Teniendo en cuenta esto, no debemos dar mucha importancia a las cifras concretas que va a dar a continuación. Ciertamente lo esencial profetice del fragmento está en este v.24, donde se habla de la implantación de la
justicia eterna y del
sello de la
visión y de la profecía, que el hagiógrafo presenta como futuro inmediato a su generación oprimida del siglo II a.C. Todo lo demás (v.25-27) parece una mera esquematización histórica de hechos conocidos y realizados, presentados, conforme al género apocalíptico, como futuros.
El ángel intérprete, Gabriel, divide el período de
setenta semanas en tres partes: a)
siete semanas de años (cuarenta y nueve años), que se cancelan con la aparición de un
ungido príncipe; b)
sesenta y dos semanas (cuatrocientos treinta y cuatro años), durante las cuales
se reedificarán plaza y foso en la angustia de los tiempos (v.25) y se cerrarán con la
muerte de un ungido sin que tenga culpa 10; c) con la muerte de éste se inaugura la
última semana, que se caracterizará por una encarnizada persecución de todo lo sagrado, realizada por
el pueblo de un príncipe que ha de venir (v.26b). Pero, al fin, este
príncipe será aniquilado ante la
inundación de la justicia divina, que caerá como una tromba, aunque hasta entonces habrá
desolaciones por doquier.
El hagiógrafo está obsesionado por los acontecimientos de esta terrible
última semana, que se abre con la muerte de un
ungido inocente y se cierra con la muerte de un
príncipe perseguidor. La obra persecutoria culminará en la mitad de la última semana, cuando este príncipe haga
cesar el sacrificio y la oblación (v.27), buscando
alianza con muchos. Su labor de captación será grande. Como veremos, esta
alianza parece ser una alusión a los esfuerzos de Antíoco IV Epífanes por atraerse a su programa de helenización a los judíos n. Su obra paganizadora culminará al profanar el santuario, colocando sobre el altar del templo la estatua de Júpiter Olímpico, que será la
abominación desoladora, o, traducida con un semitismo, la abominación de la desolación, según los LXX y la Vg. Esta situación durará hasta que sea aniquilado el
devastador (v.27) 12·
Interpretación Mesiánica De Las Setenta Semanas.
En el campo católico podemos distinguir dos interpretaciones corrientes, según se acepte la división tripartita del oráculo, conforme al texto hebreo, o la bipartita, seguida por la Vulgata y los LXX. Todo depende del
terminus a quo que se tome en el cómputo. Los que aceptan la lectura de la Vg movidos de un interés apologético, procuran retrasar en lo posible el punto de partida en el cómputo de las famosas
setenta semanas. La palabra clave para basar el cómputo matemático de la profecía está en el
ab exitu sermonis, que hemos traducido por
desde la salida del oráculo del v.25.
¿A qué se refiere en el contexto esta
palabra u
oráculo? En el contexto parece claro que las palabras de Gabriel se refieran al
oráculo de Jeremías sobre la duración de la cautividad, que debía durar
setenta años. Sobre este oráculo versaba la meditación e inquietud de Daniel cuando se le apareció el arcángel para explicarle su sentido. Ciertamente que éste meditaba sobre la profecía de Jeremías, expresada en 25:11 y 29:10 del libro de Jeremías, que hoy tenemos como canónico. En 25:11, Jeremías habla de la destrucción de Babilonia después de setenta años, lo que suponía el fin del cautiverio de los judíos. Y esta profecía está fechada en el año 605 a.C. 13 En 29:10 de Jeremías se anuncia no sólo la destrucción de Babilonia, sino que expresamente se vaticina el retorno del pueblo exilado después de setenta años de cautiverio. Y este oráculo fue proferido en 596 a.C. 14
Por otra parte, en las palabras de Gabriel a Daniel se menciona expresamente el
oráculo sobre el retorno y reconstrucción de Jerusalén, que va unido al retorno de los exilados. En el contexto, pues, el
oráculo no es otro que la profecía de Jeremías sobre la que meditaba Daniel; en consecuencia, al hacer el cómputo de años de las semanas, hay que partir de una de las fechas en que Jeremías profirió su oráculo, es decir, en 605 o en 596 a.C.
A pesar de esto, muchos exegetas católicos, pensando más en el término
ad quem, toman otro punto de partida, que no avala el contexto. Es decir, preocupados con dar un sentido matemático a la profecía en lo tocante a la aparición del Mesías-Jesucristo, buscan un punto de partida que cubra las
sesenta y nueve semanas de años de la Vg; y así, tomando como referencia la muerte de Cristo (término
ad quem)
hacia el 30 d. C., calculan los 483 de las
sesenta y nueve semanas hacia atrás, y llegan a un
decreto de Arta-jerjes que dio a Esdras en el 458 a.C. 15 en favor de los judíos, o a ptro
decreto que dio el mismo rey a Nehemías en 445 a.C. 16 Esta posición será muy
apologética, pero muy poco científica, ya que nada insinúa en el contexto de
Dan_9:25 que el
sermo se refiera a este
decreto. Por otra parte, el verdadero
decreto de
retorno y edificación de la ciudad lo dio Ciro en 538 a.C.
Según la opinión que comentamos, y que sigue la distribución de la Vg, la primera parte del período sería
siete y sesenta y nueve semanas de años, que se cierran con la aparición de un
Christum ducem, que es el mismo
Christus muerto, que aparece después de las
sesenta y dos semanas en el v.25. Pero entonces ¿cómo se explica la distinción de
siete y sesenta y dos semanas para significar
sesenta y nueve? Por otra parte, según esta hipótesis, la
última semana sería el tiempo que va desde la muerte de Cristo (hacia el 30 d. C.) hasta la destrucción de Jerusalén por Tito (70 d. C.), en que se cumpliría la
abominación de la desolación de que habla
Dan_9:27. En este supuesto, ¿cómo se ha de encajar en una
semana de año (siete años el tiempo que va desde el año 30 al 70 d. C. ? Los que patrocinan esta opinión dan un valor matemático exacto al cómputo de las
setenta semanas, y entonces deben dar razón de la distribución matemática de los distintos números. Por otra parte, ¿cómo explicar la división de la última semana en dos mitades? (v.27).
La otra hipótesis, que nos parece más razonable, se basa en la, distribución que leemos en el texto hebreo, y que, por otra parte, no da un valor excesivamente matemático a las cifras, sino que supone como base el valor simbólico del número
setenta, tanto en la profecía de Jeremías como en la explicación de Gabriel a Daniel. Según esta opinión, el punto de partida (
desde la salida del oráculo)
es la reiterada profecía de Jeremías de que la cautividad durará
setenta años. Sobre este número simbólico, con significación de una amplia generación, el autor del libro de Daniel distribuye sus cálculos artificialmente, preocupándose, sobre todo, de la
última semana, que le obsesiona, y cuyas particularidades refleja morosamente. Todo el período anterior es un encasillado artificial en orden a lograr un cómputo de
setenta semanas de años, conforme a los
setenta años de la profecía de Jeremías. El autor, pues, trabaja con un pie forzado, que es el número
setenta. La distribución que va a dar de los dos períodos primeros es sólo aproximativa.
Distingue, pues, esta segunda opinión tres períodos: el primero dura
siete semanas de años, a partir del oráculo de Jeremías proferido en 605 y en 596 a.C. Computando, a partir de cualquiera de esas fechas, cuarenta y nueve años
grosso modo, nos lleva hacia el 538 a.C., en que hace su aparición un
ungido príncipe, Ciro, el libertador de los judíos, que por su obra en favor de los judíos es saludado en Is 45:1 como
ungido de Yahvé, y en 45:13 se dice de él que
edificara mi ciudad. La primera parte, pues, de
siete semanas se cierra con la aparición de este gran bienhechor del pueblo israelita.
Con el decreto de libertad de los judíos y la protección que les dio en la reconstrucción de su ciudad y templo, se abre la nueva etapa del vaticinio, que dura
sesenta y dos semanas de años, es decir, cuatrocientos treinta y cuatro años. Durante este tiempo
se reedificará la plaza y el foso en la angustia de los tiempos (v.25b). En estas palabras quedan reflejadas las
angustias y estrecheces con que se cumplió la reconstrucción de la Ciudad Santa, tal como lo conocemos por los libros de Esdras y de Nehemías 17. Se nos dice en estos libros que los que reconstruían la ciudad tenían que tener en una mano la azada y en la otra la espada, para defenderse contra las incursiones de samaritanos y amonitas.
Esta segunda etapa del oráculo de Daniel se cierra con la muerte de
un ungido 18, que parece ser, por el contexto siguiente, el sumo sacerdote Onías III, que fue asesinado en Antioquía en 171 a.C. 19 Con la muerte de éste, la profecía entra en su tercera etapa, que dura
una semana, dividida en dos partes. Durante esta
última semana de años ocurren las grandes desgracias a que se alude en los v.26b y 27.
Sabemos por la historia de los Macabeos que Antíoco IV Epífanes, después de su expedición a Egipto, expolió el templo de Jerusalén 20 (
un pueblo con un jefe destruirá la ciudad y el santuario, v.26, e inició una labor de captación entre los judíos para ganarlos a su causa de helenización y de abandono de las leyes patrias 21, culminando su obra disolvente en la prohibición de la
ofrenda y el sacrificio 22 y la erección, en el 15 de
Quisleu (diciembre) de 168 a.C., del ídolo abominable
(abominación desoladora o abominación de la desolación, v.27) 23 justamente a la mitad de la
semana de años, que se inicia en el 171 a.C. con la muerte del ungido del Señor, Onías III. La cesación del
sacrificio, más o menos, duró media semana de años (tres años y medio), pues en el 25 de
Quisleu (diciembre) del 165 a.C. tuvo lugar la purificación y la nueva dedicación del templo 24.
Por fin, esta semana de años angustiosa termina con la muerte desastrosa del
devastador Antíoco IV, que muere en el 164 a.C., desesperado y despreciado de todos25. Tenemos, pues, que desde el 171 a.C. (muerte de Onías II1) hasta el 164 a.C. (muerte del perseguidor Antíoco IV) hay justamente siete años
(una semana de años). Al estudiar los c.11-12 de Daniel veremos más particularidades, que se cumplen al detalle en estos turbulentos días de persecución del tiempo de los Macabeos.
Como verá el lector, esta interpretación, más conforme al contexto y a las exigencias del texto mismo 26, supone que sólo el v.24 es netamente
mesiánico, pues en él se anuncia, después de las setenta
semanas de años, la implantación de un reinado de justicia, con la desaparición del pecado. Lo que se dice en los v.25-27 cae fuera de la perspectiva mesiánica, y más bien refleja hechos históricos contemporáneos del hagiógrafo anteriores, expresados en forma profética, conforme al modo de escribir de los apocalípticos.
Por otra parte, esta interpretación, como antes hemos indicado, no da un valor matemático a los números, sino que los considera aproximativos con valor simbólico. El hagiógrafo quiere encajar dentro del número
setenta tradicional de la profecía de Jeremías hechos muy distantes de la historia, y tiene una preocupación obsesionante por los hechos de la
última semana; de ahí que todo lo anterior lo considere como accidental y sin mayor importancia.
Esta es la explicación de que el número cuatrocientos treinta y cuatro años, exigido por las
sesenta y dos semanas de la segunda parte de la profecía, resulte demasiado grande para medir el período que va desde el 538 (aparición de Giro,
ungido) a 171 a.C. (muerte del
ungido Onías II1).
Se suele objetar contra esta interpretación la declaración de Cristo en el sermón escatológico: Cuando viereis la
abominación de la desolación predicha por el profeta Daniel en el lugar santo, entonces los que estén en Judea huyan a los montes.27. Sin duda que el Señor, con estas palabras, se refería a los hechos trágicos que iban a suceder en Jerusalén con el asedio de Tito en el año 70 d. C. La expresión
abominación de la desolación aparece tres veces en el libro de Daniel 28. En dos de ellas, ciertamente el autor del libro de Daniel se refiere a la devastación realizada por Antíoco IV Epífanes en tiempos de los Macabeos. En 12:11 se dice que la profanación del templo y el tiempo de la duración de la
abominación de la desolación durará mil doscientos noventa días (es decir,
media semana de años; tres años y medio más o menos), lo que coincide con lo que se dice en el texto que comentamos sobre las
setenta semanas en
Dan_9:27. Ahora bien, ¿a cuál de estos textos del libro de Daniel se refiere Jesucristo ?
En cualquiera de estos textos parece que la
abominación de la desolación en el libro de Daniel se refiere a la profanación del templo por Antíoco IV Epífanes. Cristo pudo tomar el texto de Daniel sobre la profanación del templo en la época de los Macabeos como
tipo de la otra gran profanación que tendrá lugar en el año 70 d. C. con ocasión de la destrucción de Jerusalén por el ejército romano 29.
Ahora queda la dificultad general: si en esta profecía se anuncia la inauguración de los tiempos mesiánicos, como se dice en el v.24, después de la época macabea (supuesta nuestra interpretación), ¿cómo puede conciliarse este vaticinio con el hecho de que el Mesías haya aparecido realmente ciento sesenta y cuatro años después? Esta dificultad debe resolverse al tenor de lo que hemos dicho al explicar la profecía del
Emmanuel de Isaías, es decir, teniendo en cuenta que los profetas carecen de perspectiva histórica del tiempo y, por tanto, superponen los planos históricos muchas veces en el horizonte profético. Es decir, el profeta vive preocupado con los problemas de su tiempo, y su misión en tiempos de angustia y de crisis de la conciencia nacional es reavivar la esperanza de salvación en virtud de las tradicionales promesas mesiánicas.
Los profetas son hombres de su tiempo y de la era mesiánica, en cuanto que todas sus esperanzas
se centran en torno a los tiempos gloriosos de la aparición del Mesías. Tienen muchas veces revelaciones especiales
sobre el hecho mesiánico, aunque se les oculten las circunstancias del mismo. Para ellos, el espacio de tiempo que hay entre su época y la mesiánica no tiene importancia, y, por otra parte, en sus ansias de
reavivar las esperanzas en el pueblo, anuncian la era mesiánica como próxima, aunque en realidad no saben cuándo vendrá.
En el caso concreto de nuestra profecía del libro de Daniel, el hagiógrafo, que vive las angustias de la persecución religiosa contra su pueblo en tiempo de los Macabeos, anuncia como próxima la inauguración de los tiempos mesiánicos. Para excitar más la curiosidad de sus lectores ha estructurado la historia de su pueblo tomando como base el número
setenta de la profecía de Jeremías y distinguiendo etapas históricas, que se han cumplido, para entrar ya en la zona del misterioso futuro que se abre al cerrarse la época macabaica 30.
1 Tenemos ejemplos de oraciones similares en
Esd_9:6-15; Bar 1:15-3:8;
Dan_3:25-45. Sobre las coincidencias de fraseología cf.
Neh_1:5;
Deu_7:9;
1Re_8:47;
Deu_17:20;
Jer_44:4.21 ;
Neh_9:34. 2 Sobre estas amenazas cf. Lev 26;
Deu_28:36-37.63-68;
Deu_29:24-28;
Deu_30:1-10. 3 El TM dice literalmente: y sobre el ala horrores, devastaciones, hasta que la consumación decretada se derrame sobre el desolador. Nuestra traducción es una combinación del texto hebreo y del griego, que nos parece más inteligible en el contexto. La
Bible de Jé-rusalem traduce: sobre el ala (del templo) será la abominación de la desolación hasta el fin, hasta el término asignado al desolador. 4 Cf. 8:15-18. 6 Cf.
Jer_25:11;
Jer_29:10. 5 Cf.
Exo_29:383;
Num_28:45. 7 Cf.
Lev_25:2.4.5;
Lev_26:34.35.43;
2Cr_36:21. 8 Cf.
Isa_1:26;
Isa_9:6;
Isa_4:3. 9 Cf.
Exo_29:36;
Neh_30:26-28;
Neh_40:11;
Lev_8:10-11;
Num_7:1.10.84.88. Sólo en
1Cr_23:13, por metonimia, se aplica la frase a Aarón. 10 Así traducimos según la reconstrucción de Lagrange, basada en el paralelismo de Teodoción: no hay juicio para él. Parece que ha habido una confusión de palabras hebreas. Cf. Lagrange,
La prophétie des soixante-dix semaines de Daniel: RB 39 (1930) p.15s. 11 Cf. 1 Mac i,lis. 12 El P. Abel supone que había alguna inscripción con dedicatoria a Júpiter Olímpico, que en hebreo es
Baal Shamayim (Señor de los cielos), con cuyo nombre haría juego de palabras el
shomen (desvastador). Cf. abel,
Vivre et Penser (1941) p.244. Esta división del oráculo en
tres partes es según el texto hebreo, pues la Vulgata lo divide en
dos partes:
a) siete y sesenta y dos semanas, que se cerrarían con la aparición de un
Christum ducem; b) la última semana. Así, pues,
sesenta y nueve semanas serían la primera parte del vaticinio, y
una semana la segunda y última parte. Según esta lectura, la interpretación será diferente de la que vamos a exponer conforme a nuestra versión del texto hebreo. 12 Cf.
Jer_20:1. 13 Cf.
Jer_25:1. 15 Cf.
Esd_7:8;
Esd_7:11-26. 16 Cf.
Neh_1:1;
Neh_2:1-9. 17 Cf Esd 4,rs;
Neh_6:1s; 9,37- 18 El texto hebreo no dice
el ungido, con artículo, sino que está indeterminado, lo que indica que no es el mismo que el ungido
príncipe, cuya aparición cerraba las
siete semanas de años primeras. Por otra parte, nada insinúa en el contexto que ese nuevo ungido sea el Mesías. Los LXX y la versión de Teodoción traducen por
unción (÷ñßóìá), es decir, una cosa ungida, traducción que pasó a la Vetus Latina. Los Padres griegos y latinos así lo entendieron, y no aplicaron este texto a Jesucristo. 22 Cf.
1Ma_1:47. 19 Cf.
2Ma_4:7s. 23 Cf.
1Ma_1:5? 20 Cf.
1Ma_1:21;
2Ma_5:11. 24 Cf.
1Ma_4:52. 21 Cf.
1Ma_1:31.45.55;
2Ma_4:12. 25 Cf.
1Ma_6:16;
2Ma_9:9.28. 26 Esta interpretación es seguida por Lagrange, Ceuppens y gran parte de los exegetas católicos actuales. 27 Cf.
Mat_24:15. 28 Estos textos de Daniel son, además de este
Deu_9:27, que ahora estudiamos,
Deu_11:31 : A su orden (de Antíoco IV) se presentarán tropas que profanarán el santuario y la fortaleza, y harán cesar el
sacrificio perpetuo y alzarán la
abominación desoladora. Y en 12:11: Después del tiempo de la cesación del sacrificio y del alzar la
abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días. 29 No puede esgrimirse como argumento contra nuestra interpretación la supuesta unanimidad de los Santos Padres, ya que ésta no existe sino en el sentido general
mesiánico que hemos propuesto. Cf. San Hipólito : PG 10,746; San Jerónimo : PL 25:542; San Hilario : PL 9:1054; San Ambrosio : PL 15:1808; San Agustín : PL 33:899. 30 Sobre esta profecía véase Lagrange, a.c., y RB (1904) 514; Bigot: DTC IV 75-102; Uppens,
De prophetiis messianicis in A.T. 505-2; Saydon,
Verbum Dei II p.6o4ss (Barcea 1956); Chaine, o.c., 2625; A. Colunga: Ciencia Tomista, 21 (1920) 285-305.