Pues el mismo que tiene en los cielos su morada, vela y protege aquel Lugar; y a los que se acercan con malas intenciones los hiere de muerte.» (II Macabeos 3, 39) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 2009)
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1. Diversos Hechos Hasta la Purificación del Templo. (c.3:1-10:8).
Duelo entre Ornas y Simón (3:1-6).
1 Hallándose la ciudad en completa paz, observándose exactamente las leyes, por la piedad del sumo sacerdote Onías y su odio a toda maldad, 2 sucedía que hasta los mismos reyes honraban el santuario y lo enriquecían con magníficos dones. 3 Y así, Seleuco, rey de Asía, concedió de sus propias rentas todas las expensas necesarias para el servicio de los sacrificios. 4 Pero un cierto Simón, de la tribu de Benjamín, constituido inspector del templo, se enemistó con el sumo sacerdote con motivo de la fiscalización del mercado de la ciudad. 5 No pudiendo vencer la resistencia de Onías, se fue a Apolonio, de Tarso, que por aquel tiempo era general de la Celesiria y la Fenicia, 6 y le hizo saber cómo el tesoro de Jerusalén estaba lleno de riquezas indecibles, y que la cantidad de oro que allí había era incalculable y no se destinaba al sostenimiento de los sacrificios, pudiendo el rey apoderarse de ello.
De Onías III hace un gran elogio el autor de Eci 5:1. Fue sobrino de Onías II, contemporáneo de Tolomeo IV Filopator y Antíoco IV Epifanes. Yahvista hasta los tuétanos (15:12), se opuso a las tentativas de saqueo del templo por parte de Heliodoro, ministro de Hacienda de Seleuco IV. Su piedad y odio al pecado le hicieron acreedor a la veneración de todos. Los mismos reyes, Tolomeo II Filadelfo, Tolomeo III Evergetes y el mismo Antíoco III el Grande, honraban el santuario. Cuando este último anexionó la Judea a su reino, después de la batalla de Panión (199 a.C.), quiso superar la magnificencia de los Tolomeos con el intento velado de ganar para la causa seléucida a los sacerdotes de Jerusalén.
La política de captación había calado hondo en los círculos sacerdótales de Jerusalén. Cierto Simón, de la tribu de Benjamín (Bilga, leen De Bruyne Y Abel), encargado de la administración (prostasía) del templo e inspector del mercado público (agoraríamos), entró en conflicto con Onías, sin que podamos saber las causas. Despechado al no poder vencer la resistencia de éste, marchó al encuentro de Apolonio, general (strategós) de la Celesiria y de Fenicia, denunciando las enormes riquezas guardadas en el templo, de las que el rey podía apoderarse, porque no se destinaban al sostenimiento de los sacrificios. Los particulares depositaban en el templo sus ahorros (Neh_13:5). Decisivo era el paso dado por Simón en la historia de las relaciones entre el judaísmo y el helenismo. En momentos en que la economía real vivía momentos cruciales eran sumamente peligrosas semejantes denuncias hechas por un judío con personalidad religiosa relevante.
Diálogo entre Onías y Heliodoro (Neh_3:7-14).
7 Apolonio se fue luego a ver al rey y le dio cuenta de los tesoros referidos. Este eligió a Heliodoro, su ministro de Hacienda, a quien envió con órdenes de apoderarse de las riquezas. 8 En seguida se puso en viaje Heliodoro, con el pretexto de visitar las ciudades de Celesiria y Fenicia, pero en realidad para ejecutar el propósito del rey. 9 Llegado a Jerusalén, fue recibido cordialmente por la ciudad y el sumo sacerdote, a quien dio luego cuenta de lo que le había sido comunicado y del motivo de su venida, preguntando si lo que se les había dicho se ajustaba a la realidad. 10 El sumo sacerdote le hizo ver que se trataba de depósitos de viudas y huérfanos 11 y de una cantidad que pertenecía a Hircano, hijo de Tobías, hombre de muy noble condición, contra lo que calumniosamente había denunciado el impío Simón; y que, en fin, la suma de todo el dinero era de cuatrocientos talentos de plata y doscientos de oro,12 siendo del todo imposible cometer tal injusticia contra los que habían confiado en la santidad del lugar y en la majestad del templo, honrado en toda la tierra. 13 Pero Heliodoro, en virtud de las órdenes del rey, contestó que aquellos tesoros habían de ser necesariamente entregados al tesoro real. 14 Señalado día, se preparó a entrar, dispuesto a apoderarse de tales riquezas, lo que produjo no pequeña conmoción en toda la ciudad.
Dio orden el rey de apoderarse de unas riquezas que tanto beneficiarían a la economía seléucida. Nada menos que el primer ministro, Heliodoro, recibió el encargo de ejecutar los propósitos del rey. Había en el templo una respetable suma perteneciente a la noble familia de los Tobiadas. Vivía Hircano (184-175) en la fortaleza de Araq-el-Emir, y era descendiente del famoso Tobías Amonita, contemporáneo de Nehemías (Neh_2:19; Neh_6:6; Neh_13:4). Partidario de los Lagidas, tuvo que abandonar Jerusalén al apoderarse de ella los seléucidas 2. La declaración de Onías acerca de los tesoros de Hircano depositados en el templo debió despertar aún más los deseos de Heliodoro de apoderarse de un dinero propiedad de un enemigo de los seléucidas. Según Onías, la cantidad de dinero depositado en el templo subía a la respetable suma equivalente a 2.390.000 dólares.
Un pueblo en oración (Neh_3:15-22).
15 Los sacerdotes, vestidos de sus túnicas sagradas, se arrojaron ante el altar; clamaban al cielo, invocando al que había dado ley sobre los depósitos de que les fueran guardados intactos a quienes los depositaron. 16 Nadie podía mirar el rostro del sumo sacerdote sin quedar traspasado, porque su aspecto y su color demudado mostraban la angustia de su alma. 17 El temor que se reflejaba en aquel varón y el temblor de su cuerpo revelaban a quien le miraba la honda pena de su corazón. 18 Los ciudadanos salían en tropel de sus casas para acudir a la pública rogativa en favor del lugar santo, que estaba a punto de ser profanado. 19 Las mujeres, ceñidos los pechos de saco, llenaban las calles; y las doncellas, recogidas, concurrían unas a las puertas del templo, otras sobre los muros, algunas miraban furtivamente por las ventanas, 20 y todos, tendidas las manos al cielo, oraban. 21 Era para mover a compasión ver la confusa muchedumbre postrada en tierra y la ansiedad del sumo sacerdote, lleno de angustia. 22 Todos invocaban al Dios omnipotente, pidiendo que los depósitos fuesen, con plena seguridad, conservados intactos a los depositantes.
Ningún poder humano era capaz de torcer la voluntad de Heliodoro; sólo Dios podía estorbar sus planes. Sacerdotes y pueblo se entregaban a ruidosas y espectaculares manifestaciones de duelo. Invocan al Dios que había dado la ley sobre los depósitos (Exo_22:7) para que velara por la incolumidad de los mismos.
Heliodoro fuera de combate (Exo_3:23-30).
23 Heliodoro, por su parte, dispuesto a consumar su propósito, estaba ya acompañado de su escolta junto al gazofilacio, 24 cuando el Señor de los espíritus y Rey de absoluto poder hizo de él gran muestra a cuantos se habían atrevido a entrar en el templo. Heridos a la vista del poder de Dios, quedaron impotentes y atemorizados. 25 Se les apareció un jinete terrible. Montaba un caballo adornado de riquísimo caparazón, que, acometiendo impetuosamente a Heliodoro, le acoceó con las patas traseras. El que le montaba iba armado de armadura de oro. 26 Aparecieron también dos jóvenes fuertes, llenos de majestad, magníficamente vestidos, los cuales, colocándose uno a cada lado de Heliodoro, le azotaban sin cesar, descargando sobre él fuertes golpes. 27 Al instante, Heliodoro, caído en el suelo y envuelto en tenebrosa oscuridad, fue recogido y puesto en una litera. 28 Y el que hacía poco, con mucho acompañamiento y con segura escolta, entraba en el gazofilacio, era ahora llevado, incapaz de auxiliarse a sí mismo, habiendo experimentado manifiestamente el poder de Dios; 29 y por la divina virtud yacía mudo, privado de toda esperanza de salud. 30 Los judíos, por su parte, bendecían al Señor, que había defendido el honor de su casa. Y el templo, poco antes lleno de terror y de turbación, ahora rebosaba de alegría y regocijo gracias a la intervención del Señor omnipotente.
No fue sordo Dios al clamor de su pueblo. Por su parte, Heliodoro pasó a realizar su cometido. Entró en el templo, y, cuando sus manos sacrilegas se disponían a saquearlo, el Señor de los espíritus- título que el libro de Henoc emplea repetidamente - demostró que era Rey de absoluto poder al enviar contra Heliodoro y su séquito un jinete que le derribó al suelo, donde fue acoceado por las patas traseras del caballo. El esplendor y agilidad de los ángeles vengadores contrasta con la figura ridicula de un ministro seléucida inválido, ciego, acardenalado y mudo por el alboroto.
Onías le salva la vida (Exo_3:31-34).
31 Pronto acudieron algunos de los de Heliodoro, suplicando a Onías que invocase al Altísimo para que hiciese gracia de la vida al que se hallaba en el último extremo. 32 Y temiendo el sumo sacerdote que el rey llegara a imaginarse que los judíos habían cometido algún crimen contra Heliodoro, ofreció un sacrificio por la salud de éste. 33 Mientras el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio de propiciación, los mismos jóvenes se aparecieron de nuevo a Heliodoro, con las mismas vestiduras de antes, y, acercándose a él, le dijeron: Da muchas gracias a Onías, el sumo sacerdote, pues a él le debes que el Señor te haya dejado la vida. 34 Tú, pues, castigado por Dios, confiesa ante todos su poder. Dicho esto, desaparecieron.
Más que magullamiento general, los jóvenes y las patas traseras del caballo del brioso jinete causaron a Heliodoro heridas precursoras de su muerte. La situación era comprometida en caso de que Heliodoro perdiera allí la vida, porque el rey seléucida culparía a los judíos de asesinato de su ministro. El sumo sacerdote ofreció un sacrificio por la salud de Heliodoro, que se encontraba en los últimos momentos. Todo el libro segundo de los Macabeos está sembrado de hechos milagrosos. Otras de sus peculiaridades es la confesión del poder, magnificencia y dominio supremo de Dios por parte de los gentiles.
Heliodoro regresa a Antioquía (Exo_3:35-40).
35 Heliodoro, después de ofrecer un sacrificio al Señor y de hacer grandes votos a quien le había concedido la vida, se despidió amigablemente de Onías y se volvió con sus tropas al rey, 36 dando público testimonio de las obras del Dios altísimo, que con sus ojos había visto, 37 Interrogado por el rey sobre quién sería más apto para enviarlo a Jerusalén, dijo: 38 Si tienes a algún enemigo o alguien que conspire contra tu reino, mándalo allá, que bien castigado vendrá, si es que salva la vida, porque sin duda que hay en aquel lugar una fuerza divina. 39 El mismo que en los cielos habita tiene sus ojos puestos sobre aquel lugar para defenderlo y hiere de muerte a los que a él se llegan con malos propósitos. 40 Tal fue el episodio de Heliodoro y de la preservación del gazofilacio.
El que vino a Jerusalén como enemigo de Dios vuelve a sus tierras pregonando sus maravillas y poder. No debió el monarca quedar convencido del testimonio de su ministro, al que llamó para que le señalara cuál, a su juicio, sería el más indicado para renovar el intento. A lo que contestó Heliodoro con buena dosis de ironía: Al que el rey quiera castigar, que bien apaleado regresará, si es que salva la vida 3.