I Reyes 22, 35-36

Aquel día el combate se prolongó, y el rey hubo de ser sostenido en pie en su carro frente a los arameos, hasta que murió al atardecer (la sangre de la herida corría por el fondo del carro). Al caer el sol corrió un grito por el campamento: «Cada uno a su ciudad, cada uno a su heredad*.
Ver contexto