II Macabeos 4, 9-17

Se comprometía además a firmar el pago de otros ciento cincuenta, si se le concedía la facultad de instalar por su propia cuenta un gimnasio y una efebía, así como la de inscribir a los Antioquenos en Jerusalén*. Con el consentimiento del rey y con los poderes en su mano, pronto cambió las costumbres de sus compatriotas conforme al estilo griego. Suprimió los privilegios que los reyes habían concedido a los judíos por medio de Juan, padre de Eupólemo (el que fue enviado en embajada a los romanos para un tratado de amistad y alianza), abrogó las instituciones legales e introdujo costumbres nuevas, contrarias a la Ley. Así pues, fundó a su gusto un gimnasio bajo la misma acrópolis* e indujo a lo mejor de la juventud a educarse bajo el petaso*. Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa de la extrema perversidad de aquel Jasón, que tenía más de impío que de sumo sacerdote, que ya los sacerdotes no sentían celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el templo. Descuidando los sacrificios, en cuanto se daba la señal con el gong, se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la palestra contrarios a la ley. Sin apreciar en nada la honra patria, preferían las glorias helénicas. Por esto mismo, una difícil situación los puso en aprieto, y tuvieron como enemigos y verdugos a los mismos cuya conducta emulaban y a quienes querían parecerse en todo. Pues no resulta fácil violar las leyes divinas; así lo mostrará el tiempo venidero.
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