Apocalipsis  11, 1-13

Luego me dieron una caña de medir parecida a una vara, y me dijeron*: «Levántate y mide el Santuario de Dios* y el altar, y a los que adoran en él. Deja aparte el patio exterior del Santuario; no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles, que pisotearán la Ciudad Santa cuarenta y dos meses*. Pero haré que mis dos testigos profeticen durante mil doscientos sesenta días, cubiertos de sayal.» Ellos son los dos olivos y los dos candeleros que están en pie delante del Señor de la tierra*. Si alguien pretendiera hacerles mal, saldría fuego de su boca y devoraría a sus enemigos; si alguien pretendiera hacerles mal, tendría que morir de ese modo. Estos dos testigos tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva los días en que profeticen; tienen también poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y poder de herir la tierra con toda clase de plagas, todas las veces que quieran. Pero cuando hayan terminado de dar testimonio, la Bestia que surja del abismo* les hará la guerra, los vencerá y los matará. Sus cadáveres quedarán en la plaza de la gran ciudad*, que simbólicamente se llama Sodoma o Egipto, allí donde también su Señor fue crucificado. Gentes de diversos pueblos, razas, lenguas y naciones contemplarán sus cadáveres durante tres días y medio. No estará permitido sepultar sus cadáveres. Los habitantes de la tierra se alegran y se regocijan de su muerte, y se intercambian regalos, porque estos dos profetas habían atormentado a los habitantes de la tierra. Pero, pasados los tres días y medio, un aliento de vida procedente de Dios entró en ellos y se pusieron de pie, y un gran espanto se apoderó de quienes los contemplaban. Oí* entonces una voz potente que les decía desde el cielo: «Subid acá.» Ellos subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos. En aquella hora se produjo un violento terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó. En el terremoto perecieron siete mil personas*. Los supervivientes, presa de espanto, dieron gloria al Dios del cielo.
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