Gálatas 3, 6-18

Así, Abrahán creyó en Dios y le fue reputado como justicia. Entonces, tened bien presente que los hijos de Abrahán son los que creen. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció con antelación a Abrahán esta buena nueva: En ti serán bendecidas todas las naciones. Así pues, los que creen son bendecidos con Abrahán el creyente. Porque todos los que viven de las obras de la ley incurren en maldición. Dice así la Escritura: Maldito quien no practique fielmente todos los preceptos escritos en el libro de la Ley. — Y que la ley no justifica a nadie ante Dios es cosa evidente, pues dice la Escritura: El justo vivirá por la fe. Además, la ley no puede proceder de la fe*, pues dice: Quien practique sus preceptos, vivirá por ellos.— Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros*, pues dice la Escritura: Maldito el que cuelga de un madero. Y esto fue así para que la bendición de Abrahán llegara a los gentiles, a través de Cristo Jesús, y para que, por la fe, recibiéramos el Espíritu de la promesa*. Hermanos, voy a explicarme en términos humanos. Ya sabéis que, entre los hombres, nadie anula ni añade nada a un testamento hecho en regla. Pues bien, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. La Escritura no dice ‘y a los descendientes’, como si fueran muchos*, sino a uno solo, a tu descendencia, es decir, a Cristo. Y yo pienso que un testamento hecho por Dios en toda regla no puede ser anulado por la ley, que llega cuatrocientos treinta años más tarde. En ese caso la promesa* quedaría anulada. Pues si la herencia dependiera de la ley, ya no procedería de la promesa; y, sin embargo, Dios otorgó a Abrahán su favor en forma de promesa.
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