Jeremías  14, 2-9

Judá está de luto, sus ciudades* desfallecen sombrías y abatidas. Se oye el alarido de Jerusalén. Sus nobles mandaban a los pequeños por agua: llegaban a los aljibes y no la encontraban; volvían con sus cántaros vacíos. Quedaban corridos y avergonzados y se cubrían la cabeza. El suelo está consternado por no haber lluvia en la tierra. Confusos andan los labriegos, se han cubierto la cabeza. Hasta la cierva en el campo parió y abandonó a su cría, porque no había césped. Los onagros se paraban junto a los calveros, aspiraban el aire como chacales, tenían los ojos consumidos por falta de hierba. Aunque nuestras culpas hablen contra nosotros, obra, Yahvé, por honor de tu Nombre. Son muchas nuestras apostasías, contra ti hemos pecado. ¡Oh esperanza de Israel, Yahvé*, Salvador suyo en tiempo de angustia! ¿Por qué te estás portando como un forastero en el país, como viajero que se tumba para pasar la noche? ¿Por qué te estás portando como un hombre pasmado, como un soldado incapaz de ayudar? Pues tú estás entre nosotros, Yahvé, y por tu Nombre se nos llama, ¡no te deshagas de nosotros!
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