Jeremías  2, 10-32

Porque, en efecto, pasad a las islas de los Queteos y observad, enviad a Quedar quien investigue a fondo*; pensadlo bien y considerad si aconteció cosa tal: que las naciones cambien de dioses —¡aunque aquéllos no son dioses!—. Pues mi pueblo ha trocado su Gloria* por el Inútil. Pasmaos, cielos, de ello, asustaos y llenaos de espanto —oráculo de Yahvé—. Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen. ¿Es un esclavo Israel, o acaso nació siervo? ¿Cómo entonces ha servido de botín? Contra él rugieron leoncillos, lanzaron gruñidos y dejaron su país desolado; sus ciudades, incendiadas, quedaron sin habitantes. Hasta la gente de Menfis y de Tafnis te han rapado el cogote*. ¿No te ha sucedido esto por haber dejado a Yahvé tu Dios cuando te guiaba en tu camino? Entonces, ¿qué cuenta te tiene encaminarte a Egipto para beber las aguas del Nilo? ¿O qué cuenta te tiene encaminarte a Asiria para beber las aguas del Río*? Tu propia maldad te castigará, tus apostasías te escarmentarán. Aprende y comprueba lo malo y amargo que te resulta abandonar a Yahvé tu Dios y no temblar ante mí —oráculo del Señor Yahvé Sebaot—. ¡Siempre has roto tu yugo y has sacudido tus coyundas! Decías: «¡No serviré!», y sobre todo otero prominente y bajo todo árbol frondoso te tumbabas, prostituta*. Yo te había plantado de cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿cómo has podido cambiar en sarmiento de vid bastarda? Porque, así te blanquees con salitre y te des bien de lejía, si te me acercas se te nota la culpa —oráculo del Señor Yahvé—. ¿Cómo dices: «No estoy manchada; no anduve detrás de los Baales?» ¡Mira tu rastro en el Valle*! Reconoce lo que has hecho, camellita liviana de extraviado camino, borrica habituada al desierto, que en puro celo se bebe los vientos: ¿quién calmará su pasión? El que la busca topa con ella, ¡bien acompañada la encuentra! Guarda tu pie de la desnudez y tu garganta de la sed. Pero tú dices: «No hay remedio: a mí me gustan los extranjeros, y tras ellos he de ir.» Como se azora el ladrón sorprendido en flagrante delito, así se ha azorado la Casa de Israel: ellos, sus reyes, sus jefes, sus sacerdotes y sus profetas, los que dicen al leño: «Padre mío», y a la piedra: «Tú me pariste.» Me vuelven la espalda, no me miran, mas cuando vienen mal dadas me dicen: «¡Levántate y sálvanos!» Pues ¿dónde están tus dioses, los que tú mismo te hiciste? ¡Que se levanten ellos, a ver si te salvan en la hora aciaga! Pues cuantas son tus ciudades, otros tantos son tus dioses, Judá; (y cuantas calles cuenta Jerusalén, otros tantos altares hay de Baal*). ¿Por qué os querelláis conmigo, si todos me habéis traicionado? —oráculo de Yahvé—. En vano vapuleé a vuestros hijos: no aprendieron. Vuestra espada devoró a vuestros profetas, como el león cuando estraga. Vosotros (¡valiente ralea!) atended a la palabra de Yahvé: ¿Fui yo un desierto para Israel o una tierra malhadada? ¿Por qué, entonces, dice mi pueblo: «¡Nos vamos! No vendremos más a ti»? ¿Se olvida una chica de su aderezo, o una novia de su cinta? Pues mi pueblo sí que me ha olvidado días sin cuento.
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