Numeros  11, 4-13

La chusma que se había mezclado al pueblo se dejó llevar de su apetito. También los israelitas volvieron a sus llantos diciendo: «¿Quién nos dará carne para comer? ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! En cambio ahora nos encontramos débiles. No hay de nada. No vemos más que el maná.» El maná era como la semilla del cilantro, parecido al bedelio. El pueblo se dispersaba para recogerlo; lo molían en la muela o lo majaban en el mortero; luego lo cocían en la olla y hacían con él tortas. Su sabor era parecido al de una torta de aceite. Cuando, por la noche, caía el rocío sobre el campamento, caía también sobre él el maná. Moisés oyó llorar al pueblo, a todas sus familias, cada uno a la puerta de su tienda. Entonces Yahvé se irritó sobremanera, y a Moisés le pareció mal. Le dijo entonces a Yahvé: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no te has mostrado benévolo conmigo, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este pueblo? ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz, para que me digas: ‘Llévalo en tu regazo, como lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus padres?’ ¿De dónde voy a sacar carne para dársela a todo este pueblo, que me llora pidiéndome carne para comer?
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