Salmos 105, 1-15

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¡Aleluya!

¡Dad gracias a Yahvé, invocad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas! ¡Cantadle, tañed para él, recitad todas sus maravillas; gloriaos en su santo nombre, se alegren los que buscan a Yahvé! ¡Buscad a Yahvé y su poder, id tras su rostro sin tregua, recordad todas sus maravillas, sus prodigios y los juicios de su boca! Raza de Abrahán, su siervo, hijos de Jacob, su elegido*: él, Yahvé, es nuestro Dios, sus juicios afectan a toda la tierra. Él se acuerda siempre de su alianza, palabra que impuso a mil generaciones, aquello que pactó con Abrahán, el juramento que hizo a Isaac, que puso a Jacob como precepto, a Israel como alianza eterna: «Te daré la tierra de Canaán como lote de vuestra herencia». Cuando eran poco numerosos, gente de paso y forasteros, vagando de nación en nación, yendo de un reino a otro pueblo, a nadie permitió oprimirlos, por ellos castigó a los reyes: «Guardaos de tocar a mis ungidos*, no hagáis daño a mis profetas».
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