Salmos 144, 1-11

(143)
De David.

Bendito Yahvé, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la batalla. Es mi aliado y mi baluarte, mi alcázar y libertador, el escudo que me cobija, el que me somete pueblos*. ¿Qué es el hombre, Yahvé, para ocuparte, el ser humano para que pienses en él? El hombre es semejante a un soplo, sus días, como sombra que pasa. ¡Inclina, Yahvé, tus cielos y desciende, toca las montañas y que echen humo; fulmina el rayo y dispérsalos, lanza tus flechas y trastórnalos! Extiende tus manos desde lo alto, líbrame de las aguas caudalosas, sálvame de la mano de extranjeros, cuya boca profiere falsedades y su diestra es diestra de mentira. Te cantaré, oh Dios, un cántico nuevo, tañeré para ti el arpa de diez cuerdas, tú que das a los reyes la victoria, que salvas a David tu servidor*. De la espada funesta sálvame, líbrame de la mano de extranjeros, cuya boca profiere falsedades y su diestra es diestra de mentira.
Ver contexto