Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capitulo 9.
E ste capítulo narra lo que sucedió después de tocar la quinta trompeta y lo que tuvo lugar después de la sexta. Los castigos que estas dos trompetas desencadenan son más fuertes y severos que los que hemos visto anteriormente. Pero todavía los superará el azote que traerá consigo la trompeta séptima. La descripción de estas calamidades contiene más abundancia de pormenores que las hasta ahora vistas. El fin que se propone Dios al enviar estas plagas es el de convertir a los paganos e impíos para que no continúen persiguiendo a su Iglesia 1
.
Quinta trompeta: Primera calamidad: insectos infernales, 9:1-12.
1
El quinto ángel sonó la trompeta, y vi una estrella que caía del cielo sobre la tierra y le fue dada la llave del pozo del abismo; 2
y abrió el pozo del abismo, y subió del pozo humo, como el humo de un gran horno, y se oscureció el sol y el aire a causa del humo del pozo. 3
Del humo salieron langostas sobre la tierra y les fue dado poder, como el poder que tienen los escorpiones de la tierra. 4
Les fue dicho que no dañasen la hierba de la tierra, ni ninguna verdura, ni ningún árbol, sino sólo a los hombres que no tienen el sello de Dios sobre sus frentes. 5
Se dio orden de que no los matasen, sino que fuesen atormentados durante cinco meses; y su tormento era como el tormento del escorpión cuando hiere al hombre. 6
Los hombres buscarán en aquellos días la muerte y no la hallarán, y desearán morir y la muerte huirá de ellos. 7
Las langostas eran semejantes a caballos preparados para la guerra, y tenían sobre sus cabezas como coronas semejantes al oro, y sus rostros eran como rostros de hombre; 8
y tenían cabellos como cabellos de mujer y sus dientes eran como de león; 9
y tenían corazas como corazas de hierro, y el ruido de sus alas era como el ruido de muchos caballos que corren a la guerra. 10
Tenían colas semejantes a los escorpiones, y aguijones, y en sus colas residía su poder de dañar a los hombres por cinco meses, 11
Por rey tienen sobre sí al ángel del abismo, cuyo nombre es en hebreo Abaddon, y en griego tiene por nombre Apolyon. 12
El primer ¡ay! pasó; he aquí que vienen aún otros dos ¡ayes! después de esto. San Juan nos ofrece en esta quinta trompeta la descripción de una terrible invasión de demonios, salidos del abismo, bajo la forma de langostas infernales. Estas atormentan a los hombres que no están marcados con el sello divino; pero sin matarlos. En Palestina es conocida la plaga de langostas, que procede de la orilla oriental del mar Muerto y a veces invade las tierras de la parte occidental, dejándolas desoladas 2. Estos insectos son tan voraces que no dejan nada verde. A veces son tan numerosos que forman nubes de varios kilómetros, que llegan a oscurecer el sol. Cuando vuelan en grandes bandadas producen con sus alas un ruido intenso.
En el
Exo_10:12-19 se habla también de una plaga de langostas que Dios mandó sobre Egipto. Pero es especialmente el profeta Joel quien nos dejó una descripción maravillosa de la invasión de la langosta 3. La descripción del Apocalipsis se inspira indudablemente en la octava plaga de Egipto 4, pero sobre todo en la narración de Joel. Las langostas de que nos habla el vidente de Patmos deben de responder a alguna representación híbrida, bastante frecuentes en el Oriente antiguo (cf. v.7-10). Baste recordar los querubes de Ezequiel, en cuya representación entran cabeza y tronco de hombre, cuerpo de toro con patas de león y alas de águila5. Tal vez la imagen de los centauros griegos no está ausente de la mente de Juan.
El ejército de langostas sube del abismo, del océano primitivo, que aquí es considerado como la morada de los demonios. La tierra está comunicada con este abismo por medio de un pozo muy profundo, que de ordinario está cerrado, y cuya llave la tiene el mismo Dios, con el fin de limitar la acción diabólica sobre el mundo. San Juan ve
una estrella caer del cielo sobre la tierra, a la cual fue dada la
llave del pozo del abismo (v.1). Esta estrella representa un ángel6, pues, según la literatura apocalíptica, los ángeles eran los que dirigían las estrellas y se consideraban como una personificación de las mismas 7. Esta estrella caída no representa un ángel caído 8, sino un ángel mandado por Dios para desencadenar otro castigo contra los malvados. Probablemente el autor sagrado se refiera al ángel que guardaba el abismo. Y no sería nada de extraño que aludiese a
U riel, que, según el
Libro de Henoc 20:2, tenía autoridad sobre el mundo y el Tártaro. El abismo (hebreo:
tehom), que en el Antiguo Testamento era el océano sobre el cual estaba fundamentada la tierra, se convierte en la literatura apocalíptica en una prisión subterránea 9. En ella había un fuego que atormentaba a los ángeles caídos y a los demonios 10, y que había de ser el lugar de tormento de todos los pecadores n. Para el autor del Apocalipsis, el lugar de castigo escatológico es el estanque de fuego 12. El abismo es considerado como el lugar en donde Satanás y los ángeles caídos son temporalmente encadenados y castigados 13. Este abismo es también una región tenebrosa de la que procedían las pestes y los monstruos 14.
A la
estrella que caía del cielo le fue dada la llave del pozo del
abismo. Cristo mismo fue quien le dio la llave, pues, según
Rev_1:18, Jesucristo es el que tiene las llaves de la muerte y del infierno.
El poder y la providencia de Dios se extienden a toda la creación, y también controlan los abismos y los poderes del mal. San Juan tiene especial cuidado en el Apocalipsis de dar realce a la absoluta omnipotencia de Dios y de Jesucristo sobre todas las cosas. La
estrella, o sea el
ángel que recibió la llave,
abrió el pozo del abismo (v.2) para soltar la quinta calamidad. En el momento mismo de abrir la puerta del pozo que comunica con el abismo, sale una densa
humareda, semejante al humo de un gran horno. La inmensa humareda
oscureció el sol y el aire. Y de en medio
del humo comenzaron a
salir langostas que se posaban
sobre la tierra (í.â). En realidad, estos seres, más bien que langostas, son monstruos apocalípticos compuestos de varios elementos. Pues en los v.7-8 nos dirá el autor sagrado que las langostas eran semejantes a
caballos preparados para la guerra, que tenían rostros
de hombre, cabellos de mujer, dientes de león y cola de escorpión. Esta descripción de la terrible langosta se inspira indudablemente en pasajes bíblicos, y posiblemente también en tradiciones y en representaciones extrabíblicas. San Juan, apoyándose en la plaga de langostas de Egipto 15, en la maravillosa descripción que hace Joel de una invasión de langostas 16, en los elementos que le suministraba Ezequiel acerca de animales mitológicos 17, y en lo que él mismo podía conocer por la literatura y el arte griego-orientales, ha logrado combinar con gran habilidad estos diversos antecedentes literarios, dándonos la imagen de un animal verdaderamente dañino. Los diversos elementos constitutivos de estas langostas infernales sirven para simbolizar el gran poder que tenían para hacer daño. Poseían la rapidez del caballo, la sagacidad del hombre, el atractivo de la mujer, la fuerza del león, la voracidad de la langosta y el veneno del escorpión. Difícilmente el autor sagrado podría imaginar otro ser más dañino y aterrador que el que aquí nos presenta 18.
A estos animales tan maléficos se les prohibe dañar los cultivos del hombre, como
la hierba de la tierra, la verdura, los arboles. Tan sólo se les permite atormentar a los
hombres que no están marcados con
el sello de Dios sobre sus frentes (v.4). Para no incurrir en dificultades y contradicciones hemos de tener presente que estas distintas calamidades no se suceden cronológicamente, ni tampoco dependen unas de otras. Son cuadros convencionales en los que se prescinde de los demás, compuestos para expresar una idea teológica y religiosa. Por eso no nos hemos de extrañar que en el azote provocado por la primera trompeta 19 se diga que toda hierba verde quedó abrasada, mientras que aquí se supone que esa hierba verde todavía existía. Lo que pretende el autor sagrado con esto es poner de relieve que so
lo los hombres no sellados serán los que sufrirán el castigo divino.
Se ordena a las langostas infernales
no matar a los hombres, sino
atormentarlos durante cinco meses (í.5)
. Õ el tormento que se les infligía era como el de la picadura de un escorpión, que, si bien es dolorosísima, raramente es mortal 20. La picadura de los escorpiones es temible a causa del dolor intolerable que produce. El tiempo en que se les permite atormentar a los hombres no marcados con el sello de Dios es de
cinco meses. Es precisamente la duración de la vida de una langosta, o sea un verano entero. Aquí cinco meses es un período de tiempo inferior a medio año, con el cual se quiere indicar un espacio de tiempo relativamente corto. El tormento causado por las picaduras de estas langostas-escorpiones es tan doloroso que las víctimas desearán y
buscarán la muerte, pero
no la hallarán porque la
muerte huirá de ellos (v.6). El autor sagrado nos presenta la muerte personificada, que huye de los hombres heridos por los escorpiones para hacerlos sufrir más, y así obligarlos a entrar dentro de sí, a reconocer sus pecados y a convertirse.
La visión de las langostas es muy posible que aluda a algún hecho histórico, como, por ejemplo, a una invasión de los partos. Sin embargo, una interpretación casi tradicional, aceptada por muchos comentaristas ya desde los tiempos de Andrés de Cesárea, prefiere ver en las langostas un símbolo de los tormentos espirituales provocados por los demonios en las conciencias de los hombres. Los malos espíritus atacarían a éstos con turbaciones de espíritu y remordimientos de conciencia tan fuertes que les harían desear la muerte y llamarla a gritos, aunque en vano. Como en las cuatro primeras trompetas, tampoco aquí se puede alegorizar, sino aplicar la ley de la parábola, que mira al conjunto de la descripción para ver expresada en ella una idea.
El ejército de langostas infernales avanzaba de una manera arrolladora e implacable, pues eran semejantes a
caballos pertrechados para la guerra. Con sus
dientes de león deshacían todo cuanto encontraban a su paso, y con el veneno de sus
colas paralizaban a todos los vivientes. Las monstruosas langostas, por su parte, estaban eficazmente defendidas con
corazas de acero, que las hacían invulnerables. Sin embargo, este ejército aguerrido recibe la orden de no dañar a los vegetales, como hemos visto ya en el v.4. Sólo podrán causar
daño a los hombres por cinco meses (v.y-10). Los vegetales librados del azote de la langosta tal vez simbolicen a los fieles cristianos que han de ser preservados de las calamidades. El rey de esas langostas infernales es
el ángel del abismo, llamado en hebreo
Abaddon, y en griego
Apolyon (v.11). El término hebreo
'abaddon significa
destrucción, perdición, y suele ser empleado en la Biblia como paralelo de seol, lo cual quiere decir que es sinónimo de
seol o de región de los muertos2! Es, por lo tanto, una personificación de los poderes de la muerte, como el hades en
Rev_1:18. El autor sagrado traduce
Abaddon en griego por
Apolyon, que también significa
destructor 22, que tal vez tenga cierta relación con Apolo, que con su arco y sus flechas causaba estragos, como las langostas con el aguijón venenoso semejante al de los escorpiones.
El hagiógrafo se detiene de repente y anuncia que éste es el fin del primero de los
¡ayes! con el que amenazaba el águila en
Rev_8:13. Pero al mismo tiempo afirma que van a seguir otros dos ¡ayes! (v.12), no menos perniciosos que el primero.
Sexta trompeta: Segunda calamidad: ejército diabólico,Rev_9:13-21.
13
El sexto ángel sonó la trompeta, y oí una voz que salía de los cuatro ángulos del altar de oro, que está en la presencia de Dios, 14
que decía al sexto ángel que tenía la trompeta: Suelta los cuatro ángeles que están ligados sobre el gran río Eufrates.15
Fueron sueltos los cuatro ángeles, que estaban preparados para la hora, y para el día, y para el mes, y para el año, a fin de que diesen muerte a la tercera parte de los hombres. 16
El número de los del ejército de la caballería era de dos miríadas de miríadas; yo oí su número. 17
Asimismo vi en la visión los caballos y los que cabalgaban sobre ellos, que tenían corazas color de fuego, y de jacinto, y de azufre; y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones, y de su boca salía fuego, y humo, y azufre. 18
Con las tres plagas perecieron la tercera parte de los hombres, es a saber: por el fuego, y por el humo, y por el azufre que salía de su boca.19
El poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas, pues las colas eran semejantes a serpientes, tenían cabezas y con ellas dañaban. 20
El resto de los hombres que no murió de estas plagas no se arrepintieron de las obras de sus manos, dejando de adorar a los demonios, a los ídolos de oro y de plata, de bronce y de piedra y de madera, los cuales ni pueden ver, ni oír, ni andar; 21
ni se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus maleficios, ni de su fornicación, ni de sus robos. Llega el segundo de los ¡ayes! El sexto ángel hace sonar la trompeta, y
de los cuatro cuernos del altar de oro sale una voz (v.13). Esta voz, que proviene del altar de los perfumes, debe de ser una personificación de las oraciones de los santos allí ofrecidas 23. Estos piden que continúen los azotes contra el mundo pagano; es decir, que se cumpla la justicia divina contra los impíos 24.
La voz salida de los cuatro cuernos del altar 25 ordena al sexto ángel, de parte de Dios, que
suelte los cuatro angeles que están ligados sobre el río Eufrates (v,14). En la literatura bíblica el Eufrates suele ser frecuentemente el punto de partida de las hordas invasoras, que tantas veces habían de devastar la Palestina. Durante siglos fueron los asir ios, después los babilonios, más tarde los persas y escitas y en tiempo de San Juan eran los partos. Los cuatro ángeles encadenados a orillas del Eufrates no hay que confundirlos con los de
Rev_7:1-3·
Parecen ser más bien la personificación de las fuerzas invasoras, que van a sembrar por doquier la devastación y la ruina. Probablemente son los ángeles del castigo mencionados en
Henoc 53:3, que con sus instrumentos de suplicio van a atormentar a los reyes y poderosos de la tierra. El artículo ôïýâ que emplea el texto griego del Apocalipsis hace suponer que estos cuatro ángeles eran conocidos en la tradición judío-cristiana 26. Según el
Libro de Henoc 56:5-8, estos ángeles se pondrán un día al frente de los partos y de los medos, cuya caballería invadirá Palestina para el combate escatológico. San Juan probablemente se sirve de esta tradición transformándola un poco 27: contempla a esos ángeles poniéndose al frente de la caballería diabólica, lo mismo que Abaddón guiaba a las langostas infernales, y lanzándose contra los impíos. Y, en efecto, los partos, terror del Imperio romano de aquella época, acechaban la oportunidad a orillas del Eufrates para lanzarse sobre el mundo civilizado. Las luchas entre los partos y el Imperio romano eran frecuentes, y la victoria no siempre había sonreído a los romanos. Más de una vez las provincias del Imperio se vieron invadidas por la impetuosa caballería de los partos, terrible por su destreza en el manejo del arco. Solamente bajo Trajano, después que éste conquistó Mesopotamia y estableció la frontera a orillas del Tigris, cesó por un tiempo el temor de los partos. Sin embargo, hay que tener presente que las invasiones de los partos son el símbolo de las catástrofes que amenazan a los grandes imperios paganos perseguidores de la Iglesia de Dios.
Los cuatro ángeles que estaban preparados por Dios para el momento preciso
para la hora, para el día, para el mes y para el año señalado por su justicia, fueron sueltos (v.15). Se sueltan cuatro ángeles, porque sus efectos han de alcanzar a las cuatro partes del mundo. En este azote ya no se trata de atormentar sin matar, sino que este ejército invasor, capitaneado por los cuatro ángeles, hará perecer a
la tercera parte de los hombres. Sigue el mismo esquema que las cuatro primeras calamidades, desencadenadas por el toque de las trompetas. Pero los castigos son cada vez más terribles. El dar muerte a una tercera parte de los hombres quiere significar el gran estrago y carnicería que llevará a cabo el ejército invasor.
Nada más soltar a los cuatro ángeles aparece la caballería infernal compuesta de 200 millones de caballos y otros tantos de jinetes:
el número de los del ejército.
era de dos miríadas de miríadas (v.16). La masa del ejército es realmente imponente, y designa una potencia irresistible. La cifra que oyó, y que nos transmite el profeta, es semejante a la de los ángeles de la corte celestial, cuyo número era también de
miríadas de miríadas 28. San Juan quiere como dar a entender que existen dos ejércitos formidables, el de Dios y el del diablo, que se espían, dispuestos a lanzarse el uno contra el otro. Este paralelismo o contraste que parece aflorar entre los dos ejércitos, indica que el autor sagrado se refiere aquí posiblemente al ejército de ángeles del abismo infernal, o, al menos, considera a los partos como los ministros del infierno.
La descripción que nos da el hagiógrafo de este ejército es tan fantástica y aterrorizadora como la de las langostas-centauros de la quinta trompeta. Los jinetes tenían
corazas color de fuego; las cabezas de los caballos eran poderosas
como las de los leones. Sus bocas exhalan un aliento verdaderamente infernal:
fuego, humo y azufre (v.17). El azufre ardiendo y humeando es un elemento típico de las descripciones demoníacas y del infierno. La imagen de monstruos arrojando por sus bocas fuego y humo era entonces bastante corriente. Incluso se la encuentra entre los clásicos, como Ovidio y Virgilio. Las
colas de los caballos del ejército infernal
eran como serpientes, tenían cabezas y con ellas dañaban (v.19). En la mitología oriental era frecuente la representación de seres humanos con cabeza de león o con colas de serpiente 29. Y en la
Gigan-tomaquia de Pérgamo que San Juan había podido contemplar , los enemigos de los dioses tienen los miembros inferiores serpentiformes.
La caballería infernal, descrita con caracteres verdaderamente espeluznantes, con sus terroríficas armas: fuego, humo y azufre, muy propias del abismo, causó la muerte de
una tercera parte de los hombres (v.18). Algo parecido sucedió en las cuatro primeras trompetas, en las que pereció también la tercera parte de los seres que sufrieron su acción. La intención de Dios al permitir que muriesen tantos hombres era producir en los restantes el arrepentimiento. Sin embargo, los resultados de este castigo fueron nulos. Los supervivientes de la catástrofe no se aprovecharon de la lección para convertirse a Dios, antes bien, continuaron ofendiéndole con su culto a los ídolos y con otros muchos crímenes (v.20-21). Las malas obras de estos impíos forman, pues, dos grupos: unas van contra Dios y otras contra el prójimo. Contra Dios, el autor sagrado recuerda principalmente la idolatría, que consiste en adorar a figuras inertes de materias más o menos preciosas que no tienen alma ni vida. De la idolatría proceden todos los demás pecados, incluso los más vergonzosos 30. También pertenecen al capítulo de la idolatría los
maleficios, de los cuales nos habla en el v.21. Comprenden las artes mágicas, las brujerías, las encantaciones, etc. En otros lugares del Nuevo Testamento suelen acompañar a la idolatría 31. Las obras malas cometidas contra el prójimo se resumen en tres apartados:
homicidios, fornicaciones, robos. Dios, que ante todo desea la salud de los hombres 32, ordena todos estos azotes al bien de los hombres. Dios bondadoso dirige tanto las obras de su justicia como de su misericordia a la conversión de los pecadores. Pero, en el caso presente, los planes mise- ricordiosos de Dios quedan frustrados por la protervia humana. Lo que decidirá a los pecadores a volverse a Dios será la exaltación de los
dos Testigos simbólicos, que serán presentados en el capítulo 11.
De los cristianos no se dice nada. Pero, por analogía con el conjunto de este septenario, se puede concluir que debieron de salir purificados de la prueba. La gran tribulación pasada constituyó para ellos una ocasión de purificación espiritual, de la que salieron más fortalecidos en su fe y en su esperanza 33.
1 Gf. S. Bartina, o.c. p.680. 2 Existen tres clases de langosta:
Pachytylus migratorius, Schistocerca peregrina y
Staurono-tus maroccanus. Suelen darse principalmente en Egipto, Arabia, Palestina y en áfrica, desde donde a veces se desplazan a las islas Canarias, al sur de España, Sicilia, etc. 3 Jl 1-2. 4
Exo_10:1-20; cf.
Sab_16:9. 5
Eze_1:5-11. 6 Cf.
Rev_20:1-3. 7
Libro de Henoc 86:1-4. Cf. J. Bonsirven,
Judaisme palest. I p.231-232.242. 8 En la literatura bíblica, sin embargo, se representa al demonio como cayendo del cielo. El mismo Jesucristo nos dice en
Lev_10:18 : Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Y el texto de
Isa_14:12 también ha sido aplicado a Satanás. 9 Cf.
Isa_24:21-22. 10 Libro de Henoc 21:7-10. 11 Libro de Henoc 54:1-6. 12
Rev_19:20;
Rev_20:9.145;
Rev_21:8. 13
Rev_20:3. 14
Libro de Henoc 19:15; 21,7ss; 90:24-27. 15
Exo_10:12-19. 16
Joe_1:6-12. 17
Eze_1:5-11. Es muy posible que haya influencia también de
Sab_16:9. 18 Cf. M. García-Cordero, o.c. p.104-105. Es muy posible que las largas cabelleras, al estilo de los bárbaros, simbolicen su crueldad. Cf. Suetonio, Vespasianas 24:4; J. Michl, Zu
Apocalypse 9:8: Bi 23 (1942) 192-193. 19
Rev_8:7. 20 Cf.
Deu_8:15;
Eco_26:10;
Sab_16:9. 21 Cf.
Job_26:6;
Pro_15:11;
Pro_27:20;
Pro_30:153. 22
Apolyon proviene del verbo griego Üðüëëõìé, destruir, cechar a perder. 23 Cf.
Rev_8:3-5- 24 Cf. Ap6:9-n; 8:3-4. 25 Cf.
Exo_37:26;
1Re_1:50;
1Re_2:28. 26 En el texto siríaco del 4 Esdras se dice: Que sean sueltos estos cuatro reyes que están condenados sobre el gran río Eufrates, que aniquilarán una tercera parte de los hombres. Citado por M. García Cordero, o.c. p.ioy. 27 Cf. A. Gelin, o.c. p.622. 28
Rev_5:11. 29 H. Vincent-P. Dhorme,
Les chérubins: RB (1926) 356. 30 Cf.
Rom_1:24-26. San Juan considera también los crímenes y vicios de los paganos como una consecuencia de la idolatría. 31
Rev_21:8;
Rev_22:15; cf.
Gal_5:20;
1Pe_4:15. 32
1Ti_2:4. 33 M. García Cordero, o.c. p.106.