Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
39. José en Egipto.
C omo en las historias anteriores, el autor sagrado quiere poner de relieve la especial providencia que Dios tiene de José, instrumento de misteriosos designios históricos en orden al pueblo elegido.
José, Mayordomo de Putifar (1-6).
1
Entretanto, a José, que había sido llevado a Egipto y comprado a los ismaelitas por Putifar, ministro del faraón y jefe de la guardia, egipcio, 2
le protegió Yahvé, siendo afortunado mientras estuvo en la casa de su señor el egipcio, 3
el cual vio que Yahvé estaba con él, y que todo cuanto hacía, Yahvé lo hacía prosperar por su mano. 4
Halló, pues, José gracia a los ojos de su señor, y le servía a él. 5
Hízole mayordomo de su casa, y puso en su mano todo cuanto tenía. Bendijo Yahvé por José a la casa de Putifar, y derramó Yahvé su bendición sobre todo cuanto tenía en casa y en el campo, 6
y él lo dejó todo en mano de José y no se cuidaba de nada, a no ser de lo que comía. Era José de hermosa presencia y bello rostro.
José fue vendido por los ismaelitas a un egipcio al que se le llama Putifar, eunuco o ministro del faraón y jefe de la guardia1. Pero, en su nueva condición, José fue particularmente favorecido por Yahvé, que, lejos de abandonarle, le prodigó sus gracias hasta hacerle conquistar la simpatía y confianza total de su amo. El autor sagrado quiere mostrar
cómo Yahvé sigue siendo el Dios de José en tierra extraña. Le dotó de excepcionales aptitudes para todo, de modo que cuanto hacía
prosperaba en sus manos. Así llegó a ser mayordomo en la administración de la casa; es el cargo llamado en egipcio
mer-per y en árabe
wekil. Estaba, pues, sobre todos los esclavos y servidores de la casa, y Dios bendijo la casa de Putifar en atención a José. Era tan buen administrador y las cosas iban tan bien, que el amo
no se cuidaba de nada, sino de lo que comía (v.6); locución proverbial para indicar la perfección con que José llevaba todos los detalles de la administración.
Castidad de José (7-18).
7
Sucedió después de todo esto que la mujer de su señor puso en él sus ojos, y le dijo: Acuéstate conmigo. 8
Rehusó él, diciendo a la mujer de su señor: Cuando mi señor no me pide cuentas de nada de la casa y ha puesto en mi mano cuanto tiene, 9
y no hay en esta casa nadie superior a mí, sin haberse reservado él nada fuera de ti, por ser su mujer, ¿voy a hacer yo una cosa tan mala y a pecar contra Dios? 10
Y como hablase ella a José un día y otro día, y ni la escuchase él, negándose a acostarse con ella y aun a estar con ella, 11
un día que entró José en la casa para cumplir con su cargo y no había nadie en ella, 12
le agarró por el manto, diciendo: Acuéstate conmigo. Pero él, dejando en su mano el manto, huyó y se salió fuera. 13
Viendo ella que había dejado el manto en sus manos y se había ido huyendo, 14
se puso a gritar, llamando a las gentes de su casa, y les dijo a grandes voces: Mirad, nos han traído a ese hebreo para que se burle de nosotros; ha entrado a mí para acostarse conmigo, 15
y cuando vio que yo alzaba mi voz para llamar, ha dejado su manto junto a mí y ha salido fuera. 16
Dejó ella el manto de José cerca de sí, hasta que vino su señor a casa, 17
y le habló así: Ese siervo hebreo que nos has traído ha entrado a mí para burlarse de mí, 18
y cuando vio que alzaba mi voz y llamaba, dejó junto a mí su manto y huyó fuera.
Eran las costumbres de las mujeres de la alta clase egipcia bastante libres, y por eso no es extraño que una mujer liviana, acaso no bien atendida por su marido, ocupado en cargos oficiales y tal vez ausente muchas veces de su casa, se dejase llevar de la pasión por un joven que, aunque esclavo, era de bella presencia y ocupaba una posición distinguida, y su modo de conducirse mostraba no haberse criado en la esclavitud1. En el cuento de los dos hermanos, novela del siglo XIII a.C. (dinastía XIX), se narra la historia de un joven que fue solicitado vanamente por su cuñada, y ésta, defraudada, le acusó para disculparse3. Es justamente el paralelo del relato bíblico. José resiste por virtud y fidelidad a su Dios (lo que prueba que las uniones fornicarias eran consideradas como pecaminosas ya en los textos más antiguos de la Biblia), y por fidelidad a su amo, correspondiendo a la confianza que le ha dado al ponerle al frente de todo, y reservándose sólo a su mujer (v.9). Pero la mujer, ciega por la pasión, no sigue estos razonamientos, y un día, aprovechando que están solos en casa, le solicita descaradamente. El joven José sale, dejando en las manos de la seductora su manto, que ha de ser utilizado como prueba contra él (v.13). La reacción por parte de ella fue la normal en estos casos: el amor se tradujo en odio, y a gritos llamó a la servidumbre para declarar la felonía del esclavo hebreo (v.14). Quizá aquí
hebreo tiene un sentido despectivo. Al menos debía despertar en los siervos sometidos a José una sed de revancha, ya que les resultaba insoportable estar a las órdenes de un asiático seminómada, educado muy lejos del refinamiento de las ciudades egipcias. La seductora renovó la acusación calumniosa ante su marido, presentándose víctima de un atropello.
José en la Prisión (19-23).
19
Al oír su señor lo que le decía su mujer, esto y esto es lo que me ha hecho tu siervo, montó en cólera, 20
y, tomando a José, le metió en la cárcel donde estaban encerrados los presos del rey, y allí en la cárcel quedó José. 21
Pero estaba Yahvé con José, y extendió sobre él su favor, haciéndole grato a los ojos del jefe de la cárcel, 22
que puso en su mano a todos los presos; y cuanto allí se hacía, era él quien lo hacía. 23
De nada se cuidaba por sí el jefe de la cárcel, porque estaba Yahvé con José, y cuanto hacía éste, Dios lo llevaba a buen término.
El amo da fe a su mujer y manda encarcelar a José. No se dice nada de la defensa hecha por José. Como medida preventiva, se le envía a la cárcel con los otros presos
del rey (v.20). En el
Código de Hammurabi, en las
Leyes asirias y
en las
Leyes hititas no se menciona la prisión como castigo por un delito; pero Herodoto nos dice que en Tebas existía una prisión para los presos políticos. Sin duda que en el Bajo Egipto existía otra similar en tiempos de José, y así el relato es verosímil. Extraña la lenidad de la pena, pero hemos de suponer que el faraón quería probar la conducta de José, y sobre todo debemos pensar en los designios providenciales divinos, que así ordenaban las cosas en vista de acontecimientos futuros. Se dice en el
Sal_19:15 que Dios no abandona al justo en la tribulación, y esto hace con José en la cárcel. Su conducta es tan ejemplar, que el carcelero le nombra lugarteniente suyo sobre los demás presos.
1 Putifar, eunuco del faraón, jefe de la guardia, o de los matarifes), parece una glosa tomada
Deu_37:28. 2 He aquí cómo un egiptólogo eminente describe a la mujer egipcia de la alta sociedad: Frivola, coqueta y caprichosa, incapaz de guardar un secreto, mentirosa y vengativa, infiel naturalmente; los novelistas y moralistas ven en ella la hierba de todos los pecados, el saco de todas las malicias (Montet.
La vie quotidienne en Egypte aux temps des Ramsés [París 1946] 55.57)
3 Véase G. Maspero, Les contes populaires de I'Egypte ancienne (París 1889) 3-17.