II Reyes  17, 24-34

El rey de Asiria trajo gente de Babilonia, Cutá, Avá, Jamat y Sefarvain y la estableció en las poblaciones de Samaría, para reemplazar a los israelitas. Ellos tomaron posesión de Samaría y se instalaron en sus poblados. Pero al empezar a instalarse allí, no daban culto al Señor, y el Señor les envió leones que hacían estrago entre los colonos. Entonces expusieron al rey de Asiria:
– La gente que llevaste a Samaría como colonos no conoce los ritos del dios del país, y por eso éste les ha enviado leones que hacen estrago entre ellos, porque no conocen los ritos del dios del país. El rey de Asur ordenó:
– Lleven allá uno de los sacerdotes deportados de Samaría, para que se establezca allí y les enseñe los ritos del dios del país. Uno de los sacerdotes deportados de Samaría fue entonces a establecerse en Betel, y les enseñó cómo había que dar culto al Señor. Pero todos aquellos pueblos se fueron haciendo sus dioses, y cada uno en la ciudad donde vivía los puso en los santuarios de los lugares altos que habían construido los de Samaría. Los de Babilonia hicieron a Sucot– Benot; los de Cutá, a Nergal; los de Jamat, a Asima; los de Avá, a Nibjás y Tartac; los de Sefarvain sacrificaban a sus hijos en la hoguera en honor de sus dioses Adramélec y Anamélec. También daban culto al Señor; nombraron sacerdotes a gente de la masa del pueblo, para que oficiaran en los santuarios de los lugares altos. De manera que daban culto al Señor y a sus dioses, según la religión del país de donde habían venido. Hasta hoy vienen haciendo según sus antiguos ritos; no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos, según la ley y la norma dada por el Señor a los hijos de Jacob, al que impuso el nombre de Israel.
Ver contexto