Jeremías  18, 1-17


En el taller del alfarero
Is 29,16; Eclo 38,29s; Rom 9,19-21

Palabras que el Señor dirigió a Jeremías: – Baja al taller del alfarero y allí te comunicaré mi palabra. Bajé al taller del alfarero, y lo encontré trabajando en el torno. A veces, trabajando el barro, le salía mal una vasija; entonces hacía otra vasija, como mejor le parecía. Y me dirigió la palabra el Señor: – Y yo, ¿no podré, israelitas, tratarlos como ese alfarero? Como está el barro en manos del alfarero, así están ustedes en mis manos, israelitas. Primero me refiero a un pueblo y a un rey y hablo de arrancar y arrasar; si ese pueblo al que me refiero se convierte de su maldad, yo me arrepentiré del mal que pensaba hacerles. Después me refiero a un pueblo y a un rey y hablo de edificar y plantar: si me desobedecen y hacen lo que yo repruebo, yo me arrepentiré de los beneficios que les había prometido. Y ahora habla a los judíos y a los vecinos de Jerusalén:
Así dice el Señor: Yo, el alfarero,
les preparo un castigo
y medito un plan contra ustedes.
Que se convierta cada cual
de su mala conducta,
corrijan su conducta y sus acciones. Responden: No queremos,
seguiremos nuestros planes,
cada uno seguirá la maldad
de su corazón perverso. Por eso, así dice el Señor:
Pregunten a los paganos
quién oyó tal cosa:
la capital de Israel
ha cometido algo horripilante. ¿Abandona la nieve del Líbano
las rocas escarpadas?
¿Se corta el agua fresca
que fluye caprichosa? Pero mi pueblo me olvida
y sacrifica a dioses vacíos:
tropiezan caminando
por las viejas sendas
y caminan por rutas
y caminos sin aplanar, convirtiendo así su tierra
en desolación y burla perpetua,
los caminantes se espantan
y sacuden la cabeza. Como viento del este
los dispersaré ante el enemigo,
les daré la espalda y no la cara
el día de la derrota.
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