Jeremías  15, 10-21


Confesiones de Jeremías:
Crisis vocacional
11,18-23; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18

¡Ay de mí, madre mía,
que me engendraste
hombre de pleitos y controversias
con todo el mundo!
Ni he prestado ni me han prestado,
y todos me maldicen. De veras, Señor,
te he servido fielmente:
en el peligro y en la desgracia
he intercedido
en favor de mi enemigo. [[¿Acaso se rompe el hierro,
el hierro del norte y el bronce? Tu fortuna y tus tesoros
entregaré al saqueo,
gratuitamente,
por todos tus pecados
y en todo tu territorio. Y te haré esclavo
de tu enemigo
en país desconocido,
porque prende el fuego de mi ira,
y sobre ustedes arderá.]] Tú lo sabes,
Señor, acuérdate y ocúpate de mí,
véngame de mis perseguidores,
no me dejes perecer
por tu paciencia,
mira que soporto injurias
por tu causa. Cuando recibía tus palabras,
las devoraba,
tu palabra era mi gozo
y mi alegría íntima,
yo llevaba tu Nombre,
Señor, Dios Todopoderoso. No me senté a disfrutar
con los que se divertían,
forzado por tu mano
me senté solitario,
porque me llenaste de tu ira. ¿Por qué
se ha vuelto crónica mi llaga
y mi herida resistente e insanable?
Te me has vuelto arroyo engañoso,
de agua inconstante. Entonces me respondió el Señor:
Si vuelves, te haré volver
y estar a mi servicio,
si apartas lo precioso
de lo despreciable,
serás mi boca.
Que ellos vuelvan a ti, no tú a ellos. Frente a este pueblo te pondré
como muralla
de bronce inexpugnable:
lucharán contra ti y no te vencerán
porque yo estoy contigo
para librarte y salvarte
– oráculo del Señor– . Te libraré de manos de los perversos,
te rescataré del puño de los opresores.
Ver contexto