Sabiduría 18, 5-19


Juicio de los primogénitos

Cuando decidieron matar a los niños de los santos
– y se salvó uno sólo, abandonado– ,
en castigo les arrebataste sus hijos en masa,
y los eliminaste a todos juntos en las aguas enfurecidas. Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres
para que tuvieran ánimo,
al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los justos
y la perdición de los enemigos, pues con una misma acción castigabas a los adversarios
y nos honrabas llamándonos a ti. Los piadosos, hijos de los buenos,
ofrecían sacrificios a escondidas
y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada:
que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes,
y empezaron a entonar las alabanzas de los padres. Les hacían eco los gritos destemplados de los enemigos,
y se propagaban los gritos lastimeros del duelo por sus hijos; idéntico castigo sufrían el esclavo y el amo,
el hombre del pueblo y el rey padecían lo mismo; todos sin distinción tenían muertos innumerables,
víctimas de la misma muerte;
los vivos no daban abasto para enterrarlos,
porque en un momento pereció lo mejor de su raza. Aunque la magia los había hecho desconfiar de todo,
cuando el exterminio de los primogénitos
confesaron que el pueblo aquel era hijo de Dios. Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como guerrero implacable,
desde el trono real de los cielos al país condenado; llevaba la espada afilada de tu orden terminante;
se detuvo y lo llenó todo de muerte;
pisaba la tierra y tocaba el cielo. Entonces, de repente, los sobresaltaron terribles pesadillas,
los asaltaron temores imprevistos; tirados, medio muertos, cada uno por su lado,
manifestaban la causa de su muerte; pues sus sueños turbulentos los habían prevenido,
para que no perecieran sin conocer el motivo de su desgracia.
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