Salmos 3, 1-8

¡Felices los que se refugian en él! Señor, ¡cuántos son mis enemigos,
cuántos los que se levantan contra mí!, cuántos dicen de mí:
¡Ni siquiera Dios le ayuda! Pero tú, Señor, eres un escudo en torno a mí,
mi gloria, tú me haces levantar cabeza. Si a voz en grito clamo al Señor,
Él me escucha desde su monte santo. Me acuesto, enseguida me duermo,
y me despierto, porque el Señor me sostiene. No temeré las saetas de un ejército
desplegado alrededor contra mí. ¡Levántate, Señor, sálvame, Dios mío!
Abofetea a todos mis enemigos,
rompe los dientes de los malvados.
Ver contexto