I Corintios 15, 3-17

Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado, y que al tercer día fue resucitado según las Escrituras; que se apareció a Cefas, después a los doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales la mayor parte viven todavía; otros han muerto; más tarde después se apareció a Santiago, a todos los apóstoles; al último de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí. Yo soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí; al contrario, trabajé más que todos ellos, no precisamente yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. En conclusión, tanto ellos como yo así lo proclamamos y así lo creisteis. Y si se proclama que Cristo ha sido resucitado de entre los muertos, ¿como es que algunos de vosotros dicen que no hay resurrección de muertos? Porque, si no hay resurrección de muertos, ni siquiera Cristo ha sido resucitado. Y si Cristo no ha sido resucitado, vacía es entonces nuestra proclamación; vacía también nuestra fe, y resulta que hasta somos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio en contra de Dios, afirmando que él resucitó a Cristo, al que no resucitó, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos no resucitan, ni Cristo ha sido resucitado. Y si Cristo no ha sido resucitado, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados.
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