I Corintios 7, 5-16

No os neguéis uno a otro, a no ser de común acuerdo, por algún tiempo, para dedicaros a la oración. Pero volved de nuevo a vivir como antes, no sea que Satán os tiente por vuestra incontinencia. Esto lo digo como concesión, no como mandato. Yo quisiera que todos los hombres fueran como yo. Pero cada uno tiene recibido de Dios su propio don: unos de una manera y otros de otra. Digo, pues, a los solteros y a las viudas: bueno es para ellos quedarse como yo. Pero, si no se contienen, que se casen; preferible es casarse que quemarse. Respecto de los que ya están casados hay un precepto, no mío, sino del Señor: que la mujer no se separe del marido -y si se separa, que quede sin casarse o que se reconcilie con el marido- y que el marido no despida a su mujer. A los demás, digo yo, no el Señor: si un hermano tiene una mujer pagana y ella consiente en vivir con él, no la despida. Y la mujer que tiene un marido pagano y éste consiente en vivir con ella, no lo despida, pues el marido pagano queda ya santificado por su mujer, y la mujer pagana, por el marido creyente; de otra manera, vuestros hijos serían impuros, cuando en realidad son santos. Pero si la parte pagana se separa, que se separe. En estos casos, ni el hermano ni la hermana están ligados a tal servidumbre; pues Dios os ha llamado a vivir en paz. Y tú, mujer, ¿qué sabes si así salvarás al marido? O tú, marido, ¿qué sabes si así salvarás a la mujer?
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