Gálatas 2, 1-10

Luego, al cabo de catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Subí allá a consecuencia de una revelación y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles -pero privadamente a los que son tenidos en consideración-, no fuera que tal vez yo corriera o hubiera corrido en vano. Pues bien, ni siquiera Tito, que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse. Por mor de los intrusos, falsos hermanos, que se habían introducido para espiar la libertad que nosotros poseemos en Cristo Jesús, y ello con el fin de reducirnos a esclavitud Ni por un instante tuvimos la deferencia de ceder ante ellos, con el fin de mantener entre vosotros la verdad del Evangelio. Por el contrario, por lo que respecta a los que son tenidos en consideración -lo que ellos habían sido en un tiempo no hace diferencia: en Dios no hay acepción de personas-, digo que aquellos venerables no me impusieron nada, sino que, al contrario, viendo que la evangelización de los incircuncisos se me había confiado a mí, como a Pedro la de los circuncisos (pues el que impulsó a Pedro al apostolado de los circuncisos, me impulsó a mí para los gentiles) y reconociendo la gracia que se me había dado, Santiago, Cefas y Juan, los reconocidos como columnas, nos tendieron la mano, a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres; cosa que he procurado cumplir con diligencia.
Ver contexto