Hechos 7, 1-60

Dijo el sumo sacerdote: «¿Es esto así?» Y él dijo: «Hermanos y padres, oíd!» »El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham, cuando estaba en Mesopotamia, antes de que fijara su residencia en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ve a la tierra que yo te mostraré (Gén 12,1). Entonces salió de la tierra de los caldeos y fijó su residencia en Harán. De allí, después de morir su padre, Dios lo trasladó a esta tierra en la cual vosotros habitáis ahora. Y no le dio parte en ella, ni para asentar un pie, sino que le prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, siendo así que no tenia hijos. Pero Dios le dijo que su descendencia sería peregrina en tierra extraña, y la someterían a esclavitud y a malos tratos durante cuatrocientos años; pero al pueblo al que servirán lo juzgaré yo, dijo Dios, y después de esto saldrán (Gén 15,13s) y me darán culto en este lugar (Ex 3,12). Y concertó con él alianza a base de la circuncisión, y así cuando engendró a Isaac, lo circuncidó al octavo día, e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. Los patriarcas, envidiosos de José, lo vendieron a Egipto; pero Dios estaba con él y lo libró de todas sus tribulaciones, dándole gracia y sabiduría ante el faraón, rey de Egipto, que lo constituyó gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa. Sobrevino entonces hambre y una gran penuria sobre toda la tierra de Egipto y de Canaán y nuestros padres no encontraban alimento. Habiendo oído Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres por primera vez y en la segunda se dio a conocer José a sus hermanos, y así se hizo patente al faraón el origen de José. Envió José a llamar a Jacob su padre y a toda su parentela en número de setenta y cinco personas. Y descendió Jacob a Egipto y, cuando murieron él y nuestros padres, fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que había comprado Abraham, a precio de plata, a los hijos de Emor en Siquem. A medida que se aproximaba el tiempo de la promesa que Dios había hecho a Abraham, fue creciendo y multiplicándose el pueblo en Egipto, hasta que surgió en Egipto otro rey, que no había conocido a José, el cual, con gran astucia, hizo daño a nuestra raza obligando a los padres a que abandonaran a los recién nacidos de manera que no pudieran sobrevivir. En estas circunstancias nació Moisés, sumamente hermoso, el cual se crió por espacio de tres meses en casa de su padre, pero habiendo sido abandonado, lo adoptó y crió como hijo propio la hija del faraón. Y fue educado Moisés en todo el saber de los egipcios y era poderoso en palabras y obras. Cuando iba a cumplir la edad de cuarenta años, le vino a la mente la idea de visitar a sus hermanos los hijos de Israel. Y viendo a uno tratado injustamente, salió en su defensa y vengó al ofendido dando muerte al egipcio. Pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios los iba a salvar por medio de él; pero ellos no lo comprendieron. Y así, al día siguiente, se presentó ante unos que se estaban pegando e intentaba poner paz entre ellos, diciéndoles: Sois hermanos. ¿Por qué os hacéis daño el uno al otro? El que estaba golpeando a su compañero lo rechazó contestándole: "¿Quién te ha constituido príncipe y juez sobre nosotros? ¿O quieres quitarme de en medio como lo hiciste ayer con el egipcio?" Huyó, pues, Moisés al oír esto y se avecindó en Madián, donde engendró dos hijos. Cumplidos los cuarenta años, se le apareció en el desierto del monte Sinaí un ángel en la llama de una zarza que ardía. Al verlo Moisés, estaba maravillado de aquella visión, y mientras se acercaba para ver mejor, se oyó la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Atemorizado Moisés no se atrevía a mirar. Díjole el Señor: "Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar que pisas es tierra sagrada. He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y escuchado sus lamentos, y he bajado a liberarlos. Ahora, pues, ven acá: te voy a enviar a Egipto" (cf. Ex 3,1-12). A este Moisés a quien habían rechazado diciendo: "¿Quién te ha constituido príncipe y juez?", Dios lo envió como príncipe y libertador, con la ayuda del ángel que se le apareció en la zarza. Éste fue quien los sacó, obrando prodigios y señales en la tierra de Egipto y en el mar Rojo y en el desierto, por espacio de cuarenta años. Y fue este mismo Moisés el que dijo a los hijos de Israel: "Un profeta como yo os suscitará Dios de entre vuestros hermanos" (Dt 18,15). Este fue el que, en la asamblea del desierto, estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y con nuestros padres; el que recibió palabras de vida para comunicároslas a vosotros. A éste no quisieron obedecer nuestros padres, sino que lo rechazaron y se volvieron con el corazón a Egipto, diciendo a Aarón: "Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque ese Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto no sabemos qué ha sido de él" (Ex 32,1-23). Y fabricaron un becerro en aquellos días y ofrecieron sacrificios al ídolo, y se gozaron en las obras de sus manos. Pero Dios se apartó de ellos y los entregó a dar culto al ejército de los cielos, según está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel, y no más bien os llevasteis la tienda de Moloc y la estrella del dios Romfá, imágenes que fabricasteis para adorarlas? Pues yo os deportaré más allá de Babilonia (Am 5,25ss). Nuestros padres tenían en el desierto el tabernáculo del testimonio, según lo había dispuesto el que mandó a Moisés hacerlo conforme al modelo que había visto; el cual heredaron nuestros padres e introdujeron con Josué cuando la conquista de la tierra de los gentiles a los que Dios expulsó de la presencia de nuestros padres hasta los días de David. Este halló gracia a los ojos de Dios y solicitó el favor de encontrar morada para la casa de Jacob. Pero fue Salomón quien le edificó una casa. Con todo, no habita el Altísimo en edificios fabricados por mano de hombre, según dice el profeta. El cielo es mi trono, y la tierra, escabel de mis pies. ¿Qué casa me habéis de construir, dice el Señor, o cuál va a ser el lugar de mi reposo? ¿Acaso no hizo mi mano todas estas cosas? (Is 66,1s). ¡Gentes de dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre estáis resistiendo al Espíritu Santo. Como vuestros padres, igual vosotros. ¿A quién de entre los profetas no persiguieron vuestros padres? Incluso dieron muerte a los que preanunciaban la venida del justo, de quien vosotros ahora os habéis hecho traidores y asesinos; vosotros que recibisteis la ley por ministerio de los ángeles, y no la habéis observado.» Al oír esto, se les partía el corazón de rabia y rechinaban los dientes contra él. Pero él, lleno de Espíritu Santo, fijó su vista en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús en pie a la diestra de Dios. Y dijo: Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie a la diestra de Dios. Mas ellos, vociferando, se taparon los oídos y se abalanzaron a una contra él; lo arrastraron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Y apedreaban a Esteban mientras éste oraba diciendo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Y puesto de rodillas, gritó en voz alta: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado.» Y, dicho esto, durmióse.
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