Romanos  4, 1-25

¿Qué diremos, pues, que obtuvo Abraham, nuestro padre según la carne? Porque, si Abraham fue justificado en virtud de sus obras, tiene motivo de jactarse. ¡Pero no ante Dios! En efecto, ¿qué dice la Escritura? «Creyó Abraham a Dios, y esto se le imputó como justicia» (Gén 15,6). Ahora bien, al que realiza un trabajo, el salario no se le imputa como un favor, sino como algo que se le debe. Por el contrario, al que no trabaja, pero tiene fe en el que justifica al impío, esta fe suya se le imputa como justicia. En este sentido, también David proclama bienaventurado al hombre al que Dios imputa justicia independientemente de las obras: «Bienaventurados aquellos cuyos delitos fueron perdonados, y cuyos pecados fueron cubiertos; bienaventurado el varón a quien el Señor no imputará en modo alguno su pecado» (Sal 32, 1-2). Ahora bien, esta declaración de bienaventuranza ¿es para los circuncidados o también para los no circuncidados? Porque decimos: «A Abraham se le imputó la fe como justicia.» (Gén 15,6). Pero ¿cómo se le imputó? ¿Estando ya circuncidado o todavía sin circuncidar? No después de la circuncisión, sino antes de ser circuncidado. Precisamente recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía antes de circuncidarse, para que así fuera a la vez: padre de todos los creyentes no circuncidados, a quienes se imputaría su fe como justicia y padre de los circuncidados, no sólo porque están circuncidados, sino también porque caminan tras las huellas de la fe de nuestro padre Abraham cuando aún era incircunciso. Pues no fue por medio de la ley como le vino a Abraham y a su descendencia la promesa de que él iba a ser heredero del mundo, sino mediante la justicia de la fe Porque, si quienes heredan son los que proceden de la ley, la fe ha quedado vacía, y la promesa sin efecto; ya que la ley acarrea el castigo, mientras que donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por eso la promesa es por la fe, para que lo sea según gracia y así la promesa quede firme para toda la descendencia, no sólo para los que proceden de la ley, sino también para los que proceden de la fe de Abraham, que es padre de todos nosotros, como escrito está: «Te he constituido padre de muchos pueblos» (Gén 17,5) Delante de Dios, en quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama al ser las cosas que no existen. Esperando contra toda esperanza creyó; y así vino a ser padre de muchos pueblos, según aquello que se le había dicho: «Así será tu descendencia» (Gén 15,5). Y no flaqueó en su fe, aunque se dio perfecta cuenta de que su propio cuerpo estaba ya sin vigor -pues tenía casi cien años-, y de que el seno de Sara estaba igualmente marchito. Ante la promesa de Dios no titubeó ni desconfió, sino que fue fortalecido por la fe y dio gloria a Dios; y quedó plenamente convencido de que poderoso es Dios para realizar también lo que una vez prometió. Por eso, precisamente, se le tomó en cuenta como justicia. Ahora bien, eso de que se le imputó no se escribió en favor de Abraham sólo, sino también en favor de nosotros, a quienes la fe se nos imputará, pues creemos en aquel que resucitó a Jesús nuestro Señor de entre los muertos, el cual fue entregado por causa de nuestras faltas y fue resucitado por causa de nuestra justificación.
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