Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capitulo 20.
S an Juan nos va presentando en estas últimas visiones la destrucción de los adversarios del Cordero. La Roma pagana ha sido destruida y quemada por la misma Bestia y los reyes de la tierra (c.18). Después son vencidas por la espada del Verbo y arrojadas al lago de fuego las dos Bestias (19:19-21). Pero todavía quedaba con vida el Dragón, el instigador a la lucha contra Cristo y su Iglesia, del cual eran instrumentos los demás enemigos del reino de Dios. El vidente de Patmos se propone describirnos ahora la derrota final del Dragón (20:1-10). En esta visión, el autor sagrado prosigue la narración lógica, interrumpida en el capítulo 12:9, con la inserción de cierto número de visiones particulares. El Dragón es vencido también, encadenado y encerrado durante mil años. Con esto llega la paz del milenio. Al final del milenio es soltado de nuevo el Dragón, que intenta destruir otra vez a la Iglesia. Se da una gran batalla de Satanás contra la Iglesia, en la que el Dragón es definitivamente derrotado y encerrado por siempre en el infierno (20:7-10). El capítulo 20 termina con el juicio final delante del trono de Dios (20:11-15) 1.
El reino de mil años, 20:1-6.
1
Vi un ángel que descendía del cielo, trayendo la llave del abismo y una gran cadena en su mano. 2
Cogió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, y le encadenó por mil años. 3
Le arrojó al abismo y cerró, y encima de él puso un sello para que no extraviase más a las naciones hasta terminados los mil años, después de los cuales será soltado por poco tiempo. 4
Vi tronos, y sentáronse en ellos, y fueles dado el poder de juzgar, y vi las almas de los que habían sido degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y cuantos no habían adorado a la bestia, ni a su imagen, y no habían recibido la marca sobre su frente y sobre su mano; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. 5
Los restantes muertos no vivieron hasta terminados los mil años. Esta es la primera resurrección. 6
Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; sobre ellos no tendrá poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con El por mil años. En esta sección del capítulo 20 tenemos dos cuadros distintos: el encadenamiento de Satanás en el abismo (v.1-3) y el reino de mil años de Cristo y de los elegidos (v.4-6) Condenadas al lago de fuego y azufre las encarnaciones humanas del Dragón, va a ser aprisionado ahora, finalmente, el mismo Dragón.
El vidente de Patmos contempla
un ángel que desciende del cielo con las llaves del abismo y una gran cadena en su mano (v.1). Viene preparado para la misión que Dios le ha encomendado en favor de su Iglesia. Va a hacer prisionero al Dragón, encadenándolo y encerrándolo por cierto tiempo en el
abismo. En
Isa_24:21-22 se dice que Dios castigará a los reyes de la tierra en el día de Yahvé, y serán encerrados, presos en la mazmorra, encarcelados en la prisión, y después de muchos días serán visitados. La idea de Isaías se parece bastante a la de San Juan. El Abismo en el cual será encerrado el Dragón es el lugar en que se encuentran las potencias infernales. Dios tiene el poder de abrir y cerrar este abismo 2, pues posee la llave del hades y de la muerte 3. De ahí que pueda mandar al ángel con la llave para encerrar en él al Dragón. Y, en efecto, el ángel
cogió al Dragón y lo ató con la cadena
durante mil años (v.2).
El autor sagrado identifica expresamente al Dragón encadenado con Satanás, o lo que es lo mismo, con el
Diablo y la
serpiente antigua4. Esta última expresión alude al reptil seductor de nuestros primeros padres 5. Fue el que introdujo la desobediencia en el mundo. Y con la desobediencia entró el pecado y la muerte, como dice muy bien el libro de la Sabiduría: Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.6 Se le llama serpiente
antigua porque ya aparece en los albores de la humanidad.
La prisión del Dragón en el Abismo durará
mil años. Este período de tiempo tiene una importancia especial en esta sección, en donde se repite hasta cinco veces 7. Es el tema peculiar de esta primera parte del capítulo 20. El número
mil años indica un tiempo muy largo, pero indefinido. Y, por largo que sea, en comparación con la eternidad resulta sólo un pequeño lapso de tiempo.
Una vez que el ángel encadenó al Dragón,
lo arrojó al abismo y lo cerró con la llave, poniendo sobre él el sello de Dios, para
que no pudiera salir y
extraviar a las naciones (í.3). Durante la prisión, que durará
mil años, el Dragón no podrá seguir seduciendo a las naciones contra la Iglesia de Cristo. De este modo, los cristianos se verán libres de sus más fieros enemigos, que les perseguían a muerte. Y podrán gozar de paz durante todo este tiempo. Pasados los mil años, se le dará suelta al Dragón un
poco de tiempo para que ponga en ejecución su postrera hazaña, a la que seguirá la derrota definitiva.
La prisión en la que es encadenado y encerrado el Dragón es distinta del lago de fuego, al que fueron arrojados la Bestia y el seudoprofeta, y en el que será arrojado luego el mismo Dragón 8. El lago es el lugar de tormento en el que expían sus pecados los condenados; el abismo, en cambio, es una prisión provisional de detenidos, en el que el Dragón sufrirá un castigo preliminar antes de su derrota definitiva. Sin embargo, no hay que tomar demasiado al pie de la letra las palabras de un libro como el Apocalipsis, en que tanto abunda el lenguaje figurado.
El encadenamiento del Dragón durante mil años significa la limitación de los poderes subversivos del demonio. Es la neutralización de su poder, de su actividad, disminuyendo aún más la libertad que se le había dejado en 12:9. Este encadenamiento del Diablo ha de entenderse en el mismo sentido que el del
fuerte atado de
Mat_12:29 9· San Agustín explica también nuestro pasaje en el sentido de una neutralización parcial del poder diabólico 10.
La expresión
mil años es un número redondo, que designa, como ya dejamos dicho, un tiempo muy largo, de duración casi infinita. San Jerónimo y San Agustín, con la mayor parte de los exegetas que dependen de ellos, creen que estos mil años designan el período de tiempo existente entre la primera venida de Cristo y la consumación final. El corto período en que será librado Satán lo identifican con el período de tres años y medio de actividad del anticristo.
El Imperio romano idolátrico, hasta aquí animado por el espíritu de Satanás, reconocerá al fin su error, cesará de perseguir el nombre de Cristo, dará la paz a la Iglesia y se confesará él mismo cristiano. La mayor venganza de Dios está en que sus enemigos se conviertan a El reconociendo su error. Así se vengó el Señor de Saulo (San Pablo) cuando tan encarnizadamente le perseguía. Llegamos, pues, al día de la victoria y de la paz. ¿Cuánto durará esta paz? Los profetas no le ponen término. Tanto como el sol y la luna, dicen Jeremías H y el salmo 12. San Juan señala la duración de
mil años, es decir,
un espacio de tiempo muy largo, una eternidad. ¿Había de ser el profeta del Nuevo Testamento menos optimista que los del Antiguo Testamento? De ninguna manera. Sin embargo, los profetas del Antiguo Testamento nos presentan el mesianismo, o sea el reino de Dios, realizado en la tierra, mientras que, para el vidente de Patmos, esta realización sobre la tierra es tan sólo transitoria. Su realización definitiva será en el cielo, gozando de la vida eterna, que es la vida de Dios. Allí es donde tendrán pleno cumplimiento las palabras del ángel a la Santísima Virgen: Y su reino no tendrá fin.13
San Juan continúa describiéndonos su visión:
ve que se colocan tronos y sobre
ellos se sientan ciertos personajes
para juzgar (v.4). Según el estilo apocalíptico, no dice quién coloca esos tronos. Tampoco se dice si es en la tierra o en el cielo. A la verdad, lo mismo puede ser abajo que arriba, pues los que en ellos se han de sentar son del cielo, mas, por su influencia, estarán también en la tierra. Los personajes que se sientan en los tronos lo hacen en función de jueces. Juan tampoco nos dice quiénes eran los que se sentaron en los tronos. En el Nuevo Testamento se dice de los doce apóstoles: En verdad os digo que vosotros, los que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente sobre el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel,14 Pero también se dice de todos los cristianos que se sentarán en tronos y juzgarán al mundo: ¿Acaso no sabéis dice San Pablo que los santos han de juzgar al mundo? ¿No sabéis que hemos de juzgar aun a los ángeles?15 El vidente de Patmos, siguiendo esta misma doctrina, presenta a los fieles cristianos participando ya de la potestad regia y judicial de Jesucristo.
Entre todos estos cristianos ocupan un lugar preeminente los mártires que
habían sido degollados por el testimonio de Jesús y los que no habían adorado a la Bestia ni habían recibido su marca. Estos son los que ve San Juan sentarse sobre los tronos preparados para juzgar. Todos éstos, es decir, los mártires y confesores,
vivirán y reinaran con Cristo por espacio de
mil años. El autor sagrado no nos dice dónde reinarán, si en el cielo o en la tierra. Pero parece que San Juan se refiere a un reinado de los fieles cristianos de índole espiritual. Una vez que el instigador a la guerra fue aprisionado, la paz reinará en la tierra por un tiempo indefinido. Es la duración del reinado del Príncipe de la paz 16. Los cristianos fieles a Cristo vivirán reinando, es decir, ejerciendo funciones de reyes. ¿Qué significa esto? Ante todo hemos de advertir que reinar con Cristo es participar de su autoridad soberana de rey. Jesucristo, como dice San Pablo, en premio de su obediencia hasta la muerte de cruz, recibió la suprema autoridad de Señor, de Soberano, sobre los cielos, la tierra y los infiernos 17. San Juan, por su parte, dice de Jesús que es Rey de reyes y Señor de señores 18. Esta es la realeza que el Salvador confesó poseer ante Pilato. ¿En qué consiste el ejercicio de esa realeza? Pues consiste en distribuir a los hombres la gracia que con su pasión nos mereció, de suerte que con ella unos alcancen la vida eterna y otros justifiquen la conducta de Dios al ser excluidos de ella. El Señor prometió a los apóstoles, como premio por haberle seguido, que se sentarían en doce tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel. Juzgar es igual que gobernar, que reinar sobre el pueblo de Dios, sobre la Iglesia. Lo que se promete a los apóstoles por haber seguido a Cristo, lo atribuye ahora el autor sagrado a los que en medio de las persecuciones le siguieron sin temor a la muerte. Dios hace justicia a los santos en cuanto que les concede la gracia de reinar en lugar de sus perseguidores.
La fe católica confiesa que el Señor honra a los santos del cielo otorgándoles influencia en el mundo por medio de su intercesión. Además, gusta de tomarlos como ministros suyos en la comunicación de su gracia, no porque de ellos tenga necesidad, sino para honrar a los que le honraron en la tierra. En esto consiste precisamente ese reinar de los fieles con Cristo por mil años. Entre todos ocupará el primer lugar la Virgen Madre, la Reina de los mártires, con su esposo, San José; después los apóstoles, según la promesa del Señor, y luego cuantos superaron las pruebas, cada uno según sus merecimientos. Esta gloria que los santos reciben después de su muerte es
la primera resurrección, en la cual
no toman parte los demás muertos (v.5). ¿Quiénes son estos muertos? Pues todos los demás que no han pasado por el fuego de la persecución. El vidente de Patmos parece mirar aquí principalmente a los que se mantuvieron fieles en la presente persecución, pues su propósito es alentar a los fieles a soportarla. Pero el motivo formal de su afirmación parece exigir que en esta categoría se incluyan también los que en tiempos anteriores pasaron por las mismas pruebas y los que habían de pasar en el futuro. Algunos autores, en cambio, interpretan la expresión los
restantes muertos de los que adoraron a la Bestia. Estos idólatras no participarán con Cristo del reinado espiritual por espacio de
mil años. Continuarán muertos hasta la resurrección corporal de todos los difuntos, y entonces resucitarán para ser castigados en el infierno 19. Según esto, el autor del Apocalipsis contrapondría la resurrección espiritual, por medio de la gracia, en este mundo, que tendrá su plena expansión en el cielo, y la corporal, al fin del mundo. La
resurrección primera es la que se ejecuta ya en la vida presente mediante la gracia; la
resurrección segunda tendrá lugar al fin del mundo, cuando resuciten corporalmente todos los muertos.
San Juan llama
bienaventurados a los que
tengan parte en esta primera resurrección, porque, si se mantienen fieles a la gracia, tienen ya asegurada la vida eterna; y la segunda
muerte, es decir, la muerte eterna, no tendrá poder sobre ellos (v.6). El vidente de Patmos quiere consolar a los cristianos y animarlos para que se mantengan firmes en su fe. El que esto haga será
dichoso y santo, en cuanto que será en el cielo lo que eran los sacerdotes en el templo de la tierra, que vivían cerca de Dios y en su presencia, presentándole las ofrendas y los sacrificios. Tendrá una relación más íntima, una especial vinculación con Dios, como la que tenían los
reyes y los
sacerdotes de la Antigua Ley. Será, como Jesucristo,
rey, con poder para juzgar, y
sacerdote, con potestad para ofrecerle las oraciones y los sacrificios de toda la Iglesia y de la humanidad 20.
Todo esto
durará mil años. El que tenga parte en la primera resurrección, propia de los mártires y de los que han padecido por el nombre de Cristo,
reinarán con Cristo por mil años y tendrán asegurada la resurrección final, porque el Señor ha afirmado: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos. 21
Este período de
mil años tiene poca importancia en el conjunto del Apocalipsis. Sin embargo, en esta sección (
Mat_20:1-6) se insiste varias veces en dicho lapso de tiempo. Todo el interés del Apocalipsis pasa directamente de
los tres años y medio de persecución a la vida de la nueva Jerusalén, que durará por siempre.
El reino
milenario de Cristo 22 ha recibido diversas explicaciones en el decurso de la historia. Para unos sería un reinado de Cristo con los suyos sobre la tierra; para otros, en cambio, se trataría de un reinado espiritual, bien en este mundo o bien en el otro. En el Antiguo Testamento, el reino glorioso del Mesías se coloca en la tierra, ya que la teología hebrea no llegó a descubrir la retribución en la vida futura hasta el siglo u a. C.23 A partir de esta época, la etapa mesiánica se desdobla en dos fases: la
terrena, sobre cuya duración no concuerdan los doctores judíos. Para Rabbi Aquiba sería de una duración de cuarenta años, en conformidad con el tiempo que estuvieron los hebreos en el desierto. Para el 4 de
Esd_7:28, la duración sería de cuatrocientos años, según el tiempo de la cautividad egipcia. Rabbi Eliezer (s.I d.C.) extiende la duración de la fase terrestre del mesianismo a mil años 24. San Juan parece seguir esta misma opinión, que debía de estar bastante extendida por los ambientes judíos palestinenses en el siglo I d.C. La otra fase del reino mesiánico era la
celeste y ultraterrena, que sería la continuación de la etapa terrena. La doctrina judía sobre la etapa terrestre del mesianismo, es decir, sobre el
milenarismo, debió de penetrar en los ambientes cristianos del siglo i. En las ideas de Cerinto encontramos ya vestigios de la doctrina milenarista, que se extenderá bastante entre los escritores cristianos de aquella época. Una antigua creencia judía, atestiguada en el
Diálogo con Trifón (80-81), de San Justino, afirmaba que el reino mesiánico inauguraría el séptimo milenio del mundo. Jerusalén sería restaurada, resucitarían los patriarcas, los profetas y todos los santos, y vivirían en una gran prosperidad y paz. Esta creencia fue aceptada por diversos escritores cristianos de los primeros siglos, los cuales esperaban que Cristo reinase mil años en Jerusalén (cf. v.5)
antes del último juicio. El autor de la
Epístola de Bernabé (
Esd_15:4-9) admite este milenarismo 25. Para él, el séptimo milenio sería el sábado del mundo, que precedería al
octavo día, o sea a la eternidad, que ha de comenzar con el juicio final. Papías también creía en el reino de mil años, que tendría lugar después de la resurrección de los muertos. Cristo reinaría visiblemente sobre la tierra con los elegidos por espacio de un milenio. Durante este tiempo, la fecundidad de la tierra sería algo prodigioso 26. San Justino se inclina de igual modo en favor del milenarismo. Según él, después que el anticristo sea encadenado, Jerusalén será reedificada y habitada por los cristianos, en compañía de Cristo, durante mil años. Y estas ideas las atribuye al autor del Apocalipsis 27. También San Ireneo admite la creencia milenarista como una verdad de fe, principalmente porque muchos de los que la negaban rechazaban al mismo tiempo la resurrección de la carne 28. Lo mismo pensaron Tertuliano, siguiendo a los montañistas 29, y San Hipólito Romano, que defendió el milenarismo en contra del presbítero Cayo, el cual negaba la autenticidad joánica del Apocalipsis para combatir más de raíz el milenarismo. Se cuentan, además, entre los partidarios del milenarismo, Metodio de Olimpo, Apolinar de Laodicea, Lactancio, Victorino de Pettau.
Sin embargo, no hay que pensar que la creencia milenarista constituyese un dogma de la Iglesia primitiva. Muchos otros grandes escritores y santos del cristianismo primitivo, como San Clemente Romano, Hermas, Clemente Alejandrino, San Cipriano, San Dionisio de Alejandría 30, San Efrén, ignoran o combaten claramente el milenarismo. Orígenes escribió en contra de esta creencia milenarista, tratándola de necedad judía 31. San Jerónimo, siguiendo a Triconio, en numerosos pasajes de sus obras interpreta el milenarismo en sentido espiritual; aunque, por otra parte, se muestra bastante indulgente con las ideas milenaristas32. Pero será San Agustín, después de algunas incertidumbres iniciales 33, el que dará la interpretación que se hará clásica en la Iglesia 34.
La
interpretación espiritual dada por San Agustín consiste en lo siguiente: el milenio abarcaría todo el tiempo comprendido entre la encarnación de Cristo y su retorno glorioso al fin de los tiempos. Durante este tiempo, la actividad del Diablo será coartada y restringida. Cristo reinará con la Iglesia militante en la tierra hasta la consumación de los siglos. La
primera resurrección ha de entenderse, por lo tanto, espiritualmente, y designa el bautismo, o sea el nacimiento a la vida de la gracia 35. La vida regenerada del cristiano es llamada
primera resurrección, en contraposición a la resurrección general o segunda. Como la muerte primera, que es la separación del cuerpo y del alma, se opone a la
segunda muerte o condenación eterna, comenzada en la tierra por el pecado; del mismo modo la
primera resurrección se opone implícitamente a una segunda resurrección, que seguirá a la par usía y será corporal y general 36. Los
tronos del v.4 significarían para San Agustín la jerarquía católica, que tiene el poder de atar y desatar. Por aquí se ve que San Agustín insiste principalmente sobre la Iglesia militante. Sin embargo, no hay que pensar que excluya la Iglesia triunfante, pues San Juan asocia íntimamente la una con la otra. Los bienaventurados, sobre todo los mártires, así como todos los fieles en general, reinan con Cristo ya antes de la par usía. Unos reinan mediante la vida de la gracia, los otros mediante la vida en la gloria. Por consiguiente, el milenio viene a ser como un cuadro de la vida de la Iglesia, tanto en su estadio provisorio como en el estadio definitivo. Los bienaventurados (mártires, confesores, etc.) reinan con Cristo en el cielo, y los fieles que vienen a este mundo reinan con Cristo mediante la vida de la gracia. La profecía del milenio dice el P. Alio , que forma un cuerpo perfecto con las otras profecías del libro, es simplemente la figura del dominio espiritual de la Iglesia militante unida a la Iglesia triunfante, después de la glorificación de Jesús, hasta el fin del mundo 37.
Algunos autores modernos sugieren otra interpretación: La resurrección de los mártires simbolizaría la renovación de la Iglesia después de la persecución de Roma, como la resurrección de los huesos en
Eze_37:1ss simbolizaba la renovación del pueblo israelita después de la dispersión del destierro. 38
El milenarismo, después de San Agustín, fue perdiendo importancia, hasta desaparecer casi completamente. Sin embargo, ha dejado curiosos vestigios, como las oraciones para obtener la gracia de la
primera resurrección, contenidas en antiguos libros litúrgicos de la Iglesia de Occidente 39. Y en diversas épocas han ido apareciendo obras que defienden las ideas milenaristas o muestran simpatía hacia ellas. La Iglesia no las ha condenado como heréticas, pero sí como erróneas, poniendo en el
índice de libros prohibidos varios trabajos modernos.
Ultima batalla escatológica de Satanás contra la, Iglesia,Eze_20:7-10.
7
Cuando se hubieren acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión 8
y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. 9
Subirán sobre la anchura de la tierra, y cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero descenderá fuego del cielo y los devorará. 10
El diablo, que los extraviaba, será arrojado en el estanque de fuego y azufre, donde están también la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. Pasados los mil años en que
el Diablo estuvo encadenado,
será soltado, y entonces se dedicará a seducir al mundo y a juntar fuerzas para dar el último asalto contra Dios (v.7). Como el Imperio romano y el sacerdocio pagano, simbolizados por las dos Bestias, ya habían desaparecido aniquilados por Jesucristo y su ejército, Satanás busca aliados y colaboradores en las hordas bárbaras de los escitas de Gog y Magog. Para la redacción de este último episodio de la lucha entre Cristo y Satanás, San Juan se ha inspirado en Ezequiel (v.38-39), en donde se habla de la invasión de Gog. Los pueblos escitas, a los que pertenecían Gog y Magog, se hicieron célebres en la literatura judía después de su invasión en Asia (630 a. C.) por su ferocidad. Ezequiel nos presenta a Israel recientemente restaurado, que habita en su tierra tranquilo y confiando más en la protección del Señor que en la fortaleza de sus ciudades, desprovistas de murallas. De las regiones del aquilón llega una invasión feroz de pueblos desconocidos, los cuales, atraídos por la fácil presa que Israel les ofrece, pretenden acabar con él. Pero el Señor interviene en favor de su pueblo, siembra la discordia en el campo de los invasores y unos a otros se destrozan totalmente.
Jesucristo también nos habla de que al fin de los tiempos las luchas perpetuas entre la ciudad del mundo y la ciudad de Dios se agravarán 42. Y San Pablo, escribiendo a los tesalonicenses, también dice que llegará un tiempo en que el hombre de iniquidad será dejado libre, y entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su venida.43
Pues lo que el Salvador y su Apóstol nos exponen en esta forma, San Juan nos lo va a declarar inspirándose, como ya dijimos, en Ezequiel. Al Diablo, una vez suelto, se le permitirá desarrollar su labor ordinaria, que es
extravían a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra (v.8), es decir, en las fronteras del Imperio romano. Las organizará en torno a sus aliados
Gog y Magog 44
, formando con ellos
un ejército numeroso como las
arenas del mar, Gog era para los judíos y cristianos de los primeros siglos un conductor de hordas bárbaras contra Palestina y Jerusalén, como lo sería más tarde para el mundo cristiano Atila con sus ejércitos. Gog, por instigación diabólica, reunirá una inmensa horda salvaje y bárbara al fin de los siglos para destruir a la Iglesia de Cristo, que, como Israel después de la restauración, vivía tranquila en torno a su Señor. Y esa horda feroz, como los ejércitos de Gog en Ezequiel,
subirá por la llanura45 de la Tierra Santa para
asediar el campamento de los santos y la ciudad amada (v.g), que es la Iglesia, y acabar con ella. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se emplea con frecuencia la expresión subir para indicar la ida a Palestina, y sobre todo a Jerusalén46. Y, en efecto,
la tierra de que nos habla San Juan designa Palestina; y
la llanura debe de ser la de Esdrelón, lugar obligado de paso de los ejércitos invasores. Estas hordas invasoras deben de ser las mismas que juntaron los
reyes de la tierra en Harmagedón para luchar contra Dios y el Cordero47. Luego cercan
el campamento de los santos, es decir, a los cristianos, que constituyen el verdadero pueblo de Dios, y
a la ciudad amada, la Sión del Antiguo Testamento, que aquí representa la nueva Jerusalén, la Iglesia de Cristo. Pero Dios acudirá en auxilio de los suyos. Como en Ezequiel48 y como en la literatura apocalíptica, la victoria se obtiene sin necesidad de lucha49. El Señor
hará descender fuego del cielo y los devorará. Con esto, el ejército invasor quedará totalmente destrozado. Satanás, que había tratado por todos los medios de destruir a la Iglesia, será definitivamente encarcelado. Ya no podrá volver a intentar la ruina de la nueva Jerusalén. Así terminarán las luchas seculares entre las dos ciudades: la de Dios y la del Diablo. Se trata, naturalmente, de las luchas de las naciones infieles y de las herejías contra la Iglesia, que al final de los tiempos se desencadenarán con redoblado encarnizamiento. Una vez vencido el Dragón en este combate final, será arrojado en
el lago de fuego, en donde le habían precedido
la Bestia y el
seudoprofeta, y en donde
serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos (v.10). La derrota de Satanás será definitiva. Ya no volverá a salir más del infierno, en donde se encontró con los emperadores que encarnaron a la Bestia, y los sacerdotes paganos y seudodoctores que combatieron el nombre de Cristo, tratando de seducir a los fieles50. Allí serán atormentados sin fin, eternamente. El autor sagrado enseña claramente la eternidad de las penas del infierno. Y parece contemplar un período en que los enemigos de Dios y de su Iglesia desaparecerán totalmente. Tal vez se refiera al término del ciclo de la Iglesia perseguida y militante y al comienzo de la Iglesia triunfante. Se cierra el tiempo para dar principio a la eternidad51.
Juicio final,Eze_20:11-15.
11
Vi un trono alto y blanco, y al que en él se sentaba, de cuya presencia huyeron el cielo y la tierra, y no dejaron rastro de sí. 12
Vi a los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante del trono; y fueron abiertos los libros, y fue abierto otro libro, que es el libro de la vida. Fueron juzgados los muertos, según sus obras, según las obras que estaban escritas en los libros. 13
Entregó el mar los muertos que tenía en su seno, y asimismo la muerte y el infierno entregaron los que tenían, y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14
La muerte y el infierno fueron arrojados al estanque de fuego; ésta es la segunda muerte, el estanque de fuego, 15
y todo el que no fue hallado escrito en el libro de la vida fue arrojado en el estanque de fuego. El autor sagrado pone con esta escena punto final a todas las luchas y agitaciones terrestres. Toda oposición contra Cristo y su Iglesia es desterrada para siempre. De este modo se podrá volver a una paz y a una felicidad que superarán con mucho la paz y la felicidad de nuestros primeros padres en el paraíso terrenal52. Será la felicidad ininterrumpida del cielo.
San Juan contempla a Jesucristo sentado en un trono, en disposición de
juzgar al mundo. Es el juicio final, con el cual se pone término al drama terrestre. Dios va a asignar a cada uno la suerte que le han merecido sus obras por toda la eternidad. Dios mismo es el que juzga 53. El Juez supremo aparece sobre
un trono. Y ante su presencia se produce un cataclismo, pues
desaparecen el cielo y la tierra (v.11). El profeta Isaías también emplea una imagen bastante parecida: La milicia de los cielos se disuelve, se enrollan los cielos como se enrolla un libro; y todo su ejército caerá como caen las hojas de la vid, como caen las hojas de la higuera.54. A la apertura del sexto sello 55 se produjo una escena muy semejante, en la cual se debe de inspirar nuestro pasaje. Cuando Dios interviene en la historia, los elementos del cosmos se conmueven ante la presencia de su soberano Señor. La magnitud del cataclismo presente
el cielo y la tierra huyeron sin dejar rastro de sí indica la importancia de la intervención divina.
El trono sobre el cual aparecía sentado Dios, el Juez supremo, era
alto, para significar de algún modo la alta dignidad de quien se sienta en él56. Su color era
blanco, propio de los personajes celestes, y que simboliza la victoria, la santidad, la justicia y al mismo tiempo la misericordia 57. La majestad del que se sienta en el trono es tan grande, que los cielos y la tierra no pueden soportarla y desaparecen sin dejar ningún vestigio. Serán reemplazados por un cielo nuevo y una tierra nueva 58.
San Juan ve después
delante del trono a los muertos que habían de ser juzgados (v.1a). Eran los hombres que habían muerto, pero que ahora habían vuelto a la vida. La multitud estaba compuesta de personajes que en el mundo fueron socialmente poderosos y grandes; pero tampoco faltaban los humildes y de condición baja. Todos estaban de pie delante del trono, esperando la sentencia del Juez supremo. Guando todos estuvieron reunidos,
fueron abiertos varios
libros. En unos estaban escritas las obras buenas y malas de cada uno de los hombres que habían de ser juzgados; pues, como dice el
Libro de Henoc, todo pecado es anotado día por día en el cielo en presencia del Altísimo.59 Según lo que resultare de estos libros, recibirá cada uno la sentencia. Para unos será la bienaventuranza, para otros la condenación eterna. La Sagrada Escritura nos habla con frecuencia de los libros de Dios, como para indicar que en el juicio divino se sabrán todas las cosas que hicieron los mortales. Es un modo humano de concebir y expresar las cosas divinas, que de otra manera no podemos declarar. En realidad, como dice San Agustín 60, Dios no necesita de libros ni memoria para acordarse de lo que ha hecho cada uno. Su presciencia divina lo conoce todo y nada podrá escapar a su juicio infalible. Todos
serán juzgados según sus obras. De donde se sigue que no basta la sola fe para salvarse, sino que son necesarias las obras buenas. En otro libro, es decir, en
el libro de la vida61, están escritos los nombres de los predestinados para la vida eterna. Cuantos no estén inscritos en este libro serán arrojados al conocido lago de fuego (v.15). Del libro de la vida se habla bastantes veces en la Biblia62.
Todos los muertos tendrán que comparecer a juicio. Nadie se librará de él. Porque tanto
el Mar, como
la Muerte y el Infierno o Seol
entregaron los muertos que tenían en su seno para que fueran juzgados según sus obras (v.15). El Mar, el Seol (Infierno) y la Muerte están aquí personificados como tres monstruos insaciables 63 o como poderosos carceleros que tenían a los muertos encerrados en remotísimas prisiones. Sin embargo, ante el mandato de Dios, tienen que entregar dócilmente las presas que consideraban suyas. En el
Sal_139:8-9, el cielo, el mar y el
seol son símbolos de los lugares más secretos e inaccesibles. Aquí significan que no hay lugar, por muy oculto que sea, que no tenga que restituir todos los muertos. Ni uno solo de ellos podrá librarse del juicio de Dios. El Seol (ó "áéäçò), que frecuentemente se traduce por
infierno, no designa el lugar en donde los condenados serán atormentados por toda la eternidad. El
seol, en el Antiguo Testamento, designaba una región tenebrosa, una especie de caverna adonde iban las almas de todos los hombres, buenos y malos, después de la muerte. En él no se daban ni premios ni castigos. Los muertos vivían en el Sheol en un estado de semiinconsciencia y eran considerados como sombras de la existencia terrena64. Por consiguiente, el
seol (6 "áéäçò), en el pasaje del Apocalipsis que estamos comentando, designa un lugar provisional que ha de desaparecer cuando Dios llame a juicio a los muertos.
La
Muerte y el
Seol, personificados, son castigados como culpables:
fueron arrojados al estanque de fuego (v.14). Este castigo significa la ruina de su poder sobre la humanidad restaurada, es decir, sobre los elegidos. Su tiranía no se ejercitará ya más sobre los predestinados, sino sobre los réprobos. La victoria de Cristo sobre el pecado lleva consigo la victoria sobre la muerte, que nació del pecado65. San Pablo nos dice que el último enemigo reducido a la nada será la muerte.66 En el mundo futuro no existirá la muerte, como sucedía en el paraíso terrenal antes del pecado original67. Y, sin la muerte, el seol no tendrá ya más razón de ser.
El
estanque de fuego, adonde fueron arrojados la muerte y el
seol, es identificado con
la segunda muerte, es decir, la condenación eterna. Se le llama segunda muerte por contraposición a la primera muerte, que se da cuando el hombre sale de este mundo. Esta segunda muerte, que supone la condenación eterna, es lo mismo que el infierno o estanque de fuego. En él serán arrojados todos los hombres culpables y en él padecerán eternos suplicios los
que no están inscritos en el libro de la vida (v.15)68. Son todos aquellos que no quisieron aprovecharse de las gracias que Jesucristo y su Iglesia les ofrecían. Esos tales serán arrojados al lago de fuego y de vida en premio de su buena conducta (
Exo_32:32;
Sal_69:29;
Sal_139:16). En dicho libro también están escritos los predestinados a la gloria (
Flp_4:3;
Rev_3:5;
Rev_13:8; cf.
Lev_10:20.
Heb_12:23). azufre, al fuego eterno, en donde habrá llanto y crujir de dientes 69, fuego reservado para el Diablo y para cuantos le siguieron70. Con esto termina la historia del mundo.
El autor del Apocalipsis hace hincapié, sobre todo, en la resurrección de los que no estaban inscritos en el libro de la vida. Después nos declarará la suerte dichosa de los justos en la nueva Jerusalén. Hay, pues, una resurrección final para buenos y malos. Pero para los buenos será resurrección para
la vida; en cambio, para los malos será resurrección para
la muerte eterna, para el juicio eterno71.
1 Cf. P. Gaechter,
The Original Sequence of Ap 20-22: Theological Studies 10 (1949) 485-521; M. C. Tenney,
The Importance and Exegesis of Revelation 20:1-8: Bibliotheca Sacra ni (1954) 137-148; J. M. Kik,
Revelation Twenty (Filadelña 1955) IX-92; R. Summers,
Revelation 20. An Interpretation: Review and Expositor 57 (1960) 176-183. 2
Rev_9:1. 3
Rev_1:18. 4 Cf.
Rev_12:9. 5 Cf.
Gen_3:1-19. 6
Sab_2:24. 7
Rev_20:2.3.5.6.7. 8
Rev_20:10. 9 Cf. Me 3:27;
Lev_2:21.
EnHenoc (18:12-16; 19:1-2; 21:1-6) se habla también del encadenamiento de los ángeles malos. 10 Alligatio diaboli dice San Agustín est non permitti exercere totam tentationem quam potest
(De chítate Dei 20:8:1). 12 Sal 72:5-7· 11 Jer 31:35- 13
Lev_1:33. 14
Mat_19:28; Le 22.29-30. 15
1Co_6:2-3; cf.
Lev_22:30. 16
Isa_9:6. 17
Flp_2:7-11. 18
Rev_19:16. 19 M. García Cordero, o.c. p.204. 20 Cf.
Sal_110:4;
Heb_5:9;
Heb_7:11.17. 21 Mt 5:10. 22 Del
milenio ya hemos hablado en la
Introducción p.31iss. Allí también se puede ver la bibliografía sobre este tema. 23 El primer libro que nos habla en el Antiguo Testamento de la retribución en la vida futura es el de Daniel (12:2-3). Después también hablará el libro 2 de los Macabeos (7:9.14.23; 12:43-46) y el libro de la Sabiduría (3:1; 5:1.5.15.16). 24 M. García Cordero, o.c. p.205-206. 25 Cf. H. Bruders, La part de la Chronique ju'ive dans les erreurs de l'histoire universelle: NRTh 56 (1934) 937-939. 26 Cf. Eusebio, Hist. Eccl. 39:11-13. 27 Cf. San Justino, Dialogo con Trifón 80-81. 28 San Ireneo, Adv. haer. 5:29:3ss; 5:31:1-2; 32:1; 35,i; 35:2: PG 7:1201-1221. 29 Tertuliano,
Adv. Marcionem 3:24: PL 2:355-356. 30 Cf. eusebio, Hist.
Eccl. 7:24. 31 Cf. Proí. in
Cant; De principiis 2:11:2. 32 Cf.
In haiam 18: PL 24:627. 33 Serm. 259:2. 34
De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-668. 35
Rom_6:1-10; Gol 3:1-2;
Flp_3:20; cf.
Jua_5:25-28. 36 E. B. Allo, o.c. p-324- 37 E. B. Allo, o.c. p.328. 38 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.79. 39 Cf. Dom Leclercq, Millénarisme, en Dicí. d'archéol. et liturgie XI 1192-1194. 40 El P. Manuel de Lacunza y Díaz nació en Santiago de Chile en 1731. En 1747 entró en la Compañía de Jesús. Murió el 17 de junio de 1801. En los últimos quince años de su vida se dedicó al estudio del problema milenarista. El fruto de su estudio cristalizó en un libro cuyo título era La venida del Mesías en gloria y majestad. Cf. Beltrán Villegas, El milenarismo y el Antiguo Testamento a través de Lacunza: Dissertatio ad Laureara apud Pontif. Athenaeum Angelicum (Valparaíso 1951); A. F. Vaucher, Une célébrité oubliée: le P. Manuel de Lacunza y Díaz, S. I. (1731-1801) (Coilonges-sous-Saléve 1941). 41 Cf. A AS 36 (1944) 212. Además de la bibliografía ya dada en las p. 31955, ofrecemos la que sigue sobre el milenarismo: E. B. Allo, L'Apocalypse de Sí. /ean3 (París 1933) p.LXIU-LX1V.CXII-CXLIII; id., St. Paul et la double résurrection corporelle: RB 41 (1932) 187-209; W. A. Brown, Millenium, en A Dictionary
ofthe Bible (Hastings) 3 (1900) 370-373; A. Har-Nack, Millenium, en Theéncyclopedia Britannica n.a ed. 18 (1911) 460-463; T. de beláuste-gui, La conversión de los judíos y el fin de las naciones (Barcelona 1922); A. Colunga, Los sentidos de las profecías: Actas del Congreso Internacional de Apologética 2 (Vich 1910) p.63-81; H. Hopfl, De regno mulé annorum in Apocalypsi: VD 3 (1923) 206-210.237-241; ch. journet, La signification des prophéties touchant le royanme de Dieu: accord partiel d'un jésuite et d'un adventiste: Nova et Vetera 17 (1942) 438-451; J. B. frey, Le conflit entre le messianisme de Jesús et le messianisme des juifs de son temps: Bi 14 (1933) 133-149-269-293; O. Cullmann, Le Re-tour du Christ esperance de l'église selon le Nouveau Testament: Coll Gahiers Théologiques de l'Actualité Protestante (París-Neuchátel 1948); C. H. Schaible, Las primeras ediciones de
la obra de Lacunza: Revista Chilena de Historia y Geografía ni (1948) 205-271; R. Silva Castro, En torno a la bibliografía de Lacunza: ibid. 105 (1944) 167-182. 42 Mt 24:21-22. 43
2Te_2:3-8. 44
Magog es citado en Gen 10:2 como hijo de Jefté. En
Eze_38:2, Magog es el país o el reino del príncipe Gog. Este país estaba situado probablemente cerca del mar Caspio. En la literatura apocalíptica posterior, Gog y Magog designan claramente dos pueblos. Para el autor del Apocalipsis simbolizan las naciones paganas coligadas por el diablo contra la Iglesia. Cf. A. gelin, o.c. 658. 45 Nácar-Colunga tienen
la anchura; pero ôï ôôëÜôïò también se puede traducir por
la Ranura,'que parece estar más en conformidad con el pensamiento de San Juan. 46 Cf.
Lev_2:4. 48
Eze_38:22;
Eze_38:3Eze_9:6. 47
Rev_16:16. 49 Cf.
Rev_11:5. 50
Rev_13:11-17. 51 M. García Cordero, o.c. p.21o. 52 Cf. J. H. Michael, A Vision
ofthe Final Judgement, Ap 20:11-15: ExpTim 63 (1951' 1952) 199-201. 53 En otros pasajes del N. T. es Jesucristo el juez del mundo (
Mat_16:27;
Mat_25:31-46; Jn 5. 24;
Hec_17:31; 2 Cor 5>io), y ejecuta el juicio en nombre de Dios Padre (
Jua_5:24; Act 17.31)· pues sólo Dios es juez (
Mat_18:35;
Rom_14:10). 54 1834:4. 55
Rev_6:12-14. 56 Isó.i. 57
Rev_6:2;
Rev_19:8. 58
Rev_21:1. 59
Libro de Henoc 98:7. 60
De civitate Dei 20:14-15. 61 Gf
Rev_3:5;
Rev_13:8;
Rev_17:8;
Rev_21:27. A propósito de los libros en que estaban escritas las Dueñas y las malas acciones, cf.
Isa_65:6;
Jer_22:30;
Dan_7:10;
Mal_3:16;
Sal_139:16. 62 En el
libro de la vida tiene Dios escritos a sus amigos, a quienes se prometen largos años 63
Rev_1:18; cf.
Pro_27:20. 64 Cf. J. Salguero, Antropología
hebrea e incertidumbre sobre la otra vida: CultBib 19 (1962) 93-ss. 65
Rom_5:12. 66
1Co_15:26.54-50. 67
Rev_21:4; cf.
Isa_25:8. 68
Mat_25:41-45 69
Mat_8:12;
Mat_13:42.50;
Mat_22:13. 70
Rev_20:935. 7
1Jn_5:29.