Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
1. Opresión de los Israelitas en Egipto.
E ste c.1 debe considerarse como introducción al libro del éxodo y como puente de transición del relato de los patriarcas en el Génesis al de la suerte de los israelitas en Egipto. Repetidas veces promete el Señor a los patriarcas la multiplicación de su descendencia, en la cual habían de ser bendecidas todas las naciones de la tierral1
. En la rica tierra de Egipto había de comenzar a realizarse la promesa. Para que esto resulte más claro, varias veces se nos refiere que sólo unas setenta personas formaban la familia de Jacob cuando vino a establecerse a orillas del Nilo2. También el Señor había anunciado a Abraham que su descendencia había de servir en tierra extranjera3. José, al morir, había anunciado a sus hermanos que Dios los visitaría y los haría retornar al país que había jurado dar a Abraham, a Isaac y a Jacob4. El autor del libro del éxodo, pues, quiere mostrar cómo se han cumplido estas promesas. En los planes de la Providencia divina, este período de servidumbre de su pueblo en tierra extranjera tenía por finalidad formar su conciencia nacional, aislado en la parte oriental del Delta egipcio. Si los descendientes de Jacob hubieran permanecido siempre en Canaán, habrían sido absorbidos por la población autóctona, de cultura superior. Pero las exacciones que Israel tuvo que sufrir en Egipto sirvieron para reforzar su conciencia nacional, aislándolo del ambiente fácil. Por otra parte, el aislamiento que habría de experimentar en las estepas del Sinaí habría de contribuir sobremanera a crear una psicología religiosa y nacional especial, que iba a ser la gran defensa contra la posible absorción étnico-religiosa de parte de los pobladores de Canaán cuando Israel volviera a la tierra de los antiguos patriarcas. El autor sagrado con un sentido teológico providencialista de la historia trata en este libro del éxodo de hacer ver la intervención especialísima de Dios en la formación de Israel como colectividad nacional. Las antiguas promesas hechas a los patriarcas habrían de cumplirse puntualmente, de forma que Israel, después de sufrir la servidumbre en tierra extranjera, sería liberado milagrosamente de Egipto y llevado al Sinaí para ser adoctrinado en la Ley, base de la teocracia israelita.
Podemos dividir el c.1 en tres partes:
a)
multiplicación de los descendientes de Jacob en Egipto (v. 1-7);
b)
los israelitas son condenados a trabajos forzados (v.8-14);
c)
orden del faraón de exterminarlos (15-22)5.
Multiplicación de los Israelitas en Egipto (1-7).
1
Estos son los nombres de los hijos de Israel que vinieron a Egipto con Jacob, cada uno con su familia: 2
Rubén, Simeón, Leví y Judá; 3
Isacar, Zabulón y Benjamín; 4
Dan y Neftalí; Gad y Aser. 5
Setenta eran todas las personas descendientes de Jacob. José estaba entonces en Egipto. 6
Murió José y murieron sus hermanos y toda aquella generación. 7
Los hijos de Israel habían crecido y se habían multiplicado, llegando a ser muchos en número y muy poderosos, y llenaban aquella tierra.
La enumeración de los hijos de Jacob no está hecha según la sucesión cronológica de los nacimientos 6, sino que los descendientes de Jacob están distribuidos artificialmente según la categoría de la madre de cada uno, es decir, primero los hijos de las esposas legítimas, Lía y Raquel (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, de la primera, y Benjamín, de la segunda), y después los de las esclavas, Bala (Dan y Neftalí) y Zelfa (Gad y Aser)7. El número
setenta para determinar las
personas aquí (v.5)
es aproximativo, para indicar un número reducido de descendientes de Jacob en contraposición a la asombrosa multiplicación de que hablará a continuación, de forma que el pueblo israelita llegó a constituir la preocupación del faraón8. Según
Gen_15:13, los hebreos habrían de permanecer cuatro generaciones en Egipto. Naturalmente, estas cifras hay que tomarlas como números redondos aproximativos. San Pablo, haciéndose eco de otra tradición, habla de cuatrocientos treinta años de permanencia de los israelitas en Egipto, lo que prueba el carácter fluctuante y aun artificial de estos números y cifras en las antiguas tradiciones bíblicas9. Con todo, hay que suponer un amplio margen de tiempo (al menos tres siglos) para que el pequeño clan de los jacobitas llegara a constituir un problema político (en cuanto elemento no asimilado) para los gobernantes egipcios. La frase y
llenaban la tierra (v.7)
hay que entenderla como expresión hiperbólica. La
tierra es la de Gosén, o zona del este del Delta10. Con el correr del tiempo, los israelitas habían ampliado su zona de residencia, y desde luego no debemos pensar que continuaran aislados de los egipcios. Más tarde dirá el autor que hubo necesidad de una señal en las casas de los descendientes de Jacob para que el ángel exterminador no los confundiese con los egipcios11.
Los Israelitas, Condenados a Trabajos Forzados (8-14).
8
Alzóse en Egipto un rey nuevo que no sabía de José, y dijo a su pueblo: 9
Los hijos de Israel forman un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros. 10
Tenemos que obrar astutamente para impedir que siga creciendo y que, si sobreviniese una guerra, se una contra nosotros a nuestros enemigos y logre salir de esta tierra. 11
Pusieron, pues, sobre ellos capataces que los oprimiesen con onerosos trabajos en la edificación de Pitom y Ramsés, ciudades-almacenes del faraón. 12
Pero cuanto más se los oprimía, tanto más crecían y se multiplicaban, y llegaron a temer a los hijos de Israel. 13
Sometieron los egipcios a los hijos de Israel a cruel servidumbre, 14
haciéndoles amarga la vida con rudos trabajos de mortero, de ladrillos y del campo, obligándoles cruelmente a hacer cuanto les exigían.
El autor sagrado aclara aquí que los buenos tiempos para los israelitas habían pasado. José, el gran valedor de sus hermanos, había muerto, y su benéfico recuerdo se había perdido entre los egipcios. Por otra parte, la situación política de Egipto era muy otra, ya que
alzóse en Egipto un nuevo rey que no había conocido a José (v.8). Suponiendo que los israelitas hayan descendido a Egipto en tiempo de los reyes hicsos (s.XVII), se comprende bien la protección que prestaron a los descendientes de Jacob, pues eran asiáticos y, por tanto, tenían intereses comunes con ellos, también de origen asiático. Sabemos que con la oleada de los hicsos entró en Egipto una inundación de asiáticos de todo género, que encontraban fácil protección en ellos, ya que eran presuntos aliados contra los nativos de Egipto. Pero esta situación de privilegio para los asiáticos cambió al sobrevenir una dinastía egipcia, la XVIII, con sus famosos Ahmosis, Amenofis y Tutmosis, los cuales persiguieron sistemáticamente a los asiáticos como presuntos aliados de los reyes hicsos. A la luz de esta situación de odio a los asiáticos hay que entender la frase del v.9:
Los hijos de Israel forman un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros.
Tenemos que obrar astutamente para impedir que siga creciendo y que, si sobreviniese una guerra, se una contra nosotros a nuestros enemigos. La Biblia no menciona al rey que proclamó esta política de odio a los israelitas. Esto no es de extrañar, ya que la mención de nombres propios de los faraones fuera de los documentos oficiales no aparece hasta la dinastía XXIII (s. X a.C.). En la Biblia empiezan a nombrarse faraones concretos en el reinado de Salomón (s. X a.C.). No están concordes los autores al determinar el nombre del faraón
opresor de los israelitas, ya que la solución a este problema depende de la que se dé al de la fecha de la salida de los hebreos de Egipto. Los que suponen que éstos salieron en el siglo XV, bajo la dinastía XVIII, creen que el faraón
perseguidor es Tutmosis III (1480-1447), mientras que los que mantienen la fecha del siglo XIII para la salida de los hebreos de Egipto proponen a Ramsés II (1292-1225) como faraón
perseguidor. Como veremos después, esta última opinión es más aceptable, ya que explica mejor una serie de datos bíblicos que estudiaremos al tratar del éxodo de los israelitas de la tierra de los faraones. Por de pronto se explica bien la mención de
Ramesés como una de las ciudades en cuya construcción trabajaron los israelitas (v.11). Es muy comprensible que el faraón
constructor diera su nombre a la nueva ciudad edificada por los pobres hebreos. De hecho sabemos que Ramsés II era megalómano y tenía la pasión por las construcciones masivas, llegando su vanidad a poner su nombre en las estatuas y templos anteriores a él. Por otra parte, sabemos que este faraón preocupado de defender a Egipto contra la incursión de los temibles asiáticos había establecido su corte en la parte oriental del Delta, justamente en la zona donde desde hacía siglos moraban los israelitas.
Pitom (en egipcio
Per atum: morada de Atum o Ra, dios solar) es generalmente identificada con Tell Masjutta, en el wady Tumilat, mientras que el emplazamiento de
Ramsés es más discutido12. En todo caso, ambas ciudades estaban en la parte oriental del Delta, en las cercanías de Gosén, y, por tanto, es fácilmente explicable que los israelitas trabajaran en su construcción. También se explica fácilmente el detalle de que ambas ciudades eran
almacenes del faraón (v.11), pues por ser puestos fronterizos eran lugares de avituallamiento para los ejércitos egipcios acantonados en aquella zona. De hecho se han encontrado en Tell Masjutta (Pitom?) restos de graneros e inscripciones en las que se mencionan los almacenes allí establecidos.
La opresión cruel a que fueron sometidos los hebreos sobreexcitó su conciencia nacional, y por eso, lejos de disminuir, se fueron creciendo en grupo más compacto (v.12), hasta hacerse temibles a los mismos egipcios. Los trabajos a que fueron sometidos los hebreos son los habituales en la región del Nilo: fabricación de adobes para la construcción (v.14) y faenas agrícolas. En la tumba del príncipe Rekhmare aparecen plásticamente pintadas las diversas labores de los esclavos en Egipto, lo que ilustra muy bien el relato bíblico. En Egipto se construían de piedra los suntuosos templos de los dioses y los sepulcros de los reyes y de los magnates. Pero esta piedra era preciso arrancarla con trabajo de canteras lejanas y transportarla por el Nilo hacia los lugares en que esas edificaciones se levantaban; pero las viviendas en general y aun las murallas de las ciudades se fabricaban de adobes o ladrillos, hechos con el légamo del río, mezclado con paja, que adquirían gran consistencia, mientras no llegasen a ellas las inundaciones del Nilo. Las obras levantadas por los faraones lo eran por los prisioneros de guerra, cuando los tenían; por los pueblos sometidos, como hizo Salomón con los cananeos13, y por las gentes del pueblo mismo. La admiración que despierta la vista de los grandes monumentos egipcios se convierte en tristeza cuando se consideran los sudores y fatigas de millares de obreros, esclavos que habían tenido que penar en su construcción14. Los hebreos, pueblo de origen nómada y pastores de profesión, no estaban hechos a semejante servidumbre. El autor sagrado, queriendo poner más de relieve el poder y la gracia de Dios, que los libró de la servidumbre de Egipto, pondera la grandeza de la opresión. El salmista recuerda este hecho diciendo: Vino Israel a Egipto, habitó Jacob en la tierra de Cam. Y multiplicó grandemente su pueblo, e hizo que fuesen demasiado fuertes sus enemigos, que se volviese el ánimo de éstos para odiar a su pueblo y para vejar dolosamente a sus siervos15. Es natural que los pueblos recuerden y ponderen la grandeza de sus males y la opresión que sufrieron bajo poder extraño, una vez que han logrado la libertad16. Es éste un medio de exaltar el valor de la libertad misma. Sin embargo, Egipto siempre ejerció gran atracción sobre Israel, y en el Deuteronomio se prohíbe al rey que elija el volver a Egipto17, y a los egipcios se les trata con especial consideración18.
Siendo natural que un gobernante se alegre del crecimiento de su pueblo, y no siendo los faraones una excepción de esto, razón tendrían para impedir el aumento de los hebreos. El autor sagrado nos presenta a éstos como extraños a la población egipcia y peligrosos para ella. Con esto hace verosímil la conducta del faraón. El relato está pintado con colores hebreos.
Orden de Matar a los Varones Hebreos Recién Nacidos(15-22).
15
Ordenó el rey de Egipto a las parteras de los hebreos, de las cuales una se llamaba Sifrá y la otra Púa, diciéndoles: 16
Cuando asistáis al parto a las hebreas y al lavar la criatura veáis que es niño, le matáis; si es niña, que viva. 17
Pero las parteras eran temerosas de Dios y no hacían lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños. 18
El rey de Egipto las mandó llamar y les dijo: ¿Por qué habéis hecho dejar con vida a los niños? 19
Y le dijeron las parteras al faraón: Es que no son las mujeres hebreas como las egipcias. Son más robustas, y antes de que llegue la partera, ya han parido. 20
Favoreció Dios a las parteras, y el pueblo seguía creciendo y multiplicándose. 21
Por haber temido a Dios las parteras, prosperó él sus casas. 22
Mandó, pues, el faraón a todo su pueblo que fueran arrojados al río cuantos niños nacieran a los hebreos, preservando sólo a las niñas.
El faraón procura por todos los medios evitar el crecimiento del pueblo israelita, y así da primero orden a las parteras de matar a los varones recién nacidos; pero, fallida esta medida por una añagaza de las parteras, el faraón da orden de arrojar a los niños al río. La primera medida es comprensible en unos tiempos en que los padres podían decidir al nacer el niño si debía continuar con vida o no. Al menos entre los romanos y griegos era corriente esta práctica de matar a los recién nacidos que no interesaren19. El relato bíblico presenta a las parteras como
temerosas de Dios. Por la explicación que dan al faraón se ve que no son hebreas, y sus nombres, aunque en hebreo parecen significar
Sifrá (hermosura) y
Púa (esplendor), pueden considerarse como egipcios pronunciados dialectalmente. La conducta de las parteras puede explicarse por simple humanitarismo, y no es necesario suponer que fueran pro-sélitas hebreas, ya que el homicidio estaba prohibido como pecado abominable, tal como se desprende de la confesión negativa del
Libro de los muertos20. El respeto a la vida del prójimo forma parte de los sentimientos éticos más elementales, y así se refleja en todos los códigos legislativos primitivos. El autor sagrado añade que Dios premió esta buena obra de las parteras bendiciendo sus casas (v.21). Por este relato podemos inferir que los hebreos no estaban totalmente segregados de los egipcios, y, por otra parte, no debían de ser tantos en número, ya que sólo se citan dos parteras para asistir a las parturientas hebreas21.
La otra medida de arrojar los recién nacidos al río, o Nilo (el río por excelencia cuando se habla de Egipto en la Biblia), era más radical, y es referida aquí para preparar la narración del hallazgo de Moisés, el gran libertador, en las aguas del Nilo. No sabemos cuánto tiempo duraron estas medidas persecutorias contra los hebreos, pero debió de ser por mucho tiempo. En relatos posteriores se dice que Moisés y Aarón tenían ochenta y ochenta y tres años, respectivamente, cuando se enfrentaron con el faraón para pedir la salida de los hebreos de Egipto. Aunque estas cifras no han de tomarse al pie de la letra, porque hay tendencia a exagerar el número de los años en las primitivas tradiciones de la Biblia, sin embargo, podemos retener la cifra como expresión de una amplia generación.
1
Gen_12:2;
Gen_22:17. 2
Gen_46:1s; cf.
Hec_7:14. 3
Gen_15:13-16. 4
Gen_50:2·. 5 Los v.1-5 son atribuidos generalmente al autor
sacerdotal, mientras que los v.6-14 y 15-22 son atribuidos a las fuentes
yahvista y
elohista respectivamente. Cf. A. Clamer,
Exode (París 1956) p.63. 6 Cf. Gén 29:32-30:24. 7 Este mismo orden de enumeración aparece en
Gen_25:23-26. En cambio, en
Gen_46:8-27 se da otro orden. Esto prueba la complejidad de tradiciones orales y escritas utilizadas por el compilador o redactor actual de Gén y Ex. 8 Los LXX leen setenta y cinco; en
Gen_46:26 se habla de setenta y seis personas, t-n
Hec_7:14 : setenta y cinco. 9 Cf
Gal_3:17. 10 Cf.
Gen_47:4;
Gen_47:11. 11
Exo_12:21-23;
Exo_12:35. 12 Según unos, Ramsés sería Tell Rotab o Artabí; según otros, sería la antigua Tanis11en hebreo), que es probablemente la actual San el Hagar. Otros, finalmente, identifican ses Con Pelusium (Tell Parama), a unos 40 kilómetros al sudeste de Port Said. Cf. ? . ?? ntet,
Le árame de Avaris (París 1940) p.58-59; L. Grollenberg,
Atlas de la Bible (ParísBruselas 1955) p 45 Abel
, Géog. II 429; B. Courayer,
La résidence ramesside du Delta: 946) 75-98; id.,
Dieux et fils de Ramsés: RB (1954) 108-117; A. Clamer, o.c., 66. 13 Cf. 2 Par 2: 1os. 14 Cf. A. Motet, Le Nil et la civilisation ¿gyptienne 162,304. 15
Sal_105:23-25. 16 Cf.
Hec_7:17-19. 17
Deu_17:16. 18
Deu_23:7s. 19 Cf. A. Clamer, o.c., p.68. 20 Cf.
Libro de los muertos c.125. Véase su sentido en DBS II 847-848. 21 Nuestra trad. al lavar la criatura del v.16 es libre. En el TM se dice literalmente: observad las piedras o mirad sobre las dos piedras, que algunos autores interpretan como alusión a la costumbre de las mujeres egipcias de dar a luz sobre dos piedras planas. La frase biblica significaría en este caso observad a la mujer mientras da a luz. En un himno de penitencia egipcio se dice: Yo me he sentado sobre ladrillos como mujer que da a luz. Véase J. B. pritchard,
Ancient Near Eastern Texis relating to the Old Testament (Princeton 1950) p.381. No obstante, la palabra que traducimos por piedras (en heb.
Obhnáim)
puede ser una alusión a los órganos genitales de la madre o del recién nacido. Los LXX traducen: cuando estén en el momento de dar a luz. La versión siríaca: cuando ellas se arrodillen (para dar a luz); y la Vg.: det partus tempus advenerit. Estas traducciones parecen perífrasis, debidas a que los traductores o no entendían la palabra original hebrea o la creían de sentido impúdico.