I Macabeos 12, 1-53

Viendo Jonatán que las circunstancias le eran favorables, escogió algunos hombres y los envióa Roma, con el fin de confirmar y renovar la amistad con los romanos. Con el mismo objeto envió cartas a los de Esparta y a otros lugares. Se fueron, pues, a Roma, y cuando entraron en el Senado dijeron: «Jonatán, sumo sacerdote, y el pueblo judío nos han enviado para renovar el anterior pacto de amistad y de mutua defensa con ellos». Los romanos les dieron salvoconducto para la autoridad de cada lugar a fin de que pudieran regresar a Judea sanos y salvos. Esta es la copia de la carta que Jonatán escribió a los espartanos: «Jonatán, sumo sacerdote, los ancianos de la nación, los sacerdotes y el resto del pueblo judío saludan a sus hermanos los espartanos. Ya en tiempos pasados vuestro rey Areo envió una carta al sumo sacerdote Onías en la que le decía que vosotros erais hermanos nuestros, como lo atestigua la copia adjunta. Onías recibió con honores al embajador y acogió la carta que hablaba claramente de mutua defensa y amistad. Aunque nosotros no sentimos necesidad de ello por tener como consolación los libros santos que están en nuestras manos, hemos procurado enviaros embajadores para renovar con vosotros la amistad y la fraternidad, y evitar que nos hagamos extraños para vosotros, pues ha pasado mucho tiempo ya desde que nos enviasteis aquel mensaje. Por nuestra parte, en las fiestas y días señalados, os recordamos sin cesar en toda ocasión en los sacrificios que ofrecemos y en nuestras oraciones, pues es justo y conveniente acordarse de los hermanos. Nos alegramos de vuestra fama. Nosotros, en cambio, nos hemos visto rodeados por muchas guerras y tribulaciones, pues nos han atacado los reyes vecinos. Pero en estas luchas no hemos querido molestaros a vosotros ni a los demás aliados y amigos nuestros, porque contamos con el auxilio del Cielo que, viniendo en nuestra ayuda, nos ha librado de nuestros enemigos y a ellos los ha humillado. Así pues, hemos elegido a Numenio, hijo de Antíoco, y a Antípatro, hijo de Jasón, y los hemos enviado a Roma para renovar el pacto de amistad y de mutua defensa que antes teníamos, y les hemos dado orden de presentarse también a vosotros para saludaros y entregaros nuestra carta sobre la renovación de nuestra fraternidad. Haced ahora el favor de contestarnos». Esta es la copia de la carta enviada a Onías: «Areo, rey de los espartanos, saluda al sumo sacerdote Onías. En un documento relativo a espartanos y judíos se ha descubierto que son hermanos y que proceden de la estirpe de Abrahán. Y ahora que lo sabemos, os pedimos por favor que nos escribáis sobre vuestra situación. Por nuestra parte os manifestamos: vuestro ganado y vuestros bienes son como nuestros; y los nuestros, vuestros son. Por eso damos orden de que así os lo comuniquen en estos términos». Jonatán se enteró de que los generales de Demetrio habían vuelto con un ejército mayor que antes para atacarlo. Partió, pues, de Jerusalén y fue a encontrarse con ellos en la región de Jamat, sin darles tiempo de que entraran en su propio territorio. Envió espías al campamento enemigo y, a su vuelta, se enteró de que los enemigos estaban dispuestos a sorprender a los judíos por la noche. Cuando se puso el sol, Jonatán ordenó a los suyos que se mantuviesen en vela toda la noche, con las armas a mano, preparados para luchar; y dispuso avanzadillas alrededor del campamento. Cuando los enemigos supieron que Jonatán y los suyos estaban preparados para entrar en combate, sintieron miedo y, llenos de pánico, encendieron fogatas en su campamento y se retiraron. Jonatán y los suyos, como veían brillar las fogatas, no se percataron de lo ocurrido hasta el amanecer. Jonatán se lanzó entonces en su persecución, pero no les pudo dar alcance porque habían atravesado ya el río Eléutero. Jonatán se volvió contra los árabes llamados zabadeos, los derrotó y se hizo con sus despojos. Levantó luego el campamento, llegó a Damasco y recorrió toda la región. Simón por su parte hizo una incursión hasta Ascalón y las plazas fuertes vecinas. Se volvió luego hacia Jafa y la conquistó, ya que se había enterado de que sus habitantes querían entregar aquella plaza fuerte a los partidarios de Demetrio. Dejó en ella una guarnición para defenderla. Jonatán, ya de vuelta, reunió la asamblea de los ancianos del pueblo y acordó con ellos edificar fortalezas en Judea, dar mayor altura a las murallas de Jerusalén y levantar un muro alto separando la ciudad y la acrópolis, de modo que esta quedara aislada para que nadie pudiera comprar ni vender. Por eso se reunieron para reconstruir la ciudad, pues había caído un tramo de la muralla que daba al torrente por la parte oriental; restauró también el barrio llamado Cafenatá. Simón, por su parte, reconstruyó Adidá en la Sefelá, la fortificó y le puso puertas con cerrojos. Trifón aspiraba a reinar en Asia, ceñirse la corona y eliminar al rey Antíoco. Temiendo que Jonatán se lo estorbara haciéndole la guerra, trataba de secuestrarlo y de matarlo. Por ello se puso en marcha y llegó a Beisán. Jonatán salió a su encuentro con cuarenta mil hombres escogidos para la guerra y llegó a Beisán. Trifón vio que había venido con un ejército numeroso y temió echarle mano. Es más, lo recibió con honores, lo presentó a todos sus Amigos, le hizo regalos y ordenó a sus Amigos y a sus tropas que lo obedeciesen como si fuese él mismo. Y dijo a Jonatán: «¿Por qué has fatigado a toda esta gente si no hay guerra entre nosotros? Envíalos a sus casas, elige algunos hombres que te acompañen y ven conmigo a Tolemaida. Te entregaré la ciudad, las demás fortalezas, el resto del ejército y todos los funcionarios; luego emprenderé el regreso, ya que para eso he venido». Jonatán se fió de él y obró como le decía: despachó sus tropas, que partieron hacia la tierra de Judá, y mantuvo consigo tres mil hombres, de los cuales dejó dos mil en Galilea y mil lo acompañaron. Pero apenas entró Jonatán en Tolemaida, los habitantes de la ciudad cerraron las puertas, lo apresaron a él y pasaron a filo de espada a cuantos habían entrado con él. Trifón envió tropas y caballería a Galilea y a la gran llanura de Esdrelón para acabar con todos los partidarios de Jonatán. Pero estos, que ya sabían que Jonatán había sido apresado y muerto con sus acompañantes, se animaron entre sí y avanzaron, cerradas las filas, decididos al combate. Sus perseguidores los vieron dispuestos a jugarse la vida y se volvieron. Aquellos llegaron sanos y salvos a la tierra de Judá. Lloraron a Jonatán y a sus compañeros. Un gran temor se apoderó de ellos. Todo Israel hizo un gran duelo. Las naciones todas del entorno trataban de aniquilarlos: «No tienen jefe —decían— ni tienen quien les ayude. Esta es la ocasión de atacarlos y borrar su recuerdo de entre los hombres».
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