II Macabeos 13, 1-26

En el año ciento cuarenta y nueve, los hombres de Judas se enteraron de que Antíoco Eupátor avanzaba sobre Judea con numerosas tropas, y que con él venía Lisias, su tutor y jefe de gobierno, cada uno con un ejército griego de ciento diez mil infantes, cinco mil trescientos jinetes, veintidós elefantes y trescientos carros armados con hoces. También Menelao se unió a ellos e incitaba taimadamente a Antíoco, no para salvar a su patria, sino con la idea de que lo restableciera en el poder. Pero el Rey de reyes excitó la cólera de Antíoco contra aquel malvado; Lisias demostró al rey que aquel hombre era el causante de todos los males, y Antíoco ordenó conducirlo a Berea y allí ejecutarlo según las costumbres del lugar. Hay en Berea una torre de veinticinco metros, llena de cenizas ardientes, provista de un dispositivo giratorio, inclinado por todas partes hacia las cenizas. Suben allí al reo de robo sacrílego o al autor de otros crímenes horrendos y lo precipitan para que perezca. Con tal suplicio murió el prevaricador Menelao, sin recibir siquiera sepultura. Y con toda justicia, puesto que tras haber cometido muchos delitos contra el altar, cuyo fuego y ceniza son sagrados, en la ceniza encontró la muerte. Avanzaba, pues, el rey con bárbaros sentimientos, dispuesto a tratar a los judíos peor que su padre. Al saberlo, Judas mandó a la gente que invocara al Señor día y noche, para que también en esta ocasión, como en otras, viniera en ayuda de quienes estaban a punto de ser privados de la ley, de la patria y del templo santo, y para que no permitiera que aquel pueblo, que comenzaba a vivir tranquilo, cayera en manos de gentiles irreverentes. Una vez que todos juntos cumplieron la orden y suplicaron al Señor misericordioso con lamentaciones, ayunos y postraciones durante tres días seguidos, Judas los animó y les mandó que estuvieran concentrados. Después de reunirse en privado con los ancianos, decidió que, antes de que el ejército real entrara en Judea y se hiciera dueño de la ciudad, los suyos salieran para resolver la situación con el auxilio de Dios. Judas, confiando el resultado al Creador del mundo, animó a sus hombres a combatir heroicamente hasta la muerte por las leyes, el templo, la ciudad, la patria y sus instituciones. Acampó en las cercanías de Modín. Dio a los suyos como contraseña «Victoria de Dios» y atacó de noche la tienda real con lo más escogido de los jóvenes. Mató en el campamento a unos dos mil hombres, y los suyos hirieron al principal de los elefantes con su conductor. Dejando el campamento lleno de terror y confusión, se retiraron victoriosos. Cuando el día despuntaba, todo había terminado, gracias a la protección que el Señor había prestado a Judas. El rey, que había experimentado ya la valentía de los judíos, intentó apoderarse de las posiciones con estratagemas. Se aproximó a Betsur, plaza fuerte de los judíos; pero fue rechazado, derrotado y vencido. Judas hizo llegar provisiones a los sitiados. Ródoco, un soldado del ejército judío, pasaba información secreta al enemigo; fue descubierto, capturado y ejecutado. El rey parlamentó por segunda vez con los de Betsur; hizo la paz con ellos; luego se retiró. Atacó a las tropas de Judas y fue vencido. Supo entonces que Filipo, a quien había dejado en Antioquía al frente del gobierno, se había sublevado. Consternado, llamó a los judíos, se avino a sus deseos y aceptó con juramento sus justas propuestas. Se reconcilió y ofreció un sacrificio, honró el santuario y se mostró generoso con el lugar santo. Acogió amablemente al Macabeo y dejó a Hegemónides como gobernador desde Tolemaida hasta la región de Guerar. Salió hacia Tolemaida. Sus habitantes estaban realmente irritados e indignados por los acuerdos, que querían rescindir. Lisias subió a la tribuna e hizo la mejor defensa que pudo de lo convenido; los convenció y calmó, disponiéndoles a la benevolencia. Luego partió hacia Antioquía. Esta es la historia de la expedición del rey y de su retirada.
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