LA CARTA A FILEMÓN

Filemón era un rico propietario de Colosas a quien San Pablo había ganado para la fe cristiana. Una vez convertido, su casa servía de sede a la pequeña iglesia local. Sumamente agradecido por esto, Pablo le llama su colaborador (cfr v. 1) y le trata con exquisito cariño y confianza (cfr vv. 8.17.19.21). Un esclavo de Filemón, llamado Onésimo, había escapado de su casa, quizá por haber hurtado algún dinero o un objeto de valor (cfr v. 18). Por temor al castigo no quiere volver con su amo, sino que huye y toma contacto con Pablo que en ese momento estaba detenido. Gracias a la bondad y al celo del corazón del Apóstol, muy pronto conoce Onésimo el Evangelio y abraza la fe cristiana.

Pablo piensa que lo mejor para Onésimo es que vuelva a casa de su amo: ambos son ya hermanos en el Señor. Aprovecha para ello el viaje que va a hacer Tíquico llevando la carta del Apóstol a los colosenses. Tíquico acompañará a Onésimo (cfr Col 4,7-9). De ahí que ambas cartas, Colosenses y Filemón, tengan la misma fecha de composición, durante un periodo en el que San Pablo se encuentra en cautividad, quizá en Éfeso, en Roma o Cesarea.

Este escrito, en su extraordinaria brevedad, es una obra maestra del arte epistolar, lleno de exquisita sensibilidad y fina caridad. El tono que emplea el Apóstol no es de mandato, aunque podría haberlo hecho dada su autoridad, sino de súplica humilde hacia Filemón, presentándose ante él en su condición de «anciano» y «prisionero» por el Evangelio (v. 9).

Aunque es una carta eminentemente familiar, contiene también una doctrina, no por breve menos importante. Esta epístola ha sido llamada la «carta magna» de la libertad cristiana (cfr nota a vv. 8-21).