Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Requisito de todo sumo sacerdote, 5:1-10.
1
Pues todo pontífice tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, 2
para que pueda compadecerse de los ignorantes y extraviados, por cuanto él está también rodeado de flaqueza, 3
y a causa de ella debe por sí mismo ofrecer sacrificios por los pecados, igual que por el pueblo. 4
Y ninguno se toma por sí este honor, sino el que es llamado por Dios, como Arón. 5
Y así Cristo no se exaltó a sí mismo, haciéndose pontífice, sino el que le dijo: Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado. 6
Como también dice en otra parte: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. 7
El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado en razón de su piedad. 8
Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia, 9
y, perfeccionado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna, 10
declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec. La finalidad de esta perícopa es probar que Jesucristo es nuestro Pontífice o sumo sacerdote, cuyo título ostenta con todo derecho. El razonamiento es muy sencillo: se señalan primeramente los caracteres que todo sacerdocio debe tener para poder presentarse como legítimo y eficaz (v.1-4), haciendo luego aplicación a Jesucristo (v.5-10). Es de notar, sin embargo, que el autor de la carta,
más que discurrir sobre el sacerdocio en abstracto, está con la vista puesta en el sacerdocio levítico, valiéndose de términos y nociones que eran familiares a sus lectores judíos. Con todo, no puede negarse que su descripción del sacerdocio, no obstante esa limitación de perspectiva, contiene cierto carácter de universalidad, al menos con referencia a la humanidad actual, afectada por el pecado original.
Las cualidades exigidas a todo pontífice (??? ????????? ) están indicadas en los v.1-4, y podemos reducirlas a cinco: pertenecer a la humanidad, representar a ésta en las cosas que miran a Dios, ofrecer dones y sacrificios por los pecados, capacidad para compadecerse de las ignorancias y debilidades de aquellos a quienes representa,
elección o llamada divina. De estas cinco condiciones, la segunda y tercera están íntimamente relacionadas, y prácticamente la tercera no es sino una aplicación de la segunda al caso concreto de los dones y sacrificios, siempre dentro de las cosas
que miran a Dios y al culto que le es debido. Los términos dones y sacrificios (???? ?? ??? 3????? ) eran muy usados en las prescripciones le-víticas, designando generalmente el primero las oblaciones o sacrificios incruentos (cf.
Lev_2:1-16;
Lev_6:7-10), y el segundo, los sacrificios cruentos (cf. Lev 3:1-5:26), aunque el primero pueda tomarse más genéricamente, incluyendo ambas clases de sacrificios (cf. 8:4; 11:4;
Mat_8:4;
Mat_23:18). También las condiciones primera y cuarta están íntimamente relacionadas. Si, como representante de hombres, el sacerdote conviene que sea miembro de la sociedad que representa, y no,., un ángel, por la misma razón conviene que, aleccionado por la propia experiencia de hombre sujeto a flaquezas, esté inclinado a la misericordia y compasión con los que yerran. La última de las condiciones señaladas es la vocación o llamada divina (v.4). Sin esa llamada, inmediata o mediata, el sacerdote no podría llenar el objeto primordial del sacerdocio, que es el de ser mediador entre Dios y la humanidad, ya que, lejos de aplacar a Dios, más bien irritaría su justa ira (cf. 3:10; 16:40).
Se trata de un honor, pero de un honor lleno de responsabilidad, y nadie puede tomárselo por propia iniciativa. Expuestas así las condiciones de todo pontífice, viene ahora (v.5-10) la aplicación a Jesucristo. Se comienza por la última de las condiciones señaladas:
la llamada divina. La prueba de que Jesucristo, nuestro sumo sacerdote,
no se arrogó por sí mismo la dignidad del sacerdocio, sino que fue llamado a ella por Dios, la encuentra el autor de la carta (v.5-6) en dos textos de la Escritura, tomado uno de
Sal_2:7 y otro de
Sal_110:4. Ambos salmos son mesiánicos y, consiguientemente, ninguna dificultad ofrecen en que se haga la aplicación a Jesucristo. La dificultad está, por lo que se refiere al primero de los textos, en probar que ahí se haga referencia al
sacerdocio; y, por lo que se refiere a entrambos textos, en determinar
a qué momento preciso de la vida de Cristo se aluda. Trataremos de responder a estas dos cuestiones.
El texto Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado, primero de los citados (v.5), ya fue alegado anteriormente para probar la superioridad de Cristo sobre los ángeles (cf. 1:5). También lo alega San Pablo en su discurso de Antioquía de Pisidia, para probar la resurrección de Jesucristo (cf.
Hec_13:33). Ahora se alega para probar el sacerdocio. La pregunta, pues, se impone: ¿qué es, en realidad, lo que el salmista con esa expresión quería significar de Jesucristo? Creemos, conforme ya explicamos al comentar
Hec_13:33, que el salmista alude,
no a la filiación natural divina del Mesías, en sentido ontológico, sino a su exaltación o entronización como rey universal de las naciones. San Pablo, aplicando esas palabras a la resurrección, que fue el momento en que, de manera manifiesta,
comenzó la exaltación pública de Jesucristo por el Padre (cf.
Flp_2:9), no hace sino concretar, apoyado en la realidad, aquella exaltación anunciada en el salmo. Ese sería el sentido literal del texto. Sin embargo, ello no sería obstáculo para poder aplicarlo también al sacerdocio de Cristo, no en sentido literal histórico, sino a base de dar cierta amplitud al significado de las palabras,
en cuanto que el Mesías de que se trata, cuya exaltación se canta, sabemos que estaba en realidad realzado también con la dignidad sacerdotal, conforme se afirma expresamente en
Sal_110:4, cuya cita se hace a continuación (v.6). En caso de que el autor de la carta citase el texto de
Sal_2:7, viendo anunciada en él
la. filiación natural divina de Cristo, la relación con su sacerdocio sería más estrecha, pues el fundamento metafísico
del sacerdocio de Cristo y la medida de su excelsa dignidad radican precisamente en el hecho de que Cristo es Dios y hombre a la vez; pero será muy difícil probar que sea ése el sentido que el autor de la carta intenta dar a la cita.
Respecto a la segunda cuestión, es a saber, a qué momento preciso
de la vida de Cristo aludan esas declaraciones de Dios, proclamando solemnemente su exaltación y sacerdocio, creemos que la respuesta ha de estar en consonancia con lo que acabamos de decir sobre la interpretación del texto Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado; es decir, que se alude, también en el segundo texto, al tiempo de su exaltación a partir de la resurrección. Subiendo glorioso a los cielos, Cristo es proclamado, no sólo rey universal de las naciones, sino también Pontífice, que vive allí perpetuamente para interceder por nosotros (cf. 7:25).
Este sacerdocio de Cristo, perpetuo y celestial, es el que el autor de la carta quiere hacer resaltar. Ni ello significa que
Cristo no fuese ya antes sacerdote, desde el momento mismo de la encarnación (cf. 10:5-10), y que el acto supremo de
ese sacerdocio no fuese la inmolación en la cruz (cf. 7:27; 9:26). Es un caso semejante al de los títulos de Señor y Mesías, que San Pedro dice haber sido dados a Cristo a partir de su resurrección y exaltación a la diestra del Padre (cf.
Hec_2:36), sin que ello quiera decir que no fuera ya Señor y Mesías desde un principio. En cuanto a la expresión según el orden de Melquisedec (v.6), ya la explicaremos más adelante, al comentar la semejanza entre el sacerdocio de Cristo y el de Melquisedec (cf. 7:1-28).
Después de aplicar a Jesucristo (v.5-6) la última de las condiciones señaladas a todo pontífice (v.4), el autor pasa a hablar de las otras condiciones (v.7-10). Sin embargo, no lo hace de modo ordenado, enumerando una tras otra, sino en forma genérica, haciendo hincapié en la coparticipación de Cristo en los sufrimientos humanos y en sus súplicas al Padre en los días de su vida mortal. Como inocente que era, no podía ofrecer sacrificios por sus propios pecados419, como tenían que hacer los sacerdotes de la ley mosaica (cf. v.3), pero podía orar al Padre con esforzado clamor y lágrimas y ofrecerle el sacrificio de su pasión, a la que se somete por la obediencia a su Padre (v.7) 420. El conocimiento
experimental de lo costoso de esa obediencia, que le lleva hasta la muerte de cruz (v.8), le convierte en mediador perfecto, es decir, plenamente apto para ejercer sus funciones a nuestro favor y ser autor de nuestra salud (v.9; cf. 2:10), por lo que justamente es proclamado
Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (v.10).
Así juzgamos que puede ser resumido el contenido de estos versículos. Comentemos ahora brevemente algunas expresiones más características. Primeramente, no parece caber duda que las oraciones y súplicas con poderoso clamor y lágrimas de los días de su vida mortal (v.7) es una alusión a la oración ferviente y angustiosa de Getsemaní (cf.
Mat_26:37-44;
Mar_14:33-39;
Luc_22:41-44). Es cierto que los Evangelios, aunque hablan de sudor de sangre, no mencionan las lágrimas, pero tampoco las excluyen; y muy bien puede ser éste un dato recibido de la tradición, aparte lo que pueda haber de
expresión literaria. Las oraciones iban dirigidas al que era poderoso para salvarle de la muerte, es decir, al Padre. En esto no hay dificultad. La dificultad está en lo que sigue: fue escuchado en razón de su piedad (???????????? ??? ??? ????????? ). ¿Qué significa esta expresión? El sentido ha sido muy discutido. Sabemos, en efecto, que Cristo pidió al Padre que, si era posible, pasase de El el cáliz de la pasión (cf.
Mat_26:39); pero sabemos también que el Padre no le libró de la pasión. ¿Cómo, pues, puede decirse que fue escuchado? A esto responden algunos autores que el Padre no le libró de la pasión, pero le libró del
temor de la pasión, a la que, confortado por el ángel (cf.
Luc_22:43), va con decisión y valentía. En apoyo a su respuesta, en lugar de escuchado en razón de su piedad, traducen escuchado del temor, es decir,
(al ser librado) del temor. Creemos, sin embargo, que para esta traducción hay que violentar bastante la frase griega. Mucho más fundada nos parece la traducción adoptada, que es, además, la más corriente entre los autores421. Supuesta esta traducción, nada hay ya en el texto bíblico que apoye esa interpretación,
como si el objeto de la oración de Cristo hubiera sido el ser liberado del temor de la muerte. La solución parece estar en que la oración de Cristo, en su
totalidad, no obstante el miedo y horror a la pasión, era de plena conformidad con la voluntad del Padre. Y esta voluntad era la de salvar al mundo con la pasión y muerte de su Hijo (cf.
Jua_12:27); no librándole de la muerte temporal, pero sí arrancándole a su poder (cf.
Hec_2:24.27) y transformando esa muerte en exaltación de gloria (cf. 2:9) y fuente de vida para los hombres (cf. 2:10; 5:9). En este sentido, Cristo fue escuchado, y fue escuchado en razón de su piedad, es decir, en atención a su religioso y filial respeto para con la voluntad del Padre. Es una idea parecida a la de
Flp_2:8-9 :
obediencia hasta la muerte., por lo cual Dios le exaltó.
Las expresiones aprendió por sus padecimientos (v.8) y perfeccionado (v.9) ya quedan explicadas más arriba, al comentar los v.10 y 17-18 del c.2.
Dificultad de explicar este tema a los destinatarios,Flp_5:11-14.
11
Sobre lo cual tenemos mucho que decir, de difícil inteligencia, porque os habéis vuelto torpes de oídos. 12
Pues los que después de tanto tiempo debíais ser maestros, necesitáis que alguien de nuevo os enseñe los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y os habéis vuelto tales, que tenéis necesidad de leche en vez de manjar sólido.13
Pues todo el que se alimenta de leche no es capaz de entender la doctrina de la justicia, porque es aún niño; 14
mas el manjar sólido es para los perfectos, los que, en virtud de la costumbre, tienen los sentidos ejercitados en discernir lo bueno de lo malo. Comienza aquí una especie de digresión de carácter exhortatorio, que continuará a lo largo de todo el capítulo sexto. Es la costumbre, ya conocida (cf. 2:1-4; 3:7-4:16), de ir intercalando lo exhortatorio con lo dogmático. En este caso hay, además, una intención especial: el autor, con mucha habilidad, va retardando el desarrollo del tema, a fin de subrayar más su importancia y así preparar mejor el ánimo del lector. A este respecto es curioso observar que las mismas palabras
Deu_5:10 se vuelven a repetir prácticamente en 6:20, como dando a entender que lo incluido entre ambos versículos es mera digresión, y que el hilo de la exposición continúa en 7:1.
La presente perícopa, comienzo de la digresión, es un reproche a los destinatarios por su indolencia: los que, dado el tiempo transcurrido desde la conversión, debían ser ya maestros en la fe, necesitan que de nuevo se les enseñen los primeros rudimentos (v.1 1-14). De ello, de que se han vuelto torpes de oídos, es decir, han perdido el interés por aprender, se queja el autor de la carta, y dice que eso hace muy difícil el que pueda explicarles el tema del sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec (v.11). Es una lástima, añade, que los que ya debían alimentarse de manjar sólido, que es el destinado a los perfectos o espiritualmente adultos (v.14; cf.
1Co_2:6), tengan todavía necesidad de leche, el alimento de los niños, incapaces de entender la doctrina de la justicia (v.13). La imagen de leche y manjar sólido es la misma que en ocasión parecida, quejándose de los corintios, usó también San Pablo (cf.
1Co_3:1-2). En cuanto a la expresión doctrina de la justicia (Aóyos ??????????? ), parece claro que prácticamente
equivale a doctrina de la justicia de Dios o revelación traída por Cristo (cf.
Rom_3:21-26). Quizá en la elección de la expresión, aquí un poco llamativa, tenga su parte el nombre de Melquisedec, que es interpretado
rey de justicia (cf. 7:2), y es central en estos capítulos, prefigurando a Cristo.