Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
6. Teofania en el Templo.
En este capítulo, según común opinión, se narra la visión inaugural en la que Isaías fue solemnemente investido como profeta de Yahvé, al estilo de las vocaciones de Jeremías y Ezequiel 1. Así, pues, cronológicamente este capítulo debiera estar al principio del libro canónico de las profecías de Isaías. Pero quizá esta teofanía fue hecha pública por el profeta después de transcurridos varios años de su ministerio. Algunos creen que ocupa el lugar actual como introducción a la colección de oráculos, comprendidos en el llamado Libro del Emmanuel (c.7-9). En todo caso, sabemos que la disposición actual de los oráculos es irregular y no responde siempre a su sucesión cronológica, ni aun lógica muchas veces.
La Aparición de Yahvé (1-7).
1 El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre su trono alto y sublime, y sus haldas henchían el templo. 2 Había ante El serafines, que cada uno tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro y con dos se cubrían los pies, 3 y con las otras dos volaban, y los unos y los otros se gritaban y se respondían: Santo, Santo, Santo, Yahvé de los ejércitos! Está la tierra llena de su gloria. 4 A estas voces temblaron las puertas en sus quicios, 5 y la casa se llenó de humo. Yo me dije: ¡Ay de mí, perdido soy, porque, siendo un hombre de impuros labios, que habita en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Yahvé de los ejércitos! 6 Pero uno de los serafines voló hacia mí, teniendo en sus manos un carbón encendido, que con las tenazas tomó del altar, 7 y, tocando con él mi boca, dijo: Mira, esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido quitada, y borrado tu pecado.
Yahvé se aparece al profeta en su trono deslumbrante de gloria, rodeado de su escolta de honor, los ángeles; tan memorable teofanía tuvo lugar
en el año de la muerte del rey Ozías, es decir, hacia el 740.2 Como un rey oriental, Yahvé viene envuelto en un manto con gran vuelo, signo de majestad, con el que llena la superficie del templo de Jerusalén en un momento en que quizá estaba Isaías en oración.3 El templo era símbolo de la presencia real de Yahvé en su pueblo, como antes lo había sido el tabernáculo del desierto 4. En su escolta de honor figuraban unos seres misteriosos, que el profeta llama
serafines5
, de forma humana, considerados como seres celestiales. En la Biblia no vuelven a mencionarse estos seres angélicos con dicho nombre de
serafines. En la aparición están volando, como formando un cortejo de honor al trono del Señor,6 y con dos de sus alas se cubren la faz en señal de respeto y veneración, pues nadie podía mirar cara a cara a Dios,7 y con otras dos
se cubren sus pies, probablemente eufemismo para indicar la desnudez de su cuerpo, y, por fin, con las otras dos se sostienen en el aire, formando como un halo de gloria y majestad. Y a coro responden:
Santo, Santo, Santo, lo que es un semitismo para indicar una cosa
santísima. 8 No hay, pues, razón para ver aquí, con algunos teólogos antiguos, la revelación de las tres personas de la Santísima Trinidad. Dios es el
Santo, el puro, el incontaminado por excelencia, trascendente sobre toda común criatura, y este carácter de deslumbrante pureza es lo que hace temblar a Isaías, lleno de imperfecciones, y que habita además en un pueblo sumamente materialista e imperfecto (v.4).
Está la tierra llena de su gloria, es decir, toda la tierra se halla penetrada
del sello de la santidad de Dios, ya que la
gloria no es sino la manifestación de la misma
santidad íntima de Dios, que en la literatura del A.T. es lo característico de la divinidad.
Ante este grito de alabanza
temblaron las puertas en sus quicios (v.4), y la casa se llenó de humo, el humo de la gloria de Dios. 9 Dios se había manifestado a los padres en el desierto durante el día en forma de
nube, y en la noche en forma de
fuego para guiarlos. Aquí más bien se destaca la trascendencia de Dios, quien para no dejarse ver totalmente se rodea de una nebulosa humeante, precisamente para que el profeta recobre confianza y no desmaye ante la presencia del Señor. Cuando la dedicación del templo, también la gloria de Dios se manifestó en forma de una nube de humo que llenó todo el recinto.10
El profeta quedó aterrado ante la majestad de Dios, y su primera reflexión fue que estaba condenado a muerte, porque había
visto al Rey, Yahvé de los ejércitos. Era corriente entre los israelitas creer que nadie podía ver a Dios sin morir al instante n. Esta creencia general impresionó particularmente al profeta, porque se reconocía
de labios impuros, es decir, impuro, pecador, y por otra parte se hallaba particularmente solidarizado con un
pueblo también
de labios impuros. Isaías hubiera querido alternar con los serafines en la proclamación de la
santidad de Dios, pero sus labios se hallaban contaminados con mil impurezas, como su pueblo.
Ante esta confesión de su propia impureza, uno de los serafines tomó un carbón encendido y le purificó los labios, limpiándole simbólicamente de todo lo profano que pudiera separarle de la
santidad de Dios. Y, sobre todo, lo simbólico de esta acción está en función de la misión de predicar el mensaje de Dios a su pueblo, que se indicará a continuación (v.8).
El fuego era símbolo de purificación y de santidad 12, por aquello de que purifica los metales preciosos en el crisol, separando las escorias. Isaías, purificado, era apto para
la misión que Dios le iba a confiar, sirviendo de transmisor del mensaje de Yahvé a su pueblo (v.7).
Misión del Profeta (8-10).
8 Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré y quién irá de nuestra parte? Y yo le dije: Heme aquí, envíame a mí. 9 Y El me dijo: Ve y di a ese pueblo: Oíd, y no entendáis; 10 ved, y no conozcáis. Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos, cierra sus ojos. Que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni entienda su corazón, y no sea curado de nuevo.
El profeta hasta entonces no había oído la voz de Dios, aunque había sentido sensiblemente su presencia. Una vez que sus labios han sido purificados, se ha hecho digno de entablar diálogo con la misma divinidad, lo que antes no era concebible. Dios aparece en toda su majestad rodeado de su corte celestial con los serafines y ángeles como guardia de
corps, y entabla un diálogo en alta voz con ellos: ¿A quién
enviaremos de
nuestra parte? No es una locución mayestática, sino coloquial y confidencial, como un rey que trata los asuntos de su reino en un consejo de ministros. Hay una necesidad urgente de predicar un mensaje divino al pueblo escogido, pero es necesario encontrar antes la persona apta que vaya como embajador extraordinario a ganar para Dios a aquel pueblo descarriado. En realidad, la razón última de esta embajada es procurar la
gloria de Dios en esa tierra de Israel, y sus servidores los ángeles están muy interesados en la manifestación plena de esta
gloria de Dios, no sólo en el templo, sino en la vida cotidiana y real de Israel; por eso Dios les habla en términos confidenciales:
¿A quién enviaremos de nuestra parte? 13 Algunos Padres han visto en este plural coloquial
de nuestra parte (nobis de la Vg)
una alusión al misterio de la Trinidad. Pero el contexto se explica perfectamente atribuyendo ese plural a los diversos personajes que intervienen en la visión, sin acudir a nociones que parecen extrañas al autor sagrado en el tiempo de la composición de su libro. Aunque en la locución anterior Dios no se dirigía directamente al profeta, sin embargo, el coloquio con sus ministros lo tiene en alta voz, para que oiga el mismo Isaías y se ofrezca espontáneamente al cumplimiento de esta misión de reavivar la sensibilidad religiosa del pueblo escogido. Por eso el profeta, atónito ante este espectáculo y movido de su profundo espíritu religioso, que le impulsaba a misiones espiritualistas, se ofrece al punto al Señor:
Heme aquí, envíame. En realidad no sabía qué misión concreta se le iba a confiar, aunque intuía que se trataba de una
acción de apostolado entre su pueblo.
La respuesta está llena de la generosidad y del incondicional abandono en las manos de Dios que caracteriza al gran profeta, el cual nunca protestará de la pesada carga de su misión, como lo hará el afectivo Jeremías, si bien las circunstancias históricas en que se desenvolvió la vida del profeta de Anatot fueron mucho más trágicas y amargas, e incluso su misión más ingrata, ya que ante el pueblo aparecerá siempre como traidor a los intereses nacionales de su patria. Es interesante notar cómo Dios habla de
este pueblo, sin decir, como otras veces, mi pueblo, lo que parece insinuar un dejo de irritación y de desengaño respecto de la conducta de aquel pueblo que en realidad había escogido como suyo entre todos los pueblos, como instrumento de sus designios providenciales históricos. Así, pues, la expresión
este pueblo tiene un matiz de desprecio, como una especie de queja amarga de un amor que no ha sido correspondido. La expresión puede aplicarse a los habitantes de Jerusalén, pero probablemente se refiere a los habitantes del reino de Judá, quizá sin excluir a los del reino del norte 14. Se refiere a la nación en su estado religioso actual. La misión encomendada al profeta es desconcertante: su predicación va a ser la
ocasión del endurecimiento de corazón de su pueblo.
Las frases son de lo más duro:
di a ese pueblo: endurece el corazón de ese pueblo. para que no vea y sea curado (v.10). A primera vista, estas expresiones parecen indicar que la misión de Isaías era precisamente insensibilizar espiritualmente al pueblo escogido, lo que no es concebible dentro de los designios misericordiosos de la economía divina. Es aquí cuando es necesario acudir a los géneros literarios de los escritores orientales, que no entienden los medios tonos; para dar más vigor a la frase y causar más impresión en los lectores, presentan las cosas con vivos contrastes violentos, buscando las frases absolutas, la paradoja, para resaltar más la idea principal. Es el procedimiento literario que también empleará el Salvador al predicar a las muchedumbres para grabarles más sus ideas: el que no
odiare a su padre y a su madre. no puede ser mi discípulo (nosotros matizaríamos más el pensamiento: el que
antepone los intereses familiares y de sangre a los intereses espirituales no es apto para el reino de los cielos); si alguno te hiere en la mejilla, vuélvele la otra; si te piden tu manto, dales la túnica (naturalmente, estas frases no podemos entenderlas al pie de la letra, sino que lo que quiere Jesús inculcar es el espíritu de mansedumbre y de desprendimiento en aras de los superiores intereses espirituales, que siempre deben privar entre los ciudadanos del nuevo reino).
Indudablemente que, en el caso de Isaías, Dios quiere ante todo la conversión de Israel, y precisamente la misión histórica de Isaías será una llamada constante al arrepentimiento y al retorno a Dios. Dios no puede desear de un modo
directo la perdición del pueblo escogido, pues esto es contrario a su santidad. El autor sagrado, al describir los hechos, suele prescindir de las causas segundas, y por ello asigna como causa inmediata de todos los acontecimientos la intervención directa de Dios. Es la concepción teocrática de la vida. En esas frases absolutas de tipo oriental no podemos exigir la precisión de conceptos de la teología escolástica, que distingue entre decretos permisivos y, decretos impulsivos positivos. Así, Dios en su providencia ordena cosas que accidentalmente pueden tener malas consecuencias por diversas circunstancias, al margen del fin principal buscado. La mentalidad semita no gradúa la diversa causalidad divina, y, puesto que El es omnipotente e inmensamente sabio, esas cosas son
queridas e
intentadas por Dios, cuando en realidad son sólo
permitidas por razones que se escapan a nuestra inteligencia limitada. Así, el hagiógrafo dice que Dios
endureció el corazón del faraón, cuando en realidad lo que hizo fue que le dio una
ocasión para que el faraón mostrara su obcecación y endurecimiento del corazón. En el
Pater noster leemos: ne nos
inducas in. tentationem, que solemos traducir muy bien por no nos
dejes caer en la tentación. Así Isaías prevé los males, en concreto el endurecimiento espiritual que se va a seguir en el pueblo israelita con
ocasión de su predicación.
Al predicar al pueblo, el profeta busca en realidad su bien espiritual, pero Israel será libre de seguir sus predicaciones. Dios
prevé ya la acogida desfavorable que los israelitas van a hacer de esta predicación ordenada por Dios, y por eso, en la amargura de su corazón, como despechado por tanta ingratitud, dice al profeta que predique para que aquéllos no tengan disculpa y pueda descargar ya el peso de su justicia. Así, pues, en frases exageradas y violentas se expresa el resultado de su predicación, que ha sido
ocasión de la apostasía del pueblo. Israel será en realidad el responsable del castigo que la justicia divina está dispuesta a enviar por tanta ingratitud 15. Como los alimentos buenos en sí pueden resultar perjudiciales a un estómago enfermo, indispuesto, así las cosas espirituales más buenas y santas suelen tener efectos contraproducentes para las almas mal dispuestas. Así, el rechazar las gracias no sólo los hace indignos de gracias ulteriores, sino que suele confirmar la voluntad en el mal 16. En el caso de Isaías, si el pueblo se pierde, es por su causa. Dios prevé la mala acogida que éste dará a las palabras de Isaías, desdeñando al Santo de Israel, y ve como resultado de la predicación de aquél la mayor obcecación de los israelitas, que se confirmará con
ocasión de la intervención del profeta. Israel se condenará, pues, a sí mismo, justificando así totalmente la intervención justiciera de Dios. En ese sentido, el endurecimiento de Israel entra dentro de las
intenciones de Dios:
ve. para que no entienda y sea curado, o, según otros, no sea que entienda y sea curado; como si dijera: no sea que me estropee mis planes de castigarle como se merece. La expresión tiene un aire antropomórfico, y se hace hablar a Dios como un juez que tiene decidida la sentencia y tiene miedo de que ésta tenga que ser revocada; y por eso quiere dar una
ocasión para que la medida de la culpabilidad del reo se colme totalmente y pueda descargar con mano dura e inflexible. En realidad, en el fondo del contexto se trata de una explosión de un corazón amargado y desengañado por tanta ingratitud; pero lo que desea es ante todo mostrar su benevolencia y misericordia para el Israel descarriado, aunque éste por su conducta se hace más bien digno de la intervención de la justicia divina. Y, en realidad, la abundancia de gracias de Dios concedidas al pueblo elegido será precisamente la causa de que el juicio de Dios vaya a ser más severo que con los otros pueblos, y en este sentido Dios envía a Isaías con una última llamada al arrepentimiento, una gracia más, que, al ser despreciada, será causa de un mayor castigo divino:
vete. para que no entiendan. Nosotros diríamos predica, aunque no te harán caso; pero así no tienen excusa, y yo descargaré mi justicia implacablemente sobre ellos. Los autores del í. Ô. recalcarán mucho esta doctrina de que la Ley y el trato favorable dado por Dios a Israel fue la
causa en cuanto que fue la
ocasión de mostrar su mayor desagradecimiento de su reprobación.17
Desolación de Judá (11-13).
11 Y yo le dije: ¿Hasta cuándo, Señor? y respondió: Hasta que las ciudades queden asoladas, sin habitantes, y las casas sin moradores, y la tierra de labor hecha un desierto. 12 Hasta que Yahvé arroje lejos a los hombres y sea grande la desolación en la tierra. 13 Si quedare un décimo, será también para el fuego, como la encina o el terebinto, cuyo tronco se abate. El profeta está atemorizado ante el anuncio de ese endurecimiento del pueblo, y lanza un grito de angustia: ¿No habrá esperanza de conversión algún día?
¿Hasta cuando durará esta situación y esta sentencia divina? ¿No hay esperanza de conversión del pueblo? La respuesta del Señor es desoladora: no se volverán a Dios hasta que sientan plenamente el peso de la justicia divina, trayendo la desolación y la muerte en el país (v.1:1).18 La nación va a quedar, después de la intervención de la justicia de Dios, como queda el tronco de un árbol después de la poda. Los autores no están concordes al interpretar este verso, pues unos ven aquí una destrucción
total, como un árbol cortado; pero otros, en cambio, fijándose en la última frase del TM (que falta en los LXX, y por eso muchos suprimen como glosa), traducida por la Vg:
Semen sanctum quod steterit in ea, creen que aquí se alude a la idea de un resto salvado que aparece ya en Amos y después se convirtió en lugar común de la literatura profética. En ese caso, el profeta, en medio de aquella devastación general, ve un rayo de esperanza, ya que, aunque Israel sea tratado duramente, como el árbol sometido a despiadada poda, al fin volverá a retoñar y a dar una simiente santa.19 En el capítulo siguiente encontraremos el nombre de un hijo de Isaías,
Sear-Yasub (un resto volverá), como símbolo de esperanza de resurrección para el pueblo, y así esta idea se adaptaría bien a la esperanza del retoño de la simiente santa.
1 Cf.
Eze_3:1s;
Jer_1:4ss. 2 A Ozías se le llama también Azarías (2 Re 15). Las inscripciones cuneiformes hablan de un Azrijah Jaudaa, pero parece que es un rey de Jadí (cf. Siria: Êáô 218, 2.a ed.). 3 1 Re 22.I9SS. 4
Lev_26:11. 5 Se discute la etimología de
serafín. La mayor parte de los autores la relacionan con la raíz hebrea
saraf (quemar, purificar con fuego), porque purifican con un carbón ardiente los labios de Isaías (cf. el asirio
Sarrapu, el que quema, nombre aplicado al dios Nergal, dios del fuego). Otros acuden a la raíz árabe
sarufa (ser noble, elevado; de ahí serif); no faltan quienes lo relacionen con el egipcio seréf o Sefr, grifo guardián de las tumbas. Las serpientes que con sus mordeduras producían ardores de fiebre a los israelitas son llamadas
serafim (
Num_21:6-9;
Deu_8:15). En
Isa_14:29 y 30:6 se habla del Saraf volador, quizá alusión a algún mito. La saraf de bronce aparece en el templo en tiempos de Isaías (
2Re_18:4). Cf. Skinner, o.c., p.46. 6 Algunos códices leen
Yahvé en vez de Adonay. 7
Exo_3:6;
1Re_19:13. 8
Jer_7:4; 22:29;
Eze_21:32 (Vg 27). 9
Rev_15:8. 10
2Re_8:10-11. 11 Cf.
Exo_33:20;
Jdt_13:22. 12 Cf.
Num_31:23;
Mal_3:2. 13
1Re_22:19;
Sal_89:7;
Sal_51:13-15. 14 No es rara esta designación despectiva del pueblo por parte de Dios en el libro de Isaías: cf. 8:6-12; 9:16; 28:11-14; 29:135; véase Driver, o.c., 49. 15 En este sentido hay que entender la famosa frase del evangelista: ut videntes non videant et audientes non intelligant, al hablar del uso de las parábolas por parte de Jesús. 16 Auge, o.c., 113. 17
Mat_13:145;
Hec_16:26;
Rom_11:8;
Jua_3:19. 18 Algunos creen que los v.12-i3 son glosas o ampliaciones del profeta, porque en el v.12 está el verbo en tercera persona con el nombre de Yahvé. En ese caso, las palabras del Señor terminarían con el v. 11. Y lo demás sería amplificación del profeta para explicar el pensamiento. 19 El texto hebreo dice: una simiente santa (saldrá) de su tronco; pero falta en los LXX, y por eso quizá sea glosa. Manteniendo esta lección, el sentido podrá ser: la nación israelita retoñará como una encina que se ha dejado abatida y cortada, pero que de su tronco surgen aún retoños que pueden convertirse en árboles; cf.
Eze_5:1-4;
Zac_13:8.