I Macabeos 4, 26-59

Cuantos extranjeros se salvaron llegaron a anunciar a Lisias lo sucedido, y éste, al oír las noticias, se quedó consternado y abatido, porque las cosas no habían sucedido en Israel como el rey se lo había ordenado. Al año siguiente organizó un ejército de sesenta mil hombres y cinco mil caballos para acabar totalmente con los judíos. Vino por Idumea y acampó en Betsur. Para hacerles frente sólo disponía Judas de diez mil hombres. A la vista de tan fuerte ejército, oró, diciendo: “¡Bendito seas, Salvador de Israel, que quebrantaste el ímpetu del gigante por mano de tu siervo David y entregaste el campamento de los filisteos en poder de Jonatán, hijo de Saúl, y de su escudero! Da este campo a manos de tu pueblo de Israel y queden avergonzados su ejército y su caballería. Infúndeles miedo, abate la presuntuosa confianza en su fortaleza y avergüéncense de su derrota. Derrótalos por la espada de los que te aman, y entonen cánticos de loor todos los que conocen tu nombre.” Vinieron a las manos, cayeron del ejército de Lisias cinco mil hombres. Al ver Lisias la derrota de su ejército y la audacia del de Judas y cómo estaban dispuestos a vivir o morir gloriosamente, partió para Antioquía y reclutó mercenarios para acrecentar su ejército, con el propósito de volver contra Judas. Judas y sus hermanos se dijeron: “Nuestros enemigos están derrotados; subamos, pues, y purifiquemos el santuario y restablezcamos el culto.” Y, juntando el ejército, subieron al monte de Sión. Al ver el santuario desolado, profanado el altar, quemadas las puertas, la hierba crecida en los atrios como en un bosque o en un monte y las habitaciones destruidas, rasgaron sus vestiduras y alzaron gran llanto, se pusieron ceniza sobre su cabeza, se postraron en tierra, tocaron las trompetas de señales y clamaron al cielo. Luego ordenó Judas que algunos tuvieran en jaque a los de la ciudadela mientras purificaban el santuario. Eligieron sacerdotes irreprochables, amantes de la Ley, los cuales purificaron el templo y echaron las piedras del altar idolátrico en lugar inmundo. Deliberaron qué harían del altar de los holocaustos, que había sido profanado, y les pareció buen consejo destruirlo, por cuanto los gentiles lo habían profanado, y depositar las piedras en el monte del templo, en lugar conveniente hasta que viniese un profeta que diese oráculo sobre ellas. Tomaron luego piedras sin labrar, conforme prescribe la Ley; repararon el santuario y el interior del templo, purificaron los atrios," hicieron nuevos vasos sagrados, e introdujeron el candelabro, el altar de los perfumes y la mesa del templo. Quemaron incienso en el altar, encendieron las lámparas del candelabro que lucían en el templo, colocaron los panes sobre la mesa y colgaron las cortinas. De esta manera dieron fin a la obra. En la mañana del día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, del año 148, se levantaron de madrugada y ofrecieron el sacrificio prescrito por la Ley en el nuevo altar de los holocaustos que habían construido. Precisamente en la misma hora y día en que lo habían profanado los gentiles fue de nuevo renovado con cánticos, cítaras, arpas y címbalos. Todo el pueblo se postró sobre su rostro, adorando y elevando sus bendiciones al cielo, que les había dado tan feliz suceso. Durante ocho días celebraron la renovación del altar, y con alegría ofrecieron los holocaustos y sacrificios de acción de gracias y alabanza. Adornaron la fachada del templo con coronas de oro y escudos y restauraron las portadas y las cámaras y les pusieron puertas. Fue muy grande la alegría del pueblo por haber borrado el oprobio de los gentiles. Mandaron Judas y sus hermanos y toda la asamblea de Israel celebrar los días de la renovación del altar a su tiempo, de año en año, por ocho días, desde el veinticinco del mes de Casleu, con alegría y regocijo. Por aquel mismo tiempo levantaron en torno del monte Sión muros altos y torres fuertes, para que no pudieran los gentiles hollarlo como habían hecho antes;"
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