Mateo 27, 31-56

Después de haberse divertido con El, le quitaron la capa, le pusieron sus vestidos y le llevaron a crucificar. Al salir encontraron a un hombre de Cirene, de nombre Simón, al cual requisaron para que llevase la cruz. Llegando al sitio llamado Gol gota, que quiere decir lugar de la calavera, diéronle a beber vino mezclado con hiél; mas, en cuanto lo gustó, no quiso beberlo." Así que lo crucificaron, se dividieron sus vestidos, echándolos a suertes, y, sentados, hacían la guardia allí. Sobre su cabeza pusieron escrita su causa: Este es Jesús, el Rey de los judíos. Entonces fueron crucificados con El dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo injuriaban moviendo la cabeza y diciendo: Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate ahora a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de esa cruz." E igualmente los príncipes de los sacerdotes, con los escribas y ancianos, se burlaban y decían: Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse. Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en El. Ha puesto su confianza en Dios; que El lo libre ahora, si es que lo quiere, puesto que ha dicho: Soy Hijo de Dios." Asimismo, los bandidos que con El estaban crucificados lo ultrajaban. Desde la hora de sexta se extendieron las tinieblas sobre la tierra hasta la hora de nona. Hacia la hora de nona exclamó Jesús con voz fuerte, diciendo: “Eli, Eli lema sabachtaní!” Que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Algunos de los que allí estaban, oyéndolo, decían: A Elías llama éste, Luego, corriendo, uno de ellos tomó una esponja, la empapó en vinagre, la fijó en una caña y se la dio a beber. Otros decían: Deja, veamos si viene Elías a salvarlo. Jesús, dando un fuerte grito, expiró. La cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos, que habían muerto, resucitaron," y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de El, vinieron a la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y los que con él guardaban a Jesús, viendo el terremoto y cuanto había sucedido, temieron sobremanera y se decían: Verdaderamente, éste era Hijo de Dios. Había allí, mirándolo desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle;" entre ellas María Magdalena y María la madre de Santiago y José y la madre de los hijos del Zebedeo.
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