INTRODUCCIÓN A LA PRIMERA

CARTA A LOS CORINTIOS

    En tiempos de San Pablo era Corinto capital de la provincia de Acaya y residencia del procónsul romano. Había sido reconstruida por Julio Cesar el 44 a.C. sobre las ruinas de la antigua ciudad griega del mismo nombre. Tenía dos puertos en el istmo sobre el que estaba asentada: Cencres, en el mar Egeo, y Lequeo, en el golfo de Lepanto. Por su situación estratégica gozaba de un floreciente comercio, lo cual permitía a sus ciudadanos disfrutar de un bienestar económico superior al de las ciudades limítrofes. A esto se unía una cierta relajación de las costumbres, dado su culto a Venus en el templo de Acrocorinto, seria amenaza para cuantos adoraban al Dios verdadero.

    San Pablo había fundado la comunidad cristiana de Corinto durante su segundo viaje apostólico (años 50-52). Predicó allí el Evangelio por espacio de año y medio, acompañado casi todo el tiempo por Silas y Timoteo. Gracias a su extraordinario celo apostólico, un buen grupo de corintios se convirtió a la fe verdadera, entre los cuales había también algunos procedentes del judaísmo. En seguida, unos cuantos judíos de la ciudad se mostraron hostiles a la predicación del Apóstol, pero dada su escasa influencia social, no consiguieron su objetivo. Quizá explique esto la respuesta negativa a la apelación que hicieron ante el procónsul Galión (Hch 18:12 ss.).

    Después de que Pablo partiera de Corinto se suceden una serie de visitas apostólicas. La primera, un año más tarde, es la de Apolo, brillante retórico alejandrino (Hch 18:24-28), quien predica el Evangelio sin descanso y con gran vibración. Muchos más se convierten y ayudan a mantener encendida la fe de los corintos. Es probable que por esas fechas realizará también una visita rápida a Corinto el apóstol San Pedro, mientras aquella Iglesia se mantenía en paz y sin el menor indicio de problemas doctrinales.

    Dos años más tarde, procedentes de Palestina, llegaron unos cristianos convertidos del judaísmo, muy seguros en otro tiempo, pero ahora desviados doctrinalmente. San Pablo no duda en llamarlos «falsos apóstoles» (2Co 11:13) a pesar de vanagloriarse estos ante los corintos de haber convivido con los Doce. Con su predicación intentaban desprestigiar a San Pablo, su doctrina y su apostolado. Su excesiva tolerancia les llevaba, además, a permitir una cierta relación con los paganos, sin advertir el peligro que esta actitud entrañaba para los cristianos recién convertidos. La influencia negativa de estos falsos apóstoles fue tan grande, que pronto se hizo ostensible el resquebrajamiento espiritual y la falta de celo apostólico entre los corintios.

    Estos hechos llegan en seguida a conocimiento de San Pablo, por entonces en Éfeso (año 57). Unos emisarios -tres corintios influyentes (1Co 16:17)- eran portadores de una carta en la que, con otros cristianos, pedían consejo sobre los asuntos que les inquietaban. Los mismos emisarios debieron de relatar al Apóstol lo sucedido y le ruegan que se dirija pronto a Corintio.

    Sin embargo, San Pablo prefiere retrasar su viaje con el fin de dar tiempo a la reflexión y al arrepentimiento a cuantos se habían desviado de la fe, a la vez que abrigaba fundadas esperanzas de poder ganar a los indecisos. Por esto escribe a los corintios esta primera carta, poco antes de la Pascua del 57. Más que un tratado doctrinal, como puede ser la carta a los Romanos, parece un acuse de recibo, al tiempo que trata de dar respuesta a lo que más les preocupaba. Comienza reprendiendo con fortaleza y decisión las infidelidades de algunos. No obstante, es de admirar la gran ternura y cariño que pone en la carta para ganarse a quienes aún permanecían indecisos.

    El contenido doctrinal de esta primera carta se centra principalmente en los siguientes puntos:

    -Necesidad de huir de la falsa filosofía y de la vana ostentación para abrazar la Cruz de Cristo: solo en ella reside la sabiduría (1Co 1:1-31; 1Co 2:1-16; 1Co 3:1-23; 1Co 4:1-21).

    -Necesidad de apartarse de toda avaricia e invitación a la perfecta continencia; se subraya la excelencia de la virginidad y se instruye sobre las obligaciones de los casados y de las viudas (1Co 5:1-13; 1Co 6:1-20; 1Co 7:1-40).

    -Criterio sobre la asistencia a los cultos paganos y sobre el uso de las carnes inmoladas a los ídolos (1Co 8:1-13; 1Co 9:1-27; 1Co 10:1-33).

    -Criterio sobre la celebración de los ágapes y condena de las divisiones y partidismos de los participantes. Confesión de fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía: cada uno ha de recibirla con conciencia limpia, porque es el mismo Cuerpo y Sangre del Señor el que se recibe (1Co 11:1-34).

    -Entre los diversos carismas se recomienda como el más excelente de todos el de la caridad (1Co 12:1-31; 1Co 13:1-13; 1Co 14:1-40).

    -Confirma en la fe de la resurrección de los muertos (1Co 15:1-58).